Peregrinos del absoluto, de Rafael Narbona, un acercamiento al sentir místico

Rafael Narbona, autor de "Peregrinos del absoluto"
Rafael Narbona, autor de Peregrinos del absoluto.

Con la lectura de estas semblanzas biográficas de hombres y mujeres extraordinarios, nos sentimos deslumbrados por la belleza poética de su enorme entrega a lo espiritual.

Peregrinos del absoluto, de Rafael Narbona, un acercamiento al sentir místico

En Peregrinos del absoluto, de Rafael Narbona, encuentro una interesantísima aproximación a la mística a través de doce distintos personajes de la historia. La inclusión de Teresa de Jesús o de Juan de la Cruz era de cajón, pero, a partir de ahí, la elección se hace bajo criterios más personales, ampliando el campo de la consideración de la mística hasta extremos comúnmente no considerados. Así ocurre con la inclusión de Cioran, William Blake o George Bataille, buenos literatos, y cuyo universo mental está aquí muy atinadamente retratado, pero que no cumplen con esa convenida premisa de que la mística debe ir unida a lo religioso o a lo espiritual. El autor lo justifica así: “Podemos ampliar, no obstante, el ámbito de la mística. Si entendemos que es una experiencia del absoluto. Dios, el Espíritu, el Todo, el Universo, el Ser o incluso la Nada son susceptibles de movilizar la conciencia inspirando una vivencia mística”. A continuación, y clasificando a estos hombres y mujeres seleccionados, en una escala de menor a mayor grado de mística convencional, nos encontraríamos con Rilke, como muy acertado representante de la cercanía de la poesía con el misterio. En un espacio más próximo a lo puramente religioso, figuran aquellos que filosofaron acercándose a la figura de Dios, como Miguel de Unamuno, Blaise Pascal, o Soren Kierkegaard. Después, quienes aplicaron su espiritualidad plenamente a sus vidas, aunque desde fuera de las comunidades religiosas, como Simone Weil o Etty Hillesum. Finalmente, llegaríamos a los que pertenecieron a ellas, como Thomas Merton, Teresa de Ávila, o Juan de la Cruz.

Narbona se aproxima a la compleja idea de lo místico a través de la multiplicidad expresiva que ofrecen las referidas vivencias de estos personajes. Antes, en la introducción que sigue al prólogo de Javier Gomá, no oculta su simpatía hacia esos hombres y mujeres que no despilfarraron su vida en el puro ejercicio de la nimiedad sino que la ocuparon en intentar comprender su posición frente a aquello que nos contiene, que está muy por encima de las relativas y parciales manifestaciones del mundo: el Absoluto. El autor nos habla de la necesidad que algunos sienten de conectar con una potencia superior: “Dios está escondido, pero nos envía signos que mantienen viva la llama mística de la esperanza”, “La llama mística sigue viva en la época del eclipse de Dios”, “La nostalgia de infinito continúa encendiendo nuestra mente”. La mística es una acercamiento al misterio, nunca una resolución del mismo, sino una intuición que se siente como verdadera sin que se pueda dar una precisa explicación: “Lo místico apunta a las verdades más profundas, a lo más íntimo e inefable. Esta tensión revela que la raíz última de lo real no es visible”. “No pidamos certezas ni evidencias. La fe no se arrodilla ante el altar de la razón: camina por la noche oscura, sin otra lumbre que un amor ciego y una sed inextinguible”. La mística es así un terreno fácil para el escéptico. De hecho,  siempre se han pretendido refutar esas experiencias extraordinarias, acudiendo a explicaciones fisiológicas. En ese sentido, se han esgrimido las distintas enfermedades que padeció  Teresa de Ávila y que pudieron afectar a algunas de sus manifestaciones psíquicas. También leemos en este libro que Pascal no tuvo “desde los 18 años ni un día sin dolor”,  o las continuas migrañas o problemas oculares de Simone Weil. Hablando de esta última, tanto como de Etty Hillesum, Narbona nos dice: “Ambas sucumben a estados de ensoñación donde la poesía se atisba como metáfora o signo de lo inefable. Sus vivencias, lejos de reflejar un desorden neurótico, las ayudan a madurar  y enriquecen sus relaciones humanas, acentuando sus tendencias compasivas”. Es decir, que cabe hacer distinción: “Las alucinaciones destruyen el cuerpo y la mente; las visiones místicas fortalecen el espíritu y ayudan a encarar la diversidad con coraje”. Y es que “las visiones no son alucinaciones visuales, sino estados de clarividencia”. Y “el místico o contemplativo nunca llega a tener una idea clara de Dios. Simplemente, se abandona a Aquel que se encuentra más allá del saber nítido”.

