El valor de la insignificancia

El valor de la insignificancia.
El escritor Milan Kundera.
No es posible cambiar este mundo, ni reformarlo, ni detener su desgraciada carrera hacia adelante. Sólo hay una resistencia posible: no tomárselo en serio. / Relato
El valor de la insignificancia

Muy influenciada por Milán Kundera y su "Fête de l´insignifiance", cruzo el Río de la Plata en ferry, desde Uruguay hacia Buenos Aires. Imposible leerlo sin subrayar.  Una voz de hombre muy próxima interrumpe mi concentración. Me saca de lo que quiero retener, levanto la cabeza y, pasillo de por medio, veo al inoportuno:  un señor mayor — así lo habría llamado yo hace unas décadas— con el diario en la mano, le lee a su mujer, sentada a su lado, una nota sobre la final de un campeonato de football. Ella, con su móvil entre las  manos, sonríe. Ni un comentario. Ni una interrupción. Él continúa, se detiene de tanto en tanto para formular una pregunta al periodista que escribió la nota, que por supuesto no está allí para escucharlo. Él mismo se  responde. Ella calla, con una expresión radiante. Sus dedos pulgares tienen la velocidad de la luz. De pronto él, sin darse cuenta, lee unos segundos en silencio. Ella no le pide que continúe. Aprovecho y vuelvo a mi libro, retomo un párrafo y me doy cuenta de que la idea esencial se me había escapado. De golpe, resurge la voz grave del orgulloso lector. Nadie lo contradice, nadie le cuestiona nada. Se siente entretenido, acompañado, su situación es ideal. Ella, feliz con su teléfono. Yo furiosa. Hago un esfuerzo para no decirle que a nadie le interesa su lectura más que a él y que para eso, hay un método ideal: leer “para adentro”, que su mujer va a seguir en su mundo y el resto de los pasajeros agradecidos. Me tapo un oído y con la otra mano sigo sosteniendo el libro. No sirve, claro.

Esa mujer tiene un don: sabe descartar todo lo que entra en sus oídos carente de interés y pasarlo a nivel inconsciente. Como hacemos con el ruido del aire acondicionado, o el de un tren cuando hace mucho que vivimos junto a la vía,  para disfrutar de lo que realmente le interesa. Y él, no necesita que nadie lo escuche, le gusta leer en voz alta, discutir con el periodista, responderle y darse siempre la razón. Le molestaría tremendamente que ella opinara o lo interrumpiera. No la necesita.

De eso se trata la insignificancia. Aprender a quererla es un arte. Indispensable para una existencia feliz. "No es posible cambiar este mundo, ni reformarlo, ni detener su desgraciada carrera hacia adelante. Sólo hay una resistencia posible: no tomárselo en serio" ¡Salut, Milan! @mundiario

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