Roxana Popelka describe las pequeñas catástrofes de lo cotidiano en 33PPM

33PPM, de Roxana Popelka./ Bartleby Editores
33PPM, de Roxana Popelka./ Bartleby Editores

"...y solo tienen 16, sus rostros embadurnados de maquillaje madrugan, se arreglan con esmero, aunque no es necesario ocultar nada a los 16", escribe la autora.

Roxana Popelka describe las pequeñas catástrofes de lo cotidiano en 33PPM

Etiquetar a un autor o un poemario es fácil si nos quedamos en la superficie de lo expresado. Lo sería también quizá en una obra como 33PPM, publicada por Bartleby Editores, pero no me atrevo a hacerlo, especialmente cuando la categoría de "poesía social" se ha convertido, por su frecuencia de uso, en una clase de cualificación reduccionista de estilo y contenido.

33PPM es un poemario en el que el fragmento, la anécdota, la anotación y la casualidad se advierten como resonancias de una realidad profunda en la que el sujeto ha sido aniquilado por los convencionalismos de una sociedad que, como define el propio Castells, se ha resignado a vivir bajo el monopolio de la imagen y de la imagen como objeto consumo.

La poesía de Roxana Popelka es pura etnografía, un crisol de acontecimientos que se fugan de un núcleo vivencial mucho más enérgico que lo que aparenta. Se fugan de un vórtice que los versos evidencian en detalles inéditos, introspectivos a la vez que universales.

Asoma la corporeidad de lo femenino como un reclamo de experiencias que comprenden desde la infelicidad y el prejuicio hasta el maltrato o el conformismo como forma de supervivencia: "quiero que mi peluquería se anuncie en internet/ y hacer extensiones/ y que las extensiones de las extensiones se conviertan en sacos de plumas esparcidos por el local (...)" (pág. 37).

La poesía de Popelka se mueve en la angostura, en las estrecheces, en las sugerencias que sumen a los sintagmas en una expresión que combina momentos de intenso lirismo con otros que desafían al eslogan: "recuerdo excusas discretas sin propina vestidas/ de uniforme (quítate la falda las medias quítatelo)/ ahora son portales en blanco y negro/ hombres cargando ¿más sacos de ese cok?/ restos de platos sucios hollín esparcido (...)" (pág. 19).

Esa heterodoxia verbal, que recuerda a Szymborska, nos adentra en microcosmos urbanos que significan mucho más que una mera protesta, porque, si deja algo claro 33PPM, es que la protesta no es la única manera de estar en el mundo, sino el principio de ser, de realizarse, de emocionarse dejando atrás la frivolidad y el inmovilismo de quienes deciden esperar en vano a que la suerte cambie dentro de un contexto mediatizado por la felicidad más artificial que procura el consumismo. Estúpidos: " (...) pero soy un artista"/ mientras tanto tracey sostiene/ un buen puñado de billetes/ en su entrepierna/ y titula su obra/ lo tengo todo" (pág. 28).

Una visión de las adolescentes, entre derrotista y maternal, participa también de otra que va más allá de la mujer como amante y amazona,  para convertirla en una clase de heroína en una sociedad en la que una pandemia de antihéroes parece contagiar todo: "y yo te hablo de cuando la maternidad carecía/ de significado/ y de depresión posparto/ entonces esta vez me escuchas con/ atención esta vez sí (...)" (pág. 48)

No me atrevo a etiquetar a 33PPM porque subyace un mensaje febril, incómodo, visceral, ajeno a ese afán por defender de forma explícita derechos civiles o situaciones de injusticia. No, no es eso. Hay algo más. Popelka sabe que ha de moverse en los márgenes, como Dylan Thomas, para lograr ese efecto eficaz de la reflexión como emoción, pues, de alguna manera inexplicable, el lector reconoce en estos versos que hay un componente trágico detrás de esa forma de indagar en los objetos, en las superficies, en los rostros, en los reflejos, en el maquillaje, en los anuncios, en caramelitos de fresa, en los asientos de atrás: "hubo un tiempo de mujeres solas condenadas/ al vacío desprestigio general no traspasaban/ umbrales imposible/ desconocían palabras como jauría vulva/ satisfacción abandonadas a tipos raros/ no las amaban (...)" (pág. 45)

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