Para Teresa de Ávila la experiencia mística es goce y sufrimiento a la vez, es “una herida dichosa”. Pero es también una fuerza que ayuda a vivir en las peores condiciones. En donde esto más se manifiesta es en la deslumbrante invulnerabilidad de Etty Hillesum, quien, en medio de la atrocidad nazi, que finalmente sería la causa de su muerte, decía cosas como estas: “La vida me parece tan bella y tan llena de posibilidades, a pesar de lo que ocurre”. O este increíble: “Creo en Dios y creo en la gente”. O más aún, lo que dice en el campo de concentración: “¡Hay en mí una felicidad tan perfecta y total, Dios mío!”. Y es que aseguraba vivir constantemente en intimidad con Dios. ¿Autosugestión? ¿Una historia mágica que se contaba a sí misma para crearse un refugio con el que combatir el infierno exterior? No lo sabremos del todo. Lo que es seguro es que, para ella, la experiencia mística era un acto de amor, y el amor es ese sentimiento incontestable que aún no se ha podido demostrar científicamente; si acaso, solo las obras nos lo confirmarían. La última frase de su diario fue esta: “Quisiera ser un bálsamo derramado sobre tantas heridas“.

Una de las características comunes de los místicos religiosos incluidos en el libro es su heterodoxia con respecto a la Iglesia.  Así, se nos dice que Soren Kierkegaard no simpatizaba con ninguna. El día de su muerte llegó a rechazar la comunión que le ofrecía un clérigo. Simone Weil que era judía y quedó seducida por el cristianismo, sin embargo, se negó a ser bautizada, pues se quiso solidarizar así con todos aquellos seres humanos que no entraban en la iglesia pero que se merecían lo mismo. De esa institución llegó a decir: “Ha sido un gran animal totalitario”. No digamos de lo que tuvieron que bregar Teresa de Ávila o Juan de la Cruz con los poderes eclesiásticos de la época. Estos místicos necesitaron defenderse de quienes los acusaban de presunción, de considerarse superiores a los demás, dueños de una mirada más completa. Sin embargo, su mayor afán era el de mantener a raya sus pecados. Teresa estaba en contra de la mortificación física pero a favor de la interior, que significaba el combate con el orgullo y la vanidad. Etty Hillesum se decía a sí misma “No sobrevalores esa intensidad interior que, a veces, te hace sentirte elegida para algo grande y más importante  que el resto de las personas llamadas corrientes, de cuya vida interior, sin embargo , no sabes nada”.

El núcleo principal de la mística es ese encuentro con la Presencia. Pascal se convirtió a los treinta años, cuando la sintió sin poder explicarla mediante las herramientas de la razón. Simone Weil hablaba de una Presencia personal “más cierta, más real que la de un ser humano”. Teresa decía hablar con Dios y percibía su presencia como algo vivo y real. Y eso podemos creérnoslo o no. A los protagonistas de esas vivencias no les importaba mucho el descrédito, la duda, la suspicacia general, y ni siquiera la acusación de locura. Thomas Merton decía: “Lo esencial no es probar la existencia de Dios, sino experimentar su presencia”.

En cualquier caso, con la lectura de estas semblanzas biográficas de hombres y mujeres extraordinarios, nos sentimos deslumbrados por la belleza poética de su enorme entrega a lo espiritual. Como dijeran Edith Stein o Blaise Pascal: “Dios no se rebela a la razón, sino al corazón”. Igual que no podemos sentir el dolor del otro sino solidarizarnos con él, empatizar valiéndonos de nuestras experiencias o vislumbres, tampoco podemos sentir esos arrobos que experimentaron esos seres de vida excepcional. No obstante, Peregrinos del Absoluto resulta tan apasionante por esa magnífica forma de concentrar lo más significativo de unas mujeres y unos hombres que hicieron de la búsqueda de lo Absoluto una guía suprema, su fuerza contra todas las humanas inclemencias, la razón de un intenso y extraordinario existir. @mundiario

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