Algunos persiguen una traición ataviada de progresismo

Alberto Garzón y Pablo Iglesias. / www.que.es
Alberto Garzón y Pablo Iglesias. / www.que.es

Allega hermético un peligro amigo. Son los peores porque te pillan despreocupado, sin defensas. Tal desarme ideológico impide discernir el bien del mal; en definitiva, la catástrofe subyacente.

Algunos persiguen una traición ataviada de progresismo

A lo largo de los setenta del pasado siglo, partidos comunistas de Europa occidental, entre ellos el francés, italiano y austriaco, propiciaron un eurocomunismo al que se incorporó Santiago Carrillo. El insólito comunismo reconocía los sistemas democráticos como eje básico de su doctrina, negando además todo carácter revolucionario. Grecia y Portugal siguieron sin cortar ese aditamento umbilical que los mantenía unidos a la URSS, en vías ya de cierto revisionismo ideológico. Carrillo, secretario general del PCE, tuvo un papel destacado en la Transición cooperando activamente no solo en la elaboración del texto constitucional sino en los famosos Pactos de la Moncloa. Sobre ellos descansaron las bases políticas y económicas que fortalecieron la democracia en España permitiendo, a su vez, el periodo más largo de paz y de bienestar social.

Hacia mil novecientos ochenta y seis, en torno al PCE como célula vertebradora, se constituyó Izquierda Unida. De índole plural y organización federativa, ha desarrollado importantes servicios al país, tanto a nivel metropolitano cuanto autonómico con desiguales resultados. Lo mismo que otros, tuvo épocas gloriosas junto a momentos menos laudatorios. Sin embargo, dentro de su agitada historia, orlado por un currículo abarrotado de deserciones y sonoros rechazos, fue fiel a aquellos principios que implicaban la defensa singular del trabajador, de la justicia social y de la concordia. Superó diferentes cánticos de sirena que le proponían maridajes inconvenientes, quizás adulterinos. Probablemente, este detalle cuente a la hora de ser el único partido comunista sólido existente en un  país industrializado. No computan ni Grecia ni Portugal.

Allega hermético, pese a todo, un peligro amigo. Son los peores porque te pillan despreocupado, entusiasta, sin defensas. Tal desarme ideológico impide discernir el bien del mal; en definitiva, la catástrofe subyacente. Un partido opiáceo, quimérico, pero triunfador en esta coyuntura, es el perfecto incentivo para atraer a su seno a Izquierda Unida. Esta goza de un crédito, amasado en años, pero infecundo; aquel -mancebo osado- debe mostrar virtudes que no le avalan, ni mucho menos, sus frutos electorales. La propuesta esconde un claro afán de rapiña, de absorción, asimismo de apuntalamiento ante ciertas dinámicas sociales que preocupan a quien hace de la política su medio de vida. Izquierda Unida no debe dejarse arrastrar por el pretexto, pues sus carnes electorales están contusionadas por el abandono de pequeñas organizaciones, territoriales o no, que buscan un sol más candente.

Alberto Garzón -que me producía buenas impresiones, seguramente inmerecidas a lo que se ve- si llega a la Secretaría General, pudiera consentir y completar el desalojo de su partido. Según todos los indicios, la sigla (ilustre otrora) podría desparecer devorada por Podemos, con o sin complementos. Aunque lo preguntara insistentemente, jamás obtendría una respuesta razonable. ¿Cómo es entendible que decenios de protagonismo ejemplar en la Transición se arrojen por la borda con tanta inconsciencia? ¿Qué puede ofrecer Podemos más allá de cháchara hueca? ¿Qué especulación inclina a Garzón, o a quien sea, para pactar una alianza de la izquierda moderna, libre de prejuicios y lugares comunes, con un clan vetusto que pretende hacerla añicos? Ni derecha ni izquierda, proclaman; defienden un credo vertical dirigido, al modo de ese anuncio lavavajillas, a los de arriba y a los de abajo. Desentierran, en sus propuestas, los viejos sindicatos franquistas. No me extraña nada. ¿Por qué no puede conjugarse alrededor del PSOE o la misma Izquierda Unida? Es evidente, importan solo intereses espurios y ambiciones personales. Desde mi punto de vista, avideces dramáticas para los españoles si se consumaran.

Sea cualquiera el avanzado estado de las conversaciones para conformar el bloque Podemos/IU, Garzón no solo traiciona un digno devenir de su partido, sino la democracia y las libertades individuales de los españoles, que tanto dicen defender por otro lado. Ayer, una vez más, Pablo Iglesias mostró sin rodeos la esencia fascista que suele exhibir muy a pesar suyo. Lo mismo que  una lagartija, verbigracia, no puede revestirse de oso panda, tampoco a Iglesias le ajusta la máscara democrática. Yerra quien advierte únicamente singulares episodios de carácter. Este tiene un componente genético y otro adquirido. Por tanto, el carácter es un atributo; no constituye capítulo de la esencia humana. El espíritu fascista es connatural, sustancia del ser. El señor Iglesias rezuma fascismo, le fluye por los poros. Los que amamos la libertad hemos de desenmascarar a quien pretenda limitárnosla. Sin rodeos ni descanso.

Pese a su naturaleza totalitaria, a los intentos de embozar la libertad de expresión y de información, aun es más delicado el atrevimiento de atribuir mayor solidez a un acto universitario que a las ruedas de prensa. A su pesar, ningún comunicador convirtió el salón de conferencias en una casa de lenocinio, vulgarmente casa de putas, como hizo él años ha cuando Rosa Díez pretendió dirigir su palabra en aquel recinto, hoy elevado a los altares por un miembro de la endogámica institución, no sé si educativa.

Conjeturo escasa probabilidad, salvo alarmantes signos psicóticos en mis compatriotas, de que Podemos -absorbida y silenciada Izquierda Unida- supere al PSOE. No obstante, Garzón dejará de ser el fetiche de la izquierda para convertirse, junto a un Iglesias desaforado, en cómplice maligno de la ultraizquierda. No lo olviden amigos, los extremos se tocan.

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