Una victoria contra el olvido

Cuarto.
Cuarto.
El miedo al pasado es lo único que puede detener el inexplicable resurgimiento fascista en el mundo.
Una victoria contra el olvido

En un estante de mi biblioteca, entre mis libros preferidos, tengo un mate con borde de plata que usó mi padre. Y en un maletín, las cartas que intercambió con mi madre. También fotos muy pequeñas en blanco y negro. Y un diario que escribía, sin saber que un día iba a tener una hija que lo único que iba a conocer de él eran esos objetos. Una victoria contra el olvido.

La devolución de los objetos personales que se encuentran en los Archivos de Arolsen  —Centro internacional de persecuciones nazis —a sus familias, o a algún sobreviviente de esos cuentos de terror, los hacen creíbles.  Cuando a un hijo o a un nieto le restituyen un cepillo, una alhaja, los papeles de la deportación, una carpeta, una foto , lo que recibe es la vida arruinada de alguno de sus padres. 

Muchos vivieron sesenta años más después de la liberación y callaron. Para no contaminar a su familia con una historia que los marcara , o  simplemente, por la culpa de haber sobrevivido.

Tal vez los hijos no preguntaron. Pero hoy saben. Hay un objeto que los conmueve y los une a un pasado pavoroso e innegable. Sumergidos en el desasosiego, son depositarios de una memoria que llevan en sus genes.

Excavaciones hechas en España, han encontrado cubículos donde vivieron, en espacios inhumanos, hombres que se escondían de las persecuciones de los nacionales cuando hicieron caer la República.  La novela de Manuel Leguinche y Jesús Torbado los llamó “Los topos”.

Rosa (Belén Cuesta), la protagonista de “La trinchera infinita” —la película de Jon Garaño, Aitor Arregi y José Mari Goenaga, mi preferida para los premios Goya —, obliga a Higinio ( Antonio de la Torre) , su marido, a esconderse en un agujero cavado en su casa. Los primeros años, la juventud y el amor les da coraje. Logran mudarlo a un escondite mejor en la casa de su padre, pero no ve el mundo exterior por más de treinta años. Ella es modista, tiene clientes de la falange, uno intenta violarla. Perdón, no sigo, quiero que la vean. Pero es fácil imaginar que vivir escondido  durante ese tiempo, dejar la mente tan encerrada como el cuerpo, mientras su mujer simula, vive, educa a su hijo en la mentira, da lugar a una forma de vivir, que a su lado,  el diario de Ana Frank es un cuento de hadas.

Imagino, si esta historia fuera real, los objetos que guardaría Rodrigo ( José Manuel Poga) de su padre. Yo almaceno escenas, diálogos de la película que me piden no olvidar.

Se ha escrito y se ha filmado mucho sobre la Guerra Civil, sobre los Nazis, y cuántas más harían falta, sobre otras dictaduras que degradaron al hombre al más bajo nivel soportable.  Esta no es una historia más, porque es individual, se puede revivir con ellos ese miedo, esa claustrofobia desintegradora, sin fin.

Hay algo de esa trinchera que sigue siendo infinita. Y es preciso no olvidarla, porque el miedo al pasado es lo único que puede detener el inexplicable resurgimiento fascista en el mundo.

Dice Pessoa en su “Libro del desasosiego”: “Pienso si todo en la vida no será la degeneración de todo. Si el ser no será una aproximación — una víspera, o unos alrededores.” @mundiario

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