Derechos y recortes escenifican otra sesión de investidura fallida

Mariano Rajoy. / RR SS
Mariano Rajoy. / RR SS

Más que una educación democrática y moderna, al PP de Rajoy le interesa la pura continuidad de lo que han legislado hasta ahora, aunque ya no tengan mayoría parlamentaria.

Derechos y recortes escenifican otra sesión de investidura fallida

En esencia, lo oído el día 30 en la Cámara ha vuelto a repetirse el 31 de agosto, cuando de manera más contundente han quedado fijada una dualidad de posiciones irreconciliables en cuanto a lo que se pretendía: la investidura de Rajoy. Es muy probable que nada varíe el viernes 2 de septiembre en el segundo intento y que el asunto quede en el aire a la expectativa provisional de que surja otro candidato. En conjunto, puede que a Rajoy le convenga ir a unas nuevas elecciones, en la expectativa de que, similarmente a lo ocurrido en las del pasado junio, aumente la proporción de sus escaños y, por agotamiento o abstención de sus oponentes, renueve la mayoría suficiente para seguir gobernando. Sea lo que fuere, los elementos centrales del desencuentro actual que impide una salida a la falta de Gobierno, quedaron claros en lo que el día 30 de agosto dejó dicho el actual presidente en funciones, exagerando los méritos de lo que había hecho estos años y poniendo en máxima evidencia lo poco que le interesaba un cambio significativo en una trayectoria en que que los recortes en lo social y los derechos políticos han quedado seriamente afectados mientras las expresiones de corrupción escandalizaron ampliamente.

De colores

Como suele suceder en situaciones solemnes, todo había empezado unos días antes, en este caso con alusiones cromáticas que volverían implícita y explícitamente en estas dos sesiones: “No tiene ni color” la posible investidura de Rajoy con la intentada por Pedro Sánchez. Esa fue la Palabra de Hernando que, glosada, amplificada y rememorada por la práctica totalidad de los medios influyentes, cobró visos de verdad. Bien mirada la hemeroteca, sin embargo, entre lo que en ese entorno  se dijo en el mes de marzo y lo que se ha dicho para preparar el ambiente apropiado al discurso de Rajoy este 30 de agosto, no se entiende la diferencia. Sólo cabe concluir que, en política -como en las demás formas de la vida relacional- prima casi siempre la ley del embudo o, más físicamente, que todo es del color del cristal con que se mire. Es decir, que tenía razón el portavoz del PP: uno es el color del PP, tirando decididamente al azul –levemente menos marino que otrora- y otro el color del PSOE, menos rojo que lo que muchos desearían, pero rojo. Del color del resto del personal, parece que a nadie le haya importado en exceso, salvo el naranja que fue reiteradamente aludido por su complementariedad al azul en esta coyuntura.

De colores se vestían antes los campos en primavera,  afirmación de corto alcance que, con el cambio climático en marcha, no coincide con lo que habíamos aprendido en nuestra infancia con las omnipresentes flores como recurso rudimentario de lindezas poéticas. Eso cantaron también muchísimos cursillistas de cristiandad de finales de los sesenta y ya ni suele oírse sino en algunas reuniones de gente algo mayor.  También en esto se ha acelerado un largo proceso de cambio, cuando ni siquiera es habitual encontrar a gente que cante al unísono, aunque haya libado en común amplia y gozosamente. Incluso a las excursiones escolares, ha llegado el exterminio de los desafinamientos compartidos. Aquel hábito colectivo ha cedido ante Facebook y las redes sociales, que están motivando una mutación acelerada de las falanges, falanginas y falangetas digitales. El caso es que, con la mención de Hernando a los colores, se ha venido a reafirmar la teoría de que “en materia de color –como recogía el refranero de Martínez Kleiser-, el que a cada uno le guste es el mejor. Es decir, que lo que tal vez quiso decir es que cada cual va a lo suyo, aunque parezca que todos caminamos juntos, como pueblo soberano.

Vino a quedar más claro hacia las 17:08 horas. del susodicho día treinta de agosto, en que Rajoy terminó de desgranar sus méritos y proyectos para el caso de que los señores parlamentarios tuviesen a bien elegirle para continuar gobernando, que es lo que en verdad pedía: proseguir en la continuidad. Nada explicó de lo mal hecho, que pretendía prolongar con leves modulaciones en el concierto de algunos acuerdos “multicolores”. Ningún arrepentimiento mostró respecto a las reformas que, según aseguró, había que hacer. Su única novedad real fue intentar unos difíciles puentes –que en el transcurso de los años pasados había volado sistemáticamente- para poder reanudar, con la colaboración de más fuerzas que las del C´s, las tareas a que se había acostumbrado en estos cuatro años. Casi todo ha estado bien hecho en su opinión, y empeñado ha estado en que se sumaran a su relato de que nos había sacado de un marasmo de espanto y habernos situado en un proceso de recuperación del que nos tienen envidia en el mundo. Con ese bagaje tan repetitivo, de puro marketing tranquilizador y múltiples veces teñido de burocrático aire de pasado a conservar, se atrevió a pedir a los demás, por muy en desacuerdo que estuvieran, que le facilitaran continuar en La Moncloa: cuestión de responsabilidad, dijo.  Y humildad le faltó al decirlo, pues  dejó sin explicar a la ciudadanía y a cuantos allí estaban, por qué exigía responsabilidad con tan poco respeto a las opiniones y necesidades de los representados por la otra parte sustancial de la Cámara, cuando suena muy irresponsable democráticamente hablando

