Stefan Zweig, inmortal

Stefan Zweig. RR SS.
Stefan Zweig. / RR SS.
Biógrafo. Periodista. Novelista. Así, en ese orden. Stefan Zweig es uno de esos autores imprescindibles que todo amante de las buenas letras tiene que leer en el transcurso de su vida.

Biógrafo. Periodista. Novelista. Así, en ese orden. Narrador en el más dilatado sentido del término. Zahorí indagador de episodios de la historia universal (como los Momentos estelares de la humanidad), de vidas interesantes y por demás trágicas (como la de María Antonieta, reina de Francia, o la de María Estuardo, reina de Escocia) y creador de ficciones apasionantes y humanas como Veinticuatro horas en la vida de una mujer, Stefan Zweig es uno de esos autores imprescindibles que todo amante de las buenas letras tiene que leer en el transcurso de su vida.

Tal vez su cultura universal no haya sido tanto fruto de sus lecturas como de los numerosísimos viajes que emprendió mientras pisó el mundo. Es por eso que este austriaco vienés tiene la visión vasta, la mirada completa, la empatía cabal. Solamente así, observando y conociendo, el hombre llega a ser verdaderamente universal. Pues como Goethe, se hizo sabio, más que a fuerza de libros y textos eruditos, contemplando el maravilloso espectáculo de la naturaleza, recogiendo en su espíritu escenas y cuadros humanos y estudiando psicológicamente los hechos sociales que hacen de la Historia Universal un entramado tan digno de ser narrado.

Una de sus primeras obras que cayó ante mis ojos fue Tres maestros: Balzac, Dickens, Dostoiewski. ¿Biografías? O, mejor aún: ¿biografías más estudios de la obra de cada uno de los tres maestros? Quizás algo de esto y aún más. Pues Tres maestros es un tríptico narrativo de la vida de los escritores mencionados, una interpretación de sus obras y, además, un estudio de sus psicologías y de lo que los impulsó a crear sus respectivos personajes. Porque todo buen escritor, poeta o prosista —todo artista en realidad—, trabaja su creación teniendo presentes sus recuerdos, sus impresiones y sus deseos escondidos como canteras inagotables de una piedra maravillosa, y por eso la explicación del porqué de sus creaciones es una clave tan importante para comprender sus obras. Este libro lleva un prólogo firmado por Wenceslao Roces, y en él se asevera la imposibilidad de llamar a Zweig un literato joven o a su creación literatura joven. Es que el fondo de sus líneas es de una madurez de escritor consumado; su prosa es precisa, es un prestidigitador de palabras, y en ciertos momentos la eleva hasta el grado de la poesía.

No puede ser, nunca lo pudo, un escritor moderno o reformador vanguardista. Su prosa es clásica, dictada por las musas del Olimpo. Siempre evoca autores consagrados, bardos inmortales, y se sirve de sus adagios o citas. A veces peca de ser demasiado dionisiaco, un huracán de vocablos, pero es, por lo mismo, exquisito pintando con palabras, haciendo al lector vivir intensamente la historia, describiendo con detalle las situaciones más sencillas, pero no por ello carentes de importancia. Su obra está preñada de un sentido trágico y cósmico, retrata la condición humana; tiene la capacidad de sentir el goce de los placeres hedonistas así como de sufrir con los tormentos que a veces la vida pone en el destino; como dijo el mismo Roces: “Zweig escribe como el hombre procrea, gozando y sufriendo: amando”. Sería un digno representante de la escuela clásica, pues, como Sófocles y Aristófanes, descubre lo trágico y lo cómico del vivir.

En todos sus trabajos es no solamente narrador, sino también juez. En este último papel es en el que se dejan ver sus destrezas de psicólogo y ensayista crítico. Aquí es en donde entra su pluma de descubridor de psicologías, y así es a veces defensor a rajatabla y otras, acusador implacable. En el libro María Antonieta, por ejemplo, hace, además de un relato de la vida de la biografiada y un fresco del contexto sociopolítico en el que se desenvolvió, una justificación de algunas de las acciones y conductas de los actores y un enjuiciamiento de sus derroches, negligencias y excesos. Ese libro, que al principio parecería ser una ácida crítica de la vida de la esposa de Luis XVI, termina siendo —¡viraje sorprendente!— una justificación y hasta una defensa de la soberana de Francia. Zweig hila y concatena hechos aislados, leyéndolos de una forma audazmente innovadora, como ningún biógrafo anterior, haciendo unidades allí donde solamente había secuencias fragmentadas. Pero además del rigor histórico, el lector halla una prosa bullente, explosiva, con descripciones explicativas de mentalidades y pensamientos. Capta enigmas de la acción y del sentimiento para otros insondables. Pero no enjuicia ligeramente, sino que lo hace entendiendo el contexto en el que actúan sus personajes.

Su cosmopolitismo, su tendencia a la aprehensión del espíritu universal, los adquirió en viajes, caminando bajo el mayor número posible de cielos, claro que sí. Pero también estudiando, observando, leyendo. En suma: viviendo. Así, los Momentos estelares de la humanidad nos traen a un escritor que no solamente es capaz de recrear la caída de Bizancio o la creación de la Marsellesa, sino de retrotraernos a la vez en que un septuagenario Goethe se prendó chifladamente de una niña de no más de diecinueve años… Entonces Zweig cambia su pluma de narrador por la de psicólogo, y se mete en la mente del poeta alemán para explicarnos cómo y por qué huyó arrebatadamente, y cómo compuso en su éxodo precipitado el bello poema Elegía de Marienbad.

Tuvo un poco de poeta y también de filósofo. Pero fue en realidad un humanista, voraz de todo conocimiento. Sus textos son un remanso donde se hallan lecciones de ética, historia universal, filosofía y moral, introspección…, balance crítico…, y no mera exégesis literaria o escolástica fría. Para este escritor, una obra es la pulsación integral de una época, de un colectivo social, de un individuo complejo. Una narración novelesca puede tener mucho de enjuiciamiento. Un ensayo crítico, mucho de poesía.

El que su pie hubiera hollado tantos senderos, tantas tierras, hizo seguramente que se despojara de fanatismos nacionalistas, pues en su fuero íntimo era un ciudadano del mundo, un amante de la amplia humanidad. Por ello, junto con Romain Rolland, denostó los móviles de la Gran Guerra y sus textos representaron airadas protestas en contra de las ideologías cerradas.

La guerra del 14 halló al joven autor treintañero con un mundo de sueños en sus espaldas. El conflicto pudo haberlo truncado, pero no fue tal. Judío al fin, de esa raza de genios e inventores, pudo hallar formas para reinventarse y seguir escribiendo, hasta la consagración. Zweig es, además de autor imprescindible, ejemplo palpable de que hasta en las circunstancias más adversas (como una pandemia) el hombre puede llegar a ser quien es y ejecutar lo que el corazón le dicta. Es más, la guerra del 14 le dio material testimonial para escribir una novela basada en la realidad, una novela que aún me aguarda en los estantes: Impaciencia del corazón. @mundiario

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