Cataluña está esperando a un Godot de pacotilla

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No es el enigmático personaje de Samuel Beckett, ni la reencarnación de Casanova, de Maciá, de Companys o de Tarradellas. Solo es la marioneta errante, de un Procés errado, que no sabe como avanzar hacia adelante y no se atreve a dar un paso atrás. Solo es el insignificante ser humano que ha despertado nuestra curiosidad: ¿volverá a pisar las calles de Barcelona nuevamente?

Cataluña está esperando a un Godot de pacotilla

​Amanecía, que no es poco, y la policía urbana de Barcelona, que se ha especializado en contabilidad de manifas, calculaba el pasado domingo un botín de más de 300 mil almas indepes pidiendo justicia, libertad y una nueva modalidad de operación retorno para los que se han ido yendo con la letra y la música del Procés a otras partes. Escribo a miércoles, Director, conmovido ante el desproporcionado grado de compasión que suscita el “exilio dorado” de este expresident de la Generalitat, en odiosa comparación con aquel otro exilio austero y rastrero del cual regresó el President Tarradellas para anunciarle a Cataluña, a España, al mundo: “ja sóc aquí”. Para regresar a aquella España postfranquista, preconstitucional, con secuelas de tribunales de orden público y uniformes grises de guardias de la porra en plena metamorfosis de la represión a la libertad, había que echarle cojons, oye. Y no como ahora, que solo se le echan twtis, CDRs, Boixos Nois multiusos, mientras Puigdemont se asoma a un plasma, en vez de asomarse al mítico balcón de la plaza de San Jaume, y exclama una y otra vez ante la inconfesable frustración de sus enfervorecidos seguidores: “Ancara no sóc aquí”.

¿Pisara usted las calles nuevamente, Exhonorable Expresident?

¿Y a qué espera usted, exhonorable expresident?. En tiempos más difíciles, con bastantes menos garantías jurídicas y muchas más incertidumbres físicas, con una Europa que se ponía de perfil en contraste con esta Europa dispuesta a ejercer de testigo de cargo, Carrillo se puso una peluca por montera y se la jugó por su Partido Comunista. Y tierno se plantó en la Universidad de Salamanca e inició su lección donde la había dejado once años antes, cuando el Régimen le apartó de su cátedra sin dejarle transmitir a sus alumnos su inofensiva y proverbial idea de una Constitución. Y Felipe, el Isidoro de Suresnes al que le hacen vudú al alimón los cachorros de la eterna revolución pendiente y la nueva revolución independiente, caminó sobre las inescrutables arenas movedizas del impredecible tardofranquismo. Aquelllos heroicos seres humanos, unos retornados y otros no fugados, fueron imprescindibles para sus respectivas causas cuando volvieron o nunca dejaron de pisar suelo español, y no como Puigdemont, oye, ese rebelde de pacotilla, sin causa, que resulta mucho más útil para el independentismo errando por Bélgica, por Alemania, que regresando a Barcelona ungido por aquel coraje de Salvador Allende que inspiró la música y la letra de yo pisaré las calles nuevamente.

Del Palau de la Generalitat al Palau de la vulgaridad

Por lo menos, en Berlín, es el protagonista virtual, consciente o inconscientemente, de esa cutre versión de la tragicomedia de Beckett que se está representando en catalán y en Cataluña: Esperando a Godot. A los catalanes secesionistas es que siempre le va de coña, como diría Tardá, mientras esperan a un Godot salvador imaginario e imaginado. Es el papel metafísico que le ha dado sentido a esa obra del teatro de lo absurdo al que llevan siglos llamando independencia. Aquel Palau de la Generalitat que recorrían los espíritus de Casanova, de Maciá, de Companys y en el que dio la primera gran lección de seny Tarradellas, era talmente un Versalles a lado de ese otro Palau que han recorrido los fantasmones de Puyol, Maragall, Mas y el resto de prosaicos honorables mercaderes de Venecia.

Atrápame como puedas

No, de verdad, este esperpéntico vodevil de “Atrápame como puedas” que está representando Carles Puigdemont ante su respetable público, puede parecer un gran salto para el Procés, pero tal vez acabe siendo un paso atrás para la catalanidad. Si algo tuvo claro, alguna vez, Samuel Beckett, es que su inmortal Godot habría perdido toda su magia si hubiese incurrido en la tentación de haber salido a escena. Bueno, pues el Procés, a mis escasas luces, ha caído en la tentación del éxito a corto plazo y quizá en el clamoroso error del fracaso reflejado en las páginas de futuros volúmenes de historia. Las cenizas de Casanova, Macia, Companys, Tarradellas, deben estar removiéndose en sus tumbas contemplando como se convierte un Honorable President, un hipotético Godot, la idea imprescindible de un Dios salvador de la catalana terra, en un friki personaje de rabiosa actualidad. Vamos, como le pasaría a las cenizas del mismísimo Beckett, oye, si algún oportunista y osado director de teatro alternativo convirtiese a su paradigmático, enigmático y teocrático Godot en un vulgar personaje okupando un escenario en el West End. @mundiario

 

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