El sueño europeo, devastado por la pesadilla de una crisis sin fecha de caducidad

Las razones del descontento no son las mismas para todos los ciudadanos europeos, pero conforman un síndrome que, contemplado continentalmente, nos refleja una situación de crisis profunda.
El sueño europeo, devastado por la pesadilla de una crisis sin fecha de caducidad

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Europa refleja una situación de crisis profunda

La crisis arrecia y la zona euro está cercana al estancamineto por el empecinamiento en la continuidad transnacional de una política económica de rígido carácter y basada en los recortes que no da resultados, pero a la que casi ningún poder nacional se opone abiertamente y de forma transparente. Por otra parte, la crisis económica ha hecho aflorar una, más enraizada en lo social y político, que está erosionando profundamente las instituciones comunitarias y su misma razón de ser. Cada país está experimentando su propia versión del ‘eurocepticismo’ con una creciente presencia de populismo de variado signo, cuya expresión más reciente la encontramos en Italia, atenazada por el bloqueo político del que se intenta escapar con las negociaciones para formar gobierno encargada por el presidente Napolitano al Partido Democrático. Las razones del descontento no son las mismas, ni simétricas, pero todas están llevando a las poblaciones al desencanto y la desconfianza hacia unos poderes que no son percibidos cercanos y se muestran arrogantes. Todo este conjunto de síntomas afecta a países que forman parte de la UE, pero con distintos niveles de integración, aquellos que pertenecen a la zona euro, los que aspiran a estar en ella y los que no han querido sumarse. Por tanto, puede decirse con claridad que estamos frente a una crisis institucional y política de la propia Unión que con manifestaciones de distinto tipo, (como la del foso abierto entre los Estados de la Europa fría y los de la mediterránea) afecta prácticamente a casi toda la ciudadanía europea.

No es ajena a esta crisis la de unos partidos políticos anquilosados, que han fracasado a la hora de convertirse en correa de transmisión de los intereses sociales mayoritarios, con clara visión de Estado, conciencia y voluntad europeísta; como tampoco lo son las organizaciones sindicales que se han mostrado incapaces de llevar la propuesta a las sedes del poder comunitario, organizando de forma transnacional a los trabajadores, sumando fuerzas continentalmente, acercando e informando en los distintos países de las realidades laborales de los distintos ciudadanos europeos. Es fácil comprender la inquietud de los ciudadanos cuando se plantean cuestiones elementales (¿quién -o quiénes- adopta decisiones, cómo y con qué derecho, cuando afectan a tanto millones de personas?) que no tienen una respuesta ni fácil de comprender por los ciudadanos ni son fáciles de justificar por quienes resultan ser interpelados. Todos los elementos de discusión que desgranamos componen un marco de la crisis que sufre la propia democracia parlamentaria, representativa, pues ni existen partidos, ni sindicatos, ni instituciones que representen en realidad a los ciudadanos europeos, lastrados además por una moneda de variados efectos según se desplace el joven europeo que además no puede ser devaluada porque parece tener unos dueños que la manejan en interés sólo de algunos. Resulta patético que la Europa convertida hace años en horizonte de libertad, de justicia, fraternidad y progreso para tantos millones de seres humanos, no exclusivamente europeos, ahora se muestra incapaz de ofrecer esperanzas a sus ciudadanos, de proveerles de los medios necesarios para la consecución de sus fines personales y de cohesionarlos en torno a un gran proyecto civilizador, estrella de la historia para su siglo XXI.

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