“Historia de una lata”, una historia sencilla y hermosa

Portada de “Historia de una lata”, de Begoña Ibarrola. / Mundiario
Portada de “Historia de una lata”, de Begoña Ibarrola. / Mundiario

Me permito aconsejar la lectura de un sencillo cuento de Begoña Ibarrola: “Historia de una lata”.

“Historia de una lata”, una historia sencilla y hermosa

Es cosa sabida que uno de los signos fundamentales de la sociedad actual es la rapidez con la que se producen los cambios en todos los terrenos: ciencia, tecnología, comunicaciones, pensamiento, etc. A ello hay que añadir la facilidad con la que el conocimiento de estos   cambios se transmite de un lugar a otro a través de los medios de comunicación de que se dispone hasta en el último rincón del mundo.

Pero para que los miembros de la sociedad puedan beneficiarse de estas transformaciones es preciso contar con su predisposición  para adaptarse a ella, en beneficio propio y de la colectividad de la que forma parte el individuo.

A su vez, la disponibilidad de los individuos  para adaptarse,  exige una formación permanente, condición que poco tiene que ver con la edad, porque ese adiestramiento durará hasta la jubilación; e, incluso, después de ella, si la persona desea seguir integrada en el mundo.

Tal vez uno de los mayores frenos al progreso lo constituye la resistencia numantina a aceptar y adaptarse a los cambios de todo tipo, muy frecuente, que, en general, no está condicionada por la edad.

La formación permanente, por modesto que sea el puesto de trabajo, es una herramienta fundamental para el crecimiento profesional; y quien no esté dispuesto a asumirlo, permanecerá esclavo de su inadaptación y se quedará cada día más atrás.

Me permito aconsejar la lectura de un sencillo cuento de Begoña Ibarrola: “Historia de una lata”. A través del envase de un refresco nos muestra su capacidad de adaptación a cada circunstancia, su capacidad para reinventarse ante cada nueva circunstancia de la vida: ingrediente de “un cuba libre”, juguete de un perro vagabundo, guardalápices de un niño, maceta de una anciana,... 

Recuerdo que en un curso de formación para marginados sociales, el primer día les conté esta sencilla historia y, al finalizar el programa, hicimos un sencillo regalo a cada participante, debidamente envuelto y con un lazo. Nunca olvidaré la emoción de aquel grupo de hombres y mujeres apaleados por la vida, cuando al desenvolver el obsequio vieron el cuento  “Historia de una lata”; algunos hasta lloraron, al comprender la necesidad  de reinventarse cada día.

Si importante resulta la formación permanente en el orden profesional, no lo es menos en el terreno del crecimiento personal, también independientemente de las hojas del calendario. Yo lo llamo tener siempre abierta la ventana de la curiosidad para recibir aire fresco, mirar el horizonte, ver cómo viven quienes nos rodean, cómo piensan. Hay que abandonar la comodidad si queremos seguir integrados en el mundo en el que estamos, y para ello es fundamental conocer las nuevas formas de vida, pensamiento, las herramientas que el progreso pone a nuestra disposición, las costumbres, la cultura, etc. Me apresuro a decir que conocer no es sinónimo de compartir, estar de acuerdo. No actuar así conduce a la vejez.

Y termino. La formación tiene que ver más con la mentalidad que con los títulos, diplomas y certificados. @mundiario

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