Beefeater, my friend

En un restaurante algo fisno, después de tomar nota de los platos y el vino, el camarero insistió en pregu
En un restaurante algo fisno, después de tomar nota de los platos y el vino, el camarero insistió en preguntar si los señores querrían agua. "Yo no. Ya vengo lavado de casa", contestó uno de los comensales.

Se conoce que aquí, en esta nazón de Breogán o lo que sea, el agua no nos pierde. Es normal. No es fácil valorar una cosa que cae del cielo con una perseverancia casi molesta. Aquí hay fiestas de exaltación de muchos líquidos: caldo, decenas de vinos, sopas de burro cansado, aguardientes, queimada... Pero del agua... una o ninguna.

En definitiva, que el agua no es lo nuestro. La vemos caer a plomo sobre las piedras de Santiago, fluir incluso con rabia por el cauce del Miño o enfurecerse bramando frente a la Costa da Morte. Está encerrada en las botellas de Cabreiroá, Fontenova o Mondariz, en las burgas de Ourense o en las termas de A Toxa. Y listo.

Los gallegos parecíamos, de hecho, tener al agua dominada. Nos venía quinindiola el anuncio ese de Bruce Lee que es ya dogma de fe en la religión catódica. "Be water, my friend". Sí, hombre, sí, si aquí no es que caiga water por todas partes, es que prácticamente somos water, my friend.

Hasta que pasó lo de octubre, hasta que la water de las narices convirtió Cee en una macropiscina municipal y Vimianzo en un desleal competidor del Sil. Aquí, donde la lluvia era arte, se transformó en drama.

Dice ahora el conselleiro de Economía que la culpa fue de la climatología, del urbanismo descontrolado, de la falta de infraestruturas y hasta del cha-cha-cha, pero no de algo en lo que el actual bigobierno bipartito pueda tener cierta responsabilidad, como los incendios de agosto. Y es cierto que si no cayeran chuzos de punta nada hubiera pasado, y si no se construyera en los cauces fluviales, pues otros gallos nos cantarían, y que si las canalizaciones fuesen de lujo no se habrían desbordado, pero, hombre, eso de que la ausencia de vegetación impide la retención del agua y agudiza el problema, también suena a sentido común.

Negar la influencia de los incendios en las inundaciones es casi tan extravagante como pedir un agua en la barra hecha de formica y caballetes de madera que hay frente a la orquesta en toda sesión vermú que se precie. Ahí se pide "un cubata pero de ginebra", y cuando llevas unos cuantos, se dice un "gin-tonic de Coca-Cola", como escuchó un amigo en una romería de Navia, en el mismo lugar donde uno de los vecinos comentó, desilusionado: "Boh. Esta verbena non vale nada. ¡Non hai nin a quen darlle unha ostia!"

Total, que a este paso el tema del agua acabará siendo un tabú oficial, como lo de la ponencia sobre el Estatuto, de la que gracias a una decisión rabiosamente democrática no sabremos nada hasta que esté concluida. No nos sorprendería ver a la Xunta alentando un "cambio tranquilo" en el monólogo del bueno de Bruce Lee (que copiamos del Tubo aquí abajo para los más despistaos o los más nostálgicos de la filosofía de nunchaku) para que en su kungfuso sermón sustituya su lacónico e inoportuno "Be water, my friend" por un más animado y progresista: "Beefeater, my friend".