Las islas Sisargas, el arca perdida para la memoria

Illas Sisargas. / Juan Cedrón
Islas Sisargas. / Juan Cedrón

Cerca de esta relativamente moderna instalación farera de la que se cumplen 100 años, quedan los restos de otro más antiguo faro, este erguido en el año 1853 que, durante mucho tiempo, era atendido diariamente por cuatro fareros y sus familias

Las islas Sisargas, el arca perdida para la memoria

La Autoridad Portuaria de A Coruña quiere mejorar los equipos técnicos del faro de las islas Sisargas. De este modo pretende garantizar el adecuado funcionamiento de esa señal marítima y subsanar deficiencias con una inversión de 11.000 euros. Instalará diez nuevos paneles solares y una nueva lámpara led más eficiente que la actual, además de otras atuaciones de reforma y modernización de toda la instalación manteniendo el alcance y las características del faro.

Una empresa especializada en señales marítimas comenzará los trabajos para viabilizar el proyecto. Será en cuanto las condiciones de mar y viento  permitan el desplazamiento del personal que se encargará de los mismos y del traslado a la Isla Grande de los nuevos equipos. A lo largo del presente año se ampliará la instalación fotovoltaica. Esta se complementará con otra fuente de energía alternativa: la eólica, que se captará mediante un aerogenerador. Así se garantizará el funcionamiento del afro en todo momento y a largo plazo.

La decisión de la Autoridad Portuaria de A Coruña, responsable del buen funcionamiento de este faro -uno de los once existentes en el contorno de A Costa da Morte y el más solitario de todos ellos- indudablemente en bien recibida. Pero se echa en falta otra intervención de la misma AP en el sentido de poner a buen resguardo la historia, larga y dura, reseñada en los libros de bitácora de esta instalación que ha acogido no solo a decenas de fareros sino a las familias de estos que, a duras penas, sobrevivían de la explotación de un huerto y una pequeña granja con aves de corral, cabras y ovejas que les suministraban los esencial para su sostenimiento.

Los fareros, hasta la automatización del servicio del faro en el año 2002 -desde entonces es controlado por el faro de Punta Nariga (localizado en la aldea de Barizo, en el mismo ayuntamiento de Malpica, al que también pertenecen las Sisargas)- permanecían en su puesto de trabajo entre 10 y 15 días. Incluso más, si las condiciones del mar no permitían el relevo, como ha ocurrido en múltiples ocasiones. En estos días de permanencia obligada en el faro y las viviendas, los hoy técnicos de señales marítimas -muy pocos quedan ya en toda España y ninguno en Galicia, actualmente- han escrito historias muy duras vividas directamente por ellos como consecuencia de los fuertes temporales de mar y viento que constamente azotaban y aún hoy azotan estas islas -la Malante, la Chica y la Grande (en la cima de esta se encuentra el faro que ahora se quiere adecuar debidamente), amén de varios islotes poblados todos ellos y las propias islas de distintas especies de gaviotas, cormoranes moñudos, arao ibérico, vencejo real, etc.- en las que la figura del encantador de serpientes que fue San Adrián, en el cabo del mismo nombre y con romería anual, complementaba  la de la desaparecida Santa Mariña, cuya capilla fue asaltada y destruída por los piratas en el siglo X.

Las páginas escritas por los fareros -torreiros, eran denominados también por los habitantes de Malpica que contribuyeron con su esfuerzo personal a levantar el faro actual subiendo a pulso las piedras en esos farallones de cien metros de altura que sirven de base a la edificación- se han ido perdiendo por efectos de la humedad y el abandono. Todo ello a pesar de las llamadas de atención al respecto efectuadas por distintos colectivos que reclamaron la cesión de esas históricas páginas al ayuntamiento de Malpica y sin que, al menos que se sepa, se hubiera atendido tal petición, lo que hace pensar en un deterioro consentido e inexplicable.

Cerca de esta relativamente moderna instalación farera de la que se cumplen 100 años, quedan los restos de otro más antiguo faro, este erguido en el año 1853 que, durante mucho tiempo, era atendido diariamente por cuatro fareros y sus familias, que se habían ingeniado para convertir en huerta una parcela de monte y, muy próximo a esta, esa pequeñas granja a la que antes nos referíamos y de la que se servían para lo más elemental de su alimentación, pendientes siempre de los víveres que el barco de los fareros pudieran suministrales cada dos o tres semanas, si el tiempo lo permitía.

La islas Sisargas, hoy deshabitadas, se mantienen  sin apenas modificaciones. Su climatología especial, con predominio de fuertes vientos y grandes olas, no facilitan la llegada a la Isla Grande –la única que dispone de un precario embarcadero y cerca de este de una pequeña cala– de posibles visitantes. Antes lo hacían muchos marineros de Malpica; pero ahora es el reino de las aves. Los graznidos de estas ensordecen totalmente a cualquiera que ponga ahí pie a tierra. Los más habituales son los percebeiros que, con licencias o sin ellas -el furtivismo se practica desgraciadamente sin intervención de ninguna autoridad- acceden a los roquedos para extraer ese excelso manjar que es el percebe por el que tantas vidas se han perdido en la contorna.

Las mismas islas Sisargas han sido testigos mudos de la extraordinaria actividad ballenera que en tiempos tuvo Malpica (el gran soñador que fue el pintor del mar Urbano Lugrís plasmó como nadie la misma) y que llevó a tierras suramericanas un buen número de marineros de esta costa que, en gran medida, contribuyeron a enseñar a cazar ballenas a los marineros locales.

La documentación albergada durante tantos años en el faro de la Isla Grande, el faro de Sisargas, se habrá perdido en gran medida. Seguro que podría ser de un gran valor para los estudiosos del mar y sus accidentes. Pero la desidia trae estas consecuencias: modernizamos el continente y dejamos que se pierda el contenido. Y no será, repito, porque no se le haya dicho a la Autoridad Portuaria lo que estaba ocurriendo.

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