Cuando Vox olvidó los fracasos y las corruptelas del pasado más rancio

Mitin de Vox en Vistalegre. / RR SS
Mitin de Vox en Vistalegre. / RRSS.

En una sociedad que devora tuits y que ha visto, en menos de una década, la podredumbre de las instituciones, el mensaje de Vox no solo resulta atrayente, sino peligrosamente adictivo.

Cuando Vox olvidó los fracasos y las corruptelas del pasado más rancio

Vivan los apátridas. Para que voy a mentir. Vox no me pone. Y es fácil.

Lo peor de los partidos ultra es que rememoran el pasado como un espacio y un tiempo de glorias e idilios infinitos, sin darse cuenta de que el presente, mejor o peor, es resultado de la erosión, de la decadencia purulenta y de la finitud agónica de ese pretérito que algunos reivindican con arrobo místico, como si, en la España de las dictaduras y de los absolutismos, no hubiesen existido jamás la corrupción, ni el esclavismo, ni la censura, ni el derrocamiento económico de lo público y lo privado, ni los crímenes de Estado.

Lo peor de Vox es que puede llegar a recaudar suculentos resultados, no por el convencimiento de su ideario, sino por la decepcionante gestión que el resto de partidos han hecho del suyo. 

Lo peor de Vox es que piensan que el catolicismo es solo suyo y solamente de derechas, y que la inclinación xenófoba a distinguir lo ario de lo extranjero o el autoritarismo, como única forma de regir el mundo, se pueden investir de democracia.

La democracia actual, inoperante o no, denostada o no, salvable o no, es la conclusión benigna de un declive moral que forma parte de lo histórico y lo intrahistórico de nuestras sociedades a lo largo de los siglos.

La estética de lo que se vivió en el Palacio de Vistalegre con Vox me asusta especialmente, porque el hecho de untarse de enseñas, soflamas, banderas, fanfarrias y pasacalles para reivindicar una utopía tan inútil como apasionante ya sabemos desgraciadamente a lo que conduce.

Por esa razón, me asusta tanto Puigdemont y sus acólitos.

Si Vox es la única manera que plataformas sociales y algunos medios de comunicación tienen para frenar el auge del independentismo y para reivindicar una clase de pseudoidentidad española y españolizante me da que la van a cagar, pero bien.

Si he sido bastante determinante en las contradicciones y riesgos que representa la unilateralidad del catalanismo dentro de Europa, no puedo dejar de serlo con Vox.

¿Por qué?

Porque es un partido, cuyo ideario, cargado de eufemismos, disfraza, por supuesto, la balcanización de una sociedad global que, en este momento, debería ser proclive a reformas institucionales inmediatas, en vez de dejarse llevar por la marea del Himno a la Legión. Lo peor es que la estética de ese acto recordaba demasiado a la de Ciudadanos, cuando presentó su plataforma ciudadana hace unos meses, cuando Marta Sánchez me brindó la oportunidad de quemar las casetes que guardaba de Olé olé.

Probablemente, en Vox haya buena gente, honrados padres de familia, entregadas madres, que se desviven por sus hijos y aman su trabajo, universitarios, escritores, empresarios, jóvenes anti-sistema que votaron a Podemos incluso. Pero...

Hannah Arendt lo mantuvo en muchos de sus textos; el peor mal es aquel que surge de la ignorancia y del convencimiento de que se está realizando el bien cuando muy pocos prevén las consecuencias catastróficas de algunas decisiones. Que se lo pregunten a muchos jóvenes ingleses. Y, por desgracia, un axioma así es también aplicable a muchos contextos políticos de nuestro país.

Después de tanta literatura, descubro que hay un celo mesiánico, mucha fantasía y poca pragmática en demasiadas desgracias para los más indefensos. Temo a todos aquellos partidos que consideran al otro un enemigo y no una oportunidad para salir un poco más de la caverna. Como siempre, me temo que, detrás de Vox y de ese empecinado interés en destacar la identidad y los fervores de lo patrio, se esconde  esa asociación entre identidad y marchamo étnico.

No sé lo que le está pasando al personal con el tema de las patrias desde un tiempo para acá. Será algo que va en el agua corriente. Parece que Yugoslavia y dos guerras mundiales no han sido suficientes para escarmentar.

Vivan los apátridas.

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