Color de los acuerdos de Educación

Muy significativo fue en el espectro de colores a que correspondía su discurso, que en la mayoría de las cuestiones que aparentaban ser nuevas porque hablaban de acuerdos nacionales de futuro en Educación, violencia de género y pensiones principalmente -lo que para él debía ser una inmensa novedad-, no estuviera haciendo sino una lectura rutinaria de los papeles que habían firmado con Ciudadanos. Concretamente, en Educación, la lectura incluso fue incorrecta pues dejó fuera la Educación Infantil: a tenor de lo que leía, el sistema educativo  gratuito empezaría con la Primaria –volvió a decirlo el día 31. Por lo demás, insistió en  cuestiones ya comentadas en la columna última de este periódico, centrales en el documento de los 150 compromisos que el representante de Compromís calificaría de gatopardescos. Y así, la LOMCE continúa prácticamente tal cual y, sobre todo, la interpretación del art. 27 de la Constitución sigue teniendo difícil armonización al querer que siga casando, sin cortapisas, la libertad de los padres para elegir colegios  y la igualdad educativa de todos. No se cortó tampoco al dar como punto de partida para la atención al profesorado -pieza central del sistema-, los prolegómenos del Estatuto de la Función Docente ya adelantados en el “Libro blanco” preparado por el Sr. Marina y denostado por los colectivos implicados. Eso del profesorado como centro de toda mejora educativa quedó de este modo en la mera muletilla administrativista de que siempre ha gozado: aparece en toda la legislación educativa, ya desde Antonio García Álix en 1900 como primer ministro de Instrucción pública, sin que haya cesado de reiterarse en el BOE desde la postguerra con más desdén rutinario que eficiencia cuidadosa. De pasada, igual referencia relevante tuvo la mención a la gobernanza universitaria, asunto que muchos temen haya quedado sentenciado en lo diseñado por Wert. Lo que Rajoy destacó a realizar en asuntos educativos, tan claro quedó como impreciso y pobre estaba en el ya famoso documento de los 150 compromisos firmados por los dos partidos que avalan la candidatura de Rajoy con 170 escaños. Similarmente han quedado las cosas en otras áreas socioeconómicas, como se han ocupado en destacar los portavoces de las otras formaciones de coloraciones a las que la oferta de Rajoy no ha logrado convencer, al menos de momento.

Del rojo provisional

Al final, cuando el rojo de la barra estadística mostraba en TVE  los 180 votos negativos que impedían que el resultado de esta primera votación de investidura fuera favorable, se confirmaron -esta vez de manera extraordinariamente solemne- dos criterios de la opción política defendida por las dos formaciones centrales, PP y Ciudadanos, que la defendían. Los dos son relevantes, de este modo,  para cualquier pretensión de Pacto futuro en Educación: A) que la Educación seguirá a todas luces prácticamente igual, y B) que, a esta gente, no le interesa mucho qué pase con la mayoría social y el tipo de educación que vaya a tener. En la dicotomía tradicional del estudias o trabajas, tienen mucho más que ver con lo segundo que con lo primero y, en la mayoría de los casos, con muy bajo nivel de competencia y amplia precariedad. Tanto en lo educativo como en las demás cuestiones que pudieran afectar a esa gran mayoría social, tan sólo parece importarles que no les importunen mucho.

De hecho, ese colectivo ampliamente  mayoritario no apareció para nada en el discurso famoso de la expectativa de investidura, como no fuera como atrezzo colateral. No basta con mencionar por exigencia del guión el término “equidad”, y pudo confirmarse cumplidamente en las alusiones teóricas a “la soberanía nacional” que, respecto a las tensiones territoriales de signo independentista, salieron a colación. El concepto manejado por el presidente en funciones y candidato a reanudar mandato, se alejó no poco de lo que por soberanía se entendía en las posiciones del liberalismo democrático del XIX, de modo que decir que ese fue el discurso de “todas las constituciones españolas” desde 1812 es muy equívoco cuando no falso, como en parte le respondieron algunos intervinientes. Vista en términos prácticos, muy limitado ha sido su ejercicio:  hasta 1890, el voto masculino no se universalizó –y con bastantes cortapisas; y, además de las múltiples maneras en que se falsificaron las elecciones, tampoco las mujeres tuvieron tal derecho hasta la II República. Muy peculiar queda, además, si, en lo acontecido en España desde 1812, se pasan por alto las quiebras que la soberanía nacional ha tenido a base de múltiples interferencias de todo tipo, incluidos sucesivos golpes de Estado y guerras civiles, dejando en consecuencia muy poco tiempo real a la la soberanía democrática del pueblo español.  Arrogarse ser su intérprete exclusivo, y añadir una especie de identificación hipostática con tal interpretación, en muchos de nuestros políticos –y de modo muy particular en el sector más conservador- se ha traslucido en exceso en este debate. Pese a ironías y sarcasmos que le dieron cierto tono distendido, la dureza fue grande en bastantes momentos.

Necesidad de más luces que colores

Quiere todo lo visto y oído decir que, al margen de refraneros y conveniencias manipuladoras -y del propio espectro lumínico en que nos movamos en este momento-, más que una cuestión de colores lo que sigue en juego en este proceso de investidura y sus derivaciones es el gradiente de luces, generosidad y autonomía de que dispongan los dirigentes políticos surgidos de las últimas elecciones para que no vuelva a ser verdad lo del tuerto guiando a los ciegos, otra cantilena que, si tiene gracia, no debiera tener tan amplio crédito. El más concernido por el teatralizado desencuentro exhibido estos dos días seguramente será, en todo caso, el afecto de la ciudadanía hacia las instituciones políticas.

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