Diario de un poeta - 23 de octubre

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Ciudad. / Pixabay

Por la madrugada, desperté de mi sueño al oír que unas ramas crujían en la pared y la ventana. Me quedé contemplando la negrura de la noche, que penetraba en todo rincón del cuarto.

Diario de un poeta - 23 de octubre

Por instantes, no dejé de pensar en lo que viví en el día anterior -imágenes del trabajo, personas yendo y viniendo, el hedor de las aceras y los caños en las calles del centro de la ciudad, el agua de la lluvia que corría para escabullirse en los recovecos de las cloacas-, pero la pesadez en los párpados me venció.

La noche deja entrar nuevas luces. El ruido del agua, en su pertinaz golpeteo en el techo de la casa, me da la tranquilidad suficiente para seguir soñando.

Pero -cabe decirlo con honestidad- no estoy preparado para ser un hombre común. En esa efímera eternidad en que nos consumimos diariamente, en el trabajo y los postulados más rígidos de los negocios, pasando tiempo en una silla para generar acaudalamiento económico a una empresa, yo soy una partícula más en el universo.

A pesar de ser único, entre la gran masa soy igual y me consumo tratando de entender hacia dónde voy. Tal búsqueda es recurrente, como una comezón atroz o el piadero de un pájaro que se trepa en una rama de cierto almendro en cierta ciudad.  

Me confieso y, repito, no estoy preparado. Cada vez que cruzo la calle, mi pensamiento incluye reminiscencias de antiguos yo caminando por ahí mismo -por aquí mismo también, porque estas palabras alguna vez me las he dicho-, sucediéndose entre la mañana y la noche. He descuidado el son de mis pasos, porque creo que ya tienen otro ritmo, pero hoy tienen una voz auténtica. No soy quien pensé ser cuando niño; soy quien he decidido ser.

Tengo flaquezas, defectos, aristas donde nadie quiere entrar; pertenezco a un mundo donde la vida es transitar y acontecer. En ocasiones soy parte de esa rutina casi ineludible y trato de cubrirme el rostro, ponerme una máscara y cumplir con “mis obligaciones” como humano del Siglo XXI; sin embargo, cuando sigo caminando por la calle, me cruzo con alguien y ése alguien tiene el mismo rostro que el mío, reparo y vuelvo a la misma pregunta que me he hecho desde la adolescencia: “¿Hacia dónde voy?”.

Es tan fácil dejarse arrastrar por la vorágine del mundo, sentirse ilustrado y vendido… porque tanta es la rapidez con que se mueve la vida actual que no reparamos en pensar quién está junto a nosotros y cómo está frente a la vida, qué pensamientos arrojan sus ojos ni qué tan protegido o desprotegido se encuentra por la misma perra vida.

¿Cuándo es el tiempo justo para mirar al frente? Mientras termino de escribir ahora mismo esta reflexión, solamente viene a mi cabeza que ese tiempo sucede de manera inesperada, como el viento que llega del norte en un otoño cualquiera y toca, con su lija invisible, tu vida. @mundiario

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