A propósito del innovador shampoo 'anticasta' de Pablo Iglesias

Pablo Iglesias.
Pablo Iglesias.

La soberbia y la arrogancia emergen como denominadores comunes entre los líderes de la casta y el líder de Podemos. La humildad no cotiza en la Bolsa de Valores electoral española.

A propósito del innovador shampoo 'anticasta' de Pablo Iglesias

La soberbia y la arrogancia emergen como denominadores comunes entre los líderes de la casta y el líder de Podemos. La humildad no cotiza en la Bolsa de Valores electoral española.

Todavía no se ha subido a un coche oficial, aunque los augures afirmen que todo se andará. Aún no ha conseguido podio electoral, aunque rozó la tercera plaza en las últimas elecciones europeas. Aseguran las profecías del CIS que le espera un prometedor futuro como llave para formar gobiernos municipales, autonómicos y probablemente estatales, pero sigue siendo una incógnita el número de partidos políticos que están dispuestos a ofrecerle sus cerraduras y consumar con él un hipotético coito postelectoral. Algunas veces le salen ramalazos de Karl Marx, ideas de El Capital convenientemente adaptadas a la “Generación Pusilánime” que engendró la “Generación X” de los Bret Easton Ellis, esos señores cincuentones que descubrieron el “Menos que cero” como nuevo paradigma que ha desbancado al lejano hallazgo del legendario “cero” arábigo. Pero, otras, le salen talmente ramalazos de Groucho Marx, a ver si me entiendes, con actitudes marxistas tan pragmáticas como aquella que reflejaba una de las más sarcásticas frases atribuida al célebre hermano que compartió Camarote con Chico, Harpo y Zeppo: “Estas son mis ideas, si no les gustan tengo otras”

Y, sin embargo, ese chico que lleva un horror deslumbrando al personal, con la melena recogida y su proyecto ideológico desmelenado, necesita más que nadie la voz de un lacayo que le vaya repitiendo en su camino triunfal hacia los Olimpos políticos: “¡recuerda que sólo eres mortal!” Cuanto más intenta parecer un “descastado”, más se parece a las señoras y señores que se han “amorcillado” y siguen amorcillándose en la Nomenklatura nacional. Porque, no nos engañemos, el factor común de todos los “dirigentes” que hemos padecido los españoles “dirigidos” desde que recuperamos la democracia, ha sido la soberbia.

Aquellas otras soberbias...

Sí, sí. Aquella soberbia inicial del idolatrado Paco Fernández Ordóñez o el sobrevalorado Garrigues Walker etiqueta negra, practicando la segregación racial, ideológica e intelectual con Adolfo Suárez. Aquella otra de Alfonso Guerra, camuflando bajo humilde pana sus delirios de superioridad moral. La del Mesías Felipe, convencido de que podía caminar sobre las aguas del Estado de Derecho y de la Ley. La de Aznar, aquel muchachito de Valladolid que se pasó dos legislaturas codeándose exclusivamente con Dios y, en alguna ocasión de infausto recuerdo, con su vicario en la tierra, George Bush. La de ZP, que se creyó talmente Peter Pan rodeado de Campanillas (Fernández de la Vega, Elena Salgado, Carme Chacón…), y decidió rociar a 47 millones de españoles con polvos mágicos para hacer volar a nuestra imaginación, ay, hasta que más dura fue la caída. Esta última de Rajoy, que es una soberbia galaica, de retranca, en la que al final todo gira en torno al “depende” habitual de mi tierra que, traducido al idioma del resto de españoles, quiere decir “depende de lo que a mí me dé la gana”

Pablo Iglesias y su innovador shampoo “anticasta”

Cierto es, señores del jurado, que Pablo Iglesias aparece día sí y día también lavándose la imagen en público con un atractivo e innovador shampoo “anticasta”. Pero con los shampoos sociológicos antialgo, ocurre como con los shampoos tradicionales anticaspa, dicho sea sin ánimo de establecer odiosas comparaciones: que siempre son un espejismo. Siempre reaparece la dichosa caspa y la dichosa casta de la condición humana, en forma de nieve plateando las sienes o en forma de soberbia, arrogancia, complejo de superioridad y posesión de la verdad absoluta por encima de las verdades relativas de millones de individuos anónimos.

¿Por qué?, me pregunto cada noche al acostarme en esta España indignada. ¿Por qué las alternativas no se construyen nunca en torno a un líder humilde, tolerante, dialogante, capaz de rectificar como los sabios y dispuesto a convencer, en vez de vencer a cualquier precio, como llevan haciendo 35 años los sucesivos monstruos que hemos ido sacando de las chisteras de las urnas? ¿Por qué cotiza la soberbia y la arrogancia en la Bolsa de Valores electoral? ¿Por qué nuestra historia sigue considerando una debilidad, en vez de una grandeza democrática, la dimisión de Adolfo Suárez, el único inquilino de La Moncloa que dejó el palacio motu proprio, ligero de equipaje, casi desnudo como los hijos de la mar…?

Para mí que a los españoles nos va la marcha, el sado/maso, los caudillos, los proxenetas sociológicos e ideológicos y la madre que los parió a todos ellos.

Comentarios