¿Es necesario recurrir, una vez más, a detectives y escritores para contar una historia?

WA. Los últimos días de Warla Alkman
WA. Los últimos días de Warla Alkman

Leer es indagar. Toda novela es pesquisa. WA. Últimos días de Warla Alkman (Edhasa, colección Tusitala, 2013) no es ajena a este empeño de naturaleza policial.

¿Es necesario recurrir, una vez más, a detectives y escritores para contar una historia?

WA participa de esa literatura, más o menos comercial, que anda a remolque de intrigas, espías y contraespías, detectives y hackers. Incluso podría decirse que su autora, Irene Zoe Alameda (Madrid, 1974), se aprovecha del reciente escándalo mediático en torno a la identidad de la misteriosa Amy Martin al incluir a la articulista de su invención en su última novela. Y sin embargo, WA es más que eso. El asunto es sencillo: WA narra la peripecia de un espía y hacker, Fracques, contratado por el rey de la Isla Oval, un poderoso hombre del mundo editorial, para seguir a la artista multimedia Warla Alkman, quien debe interceptar la entrega clandestina de la última obra, inédita, de Graham Greene, a una autora de best sellers, Amy Martin. Fracques es, por tanto, el contraespía que debe conseguir robar esa obra inédita de Greene y además desenmascarar a Amy Martin, una autora de éxito de la que podría decirse lo mismo que del Gran Gatsby: todo el mundo habla de ella, pero nadie sabe nada de ella y nadie la ha visto nunca. Pseudónimo de la propia Irene Zoe Alameda en numerosos artículos periodísticos, la autora madrileña ha jugado con la personalidad real y ficticia de la supuesta articulista norteamericana e incluso ha sido víctima de un escándalo mediático por ello.

Confieso que la trama principal es lo que menos me gusta de la novela. ¿Era necesario recurrir, una vez más, a detectives y escritores para contar una historia? Y no me vale que los detectives sean en realidad escritores o viceversa. Han usado y abusado de este recurso el propio Graham Greene y Javier Marías (autoproclamado rey, por cierto, de su imaginario reino de Redonda), y desde los cuentos y novelas de Roberto Bolaño, el juego del ratón y el gato de la trama policial resulta manido.

¿Merecía la pena contribuir al circo mediático recurriendo a la misteriosa Amy Martin? Editoriales y agentes literarios dirán que sí. La promoción de un libro justifica a veces este tipo de argucia. Innecesaria, sobre todo cuando es el personaje de Warla Alkman, que no en vano da título a la novela, el gran hallazgo de la misma. Warla Alkman justifica todo ese juego de realidad y ficción tan cervantino que la dimensión digital del proyecto potencia, ese maridaje de texto e imagen (al modo del mejor Sebald) y esas fronteras entre vida privada y pública que Warla Alkman/Zoe Alameda saben diluir de forma tan convincente. La artista multimedia se convierte así en una especie de agente doble que se esfuerza por satisfacer al rey de Redonda y al mismo tiempo rastrea las huellas que la llevan a conocerse a sí misma y reconstruir su vida y la vida (y muerte) de su hermano.

Warla Alkman es autora y personaje de su propia novela, detective salvaje que acecha y persigue a través de los cinco continentes, intentando dar una explicación racional o intuitiva al enigma de un manuscrito que parece no existir y una escritora que tampoco, resolver el misterio de una muerte (como todas) injusta y restablecer así el orden, renovar su fe en la justicia, aunque sólo sea poética. Llegar al final junto a Warla (y su hermano) merece la pena. Las últimas páginas son excelentes, y justifican por sí solas el empeño de su protagonista, ese personaje siempre al borde del abismo y la fatalidad.

Pero WA, como dijimos, es mucho más. Autora consciente de que las imágenes y la lengua oral son los vehículos de comunicación por excelencia, Irene Zoe Alameda pertenece a esa estirpe de autores literarios que buscan nuevos modos de romper las limitaciones que impone la tradición novelística. Y así, elimina la voz autoral, multiplica las perspectivas, rompe la sucesión cronológica del discurso. Propone, en definitiva, un reto que se distancia del esquema secuencial propio de los discursos narrativos tradicionales (introducción, desarrollo y desenlace). Su lógica discursiva rompe esta secuencia lineal y desarrolla una lógica circular, donde la información está interconectada y no existe una jerarquía en sus relaciones. De esta manera, WA se relaciona con esa novela no lineal o hipertextual y con la idea de posmodernidad, en la que ya no es posible establecer una voz o una visión dominante.

WA es al mismo tiempo obra de teatro y guion de cine, libro de viajes y narración de aventuras, ensayo y diario de campo, crisol de los diversos ingredientes de un proyecto de investigación: experiencias previas, observaciones, lecturas, ideas y recursos. WA es, sobre todo, cuaderno de bitácora, no sólo tradicional (contiene descripciones escritas, dibujos, signos y partituras), sino también digital (se intercalan vídeos, imágenes, dibujos, canciones, poemas en traducción y códigos QR para ilustrar la historia). La edición de esta bitácora visual y auditiva, a cargo de Edhasa, es impecable, y ayuda no poco a esta novela que aspira (y consigue) responder a las inquietudes vitales y culturales no sólo de su autora, sino de toda una generación de lectoras y lectores, presente o futura, además de contribuir al desarrollo del género digital, fenómeno reciente (sus primeras manifestaciones se remontan a los años 80) y siempre en proceso de transformación.

 

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