El teletrabajo, esa oportunidad que estamos a punto de desaprovechar

Mujer en teletrabajo. / Pixabay
Mujer en teletrabajo. / Pixabay
Mientras que los grandes líderes mundiales se preparan para discutir estrategias que eviten el colapso del planeta, las empresas vuelven a requerir la presencia de sus trabajadores en las oficinas. 
El teletrabajo, esa oportunidad que estamos a punto de desaprovechar

Hace exactamente dos años y ocho meses, escribía para otro medio un artículo que titulaba “Productividad, Energía y Trabajo”. Me van a permitir que reproduzca parte de aquel texto prepandémico que ahora me parece de un recuperado interés. Decía así:

“…El teletrabajo es otra de esas realidades promisorias que no terminan de cuajar. Y no hay nada insalvable que lo impida. Conozco de cerca unas cuantas experiencias de home office plenamente satisfactorias para trabajador y empresa. La cuestión es que tales iniciativas, a pesar de su éxito, se limitan a media jornada a la semana, a un día completo como mucho. Las organizaciones amagan pero se retraen...

¿Para qué está la tecnología?, me pregunto. Hoy en día, la mayoría de trabajadores pueden desarrollar sus funciones sin necesidad de desplazamiento. Consideremos las herramientas avanzadas de chat online, por ejemplo, que permiten conversaciones orales o escritas, entre dos interlocutores o múltiples, con pantalla compartida, con intercambio de ficheros, con imagen de vídeo, etc. Teniendo en cuenta la estructura del trabajo en España, alrededor del 60% de los puestos se podrían ejercer desde el domicilio del trabajador. Si la semana se reparte 60% en casa, 40% en oficina, alcanzaríamos un ahorro de desplazamientos del 36% lo que implica el ahorro consiguiente de combustible y la mejora inmediata del tráfico.

Productividad laboral y ahorro energético

El teletrabajo implica, sin duda, la mejora relevante de la productividad laboral y un sustancial ahorro energético. ¿Alguien puede explicar por qué no es un objetivo esencial de la estrategia económica y laboral?

Un año después de aquel artículo, estalló la pandemia en el mundo y cada aspecto de nuestra vida se vio sometido a un cuestionamiento profundo, también el ámbito laboral. Las empresas reaccionaron de un modo heroico en muchos casos. En un tiempo récord, dieron solución al reto del teletrabajo y un proceso que podría tardar décadas en implantarse, entró en funcionamiento en cuestión de semanas. La mayor parte de los trabajadores afectados (siempre hay excepciones, claro) asumió de forma igualmente admirable los nuevos requisitos profesionales, al tiempo que se beneficiaba de las importantes ventajas que éstos le reportaban. La conciliación era más fácil, al evitar desplazamientos se permitía dedicar tiempo antes baldío a tareas gratificantes, los niveles de ansiedad se reducían y, en suma, la flexibilidad ocupaba espacios hasta entonces reservados a la agenda y la rigidez.

El teletrabajo supuso una relajación en los índices de contaminación, mejoró la calidad del aire y se produjo un todavía no cuantificado ahorro energético. Así pues habíamos construido sin querer un triángulo mágico de benefactoras consecuencias: mayor productividad general, mejores condiciones de vida y menores niveles de CO2 en la atmósfera. Era una especie de regalo del destino, que quizás intentaba compensar de esa manera las terribles consecuencias que la pandemia dejaba en otros órdenes.

En unos días comenzará la COP26, la 26ª Conferencia de las Naciones Unidas para el Cambio Climático, el gran evento que tiene en máxima expectación a tanta gente de cualquier lugar y condición. Durante casi dos semanas, se escucharán decenas de voces autorizadas, entre ellas las de los principales líderes mundiales. Se llenarán la boca con declaraciones grandilocuentes, solemnes objetivos y planes macanudos. Ninguno de ellos habrá movido un dedo seguramente para hacer que cristalizase la gran revolución laboral que podía haber supuesto la irrupción del teletrabajo por la pandemia. Porque la mayoría de empresas e instituciones están volviendo a la cruda realidad del presentismo en las oficinas, de los desplazamientos masivos y de la diaria agresión innecesaria a nuestro agonizante medioambiente. Estos meses de pandemia han demostrado que ese modelo basado en el traslado casa-oficina para el ejercicio profesional está caduco. Que la tecnología permite trabajar desde el hogar sin que se resienta ninguna variable de gestión realmente significativa. De nada sirven los golpes de pecho alarmando por la situación del planeta si ni siquiera sabemos aprovechar las oportunidades que de vez en cuando nos brinda la propia naturaleza. @mundiario 

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