Una sentencia a lo Panenka

Banderas nazis en Berlín. / WikimediaImages. / Pixabay
Banderas nazis en Berlín. / WikimediaImages en Pixabay

A Hitler también le consideraron un preso político; en una celda se inició la redacción de “Mein Kamp”; los “camisas pardas” organizaron “nits del foc” en Berlín; el Partido Nazi alcanzó el poder a través de las urnas... Algunas repúblicas, como aquella de Weimar, las carga el diablo.

Una sentencia a lo Panenka

Como en aquel estadio de fútbol, en la final de la Eurocopa de 1976, cuando Panenka dictó sentencia con vaselina, ni por la izquierda ni por la derecha, ni demasiado alto ni demasiado bajo, en un decisivo penalti, que no pasó precisamente a la historia por las reacciones de las respectivas aficiones beneficiadas o perjudicadas, sino por la sorprendente e inesperada forma de ser ejecutado.

España se ha quedado desconcertada ante el contenido y el continente de la dichosa sentencia del TS. La hinchada del Procés llevaba meses preparada para responder a una pena máxima lanzada con contundencia, pegada al poste de la derecha y, la hinchada constitucionalista más radical, había acumulado consignas para responder a un disparo blando, asequible, en dirección benévola hacia el poste de la izquierda, de esos que la soledad de los porteros ante los penaltis, que describió el flamante Nobel Peter Hancke, habrían permitido el final feliz del equipo de casa. Las dos descerebradas aficiones se han quedado compuestas y sin disculpa. El penalti ha entrado, sí, pero no ha favorecido al relato victimista del independentismo ni a la nostalgia de un alzamiento nacional político de la extrema derecha. Sencillamente, en mi humilde opinión, claro, ha entrado en la historia de la Justicia española. Eso es lo que jode a unos y otros. Aquí, con mayor o menor acierto, simplemente se ha hecho justicia. La justicia que podemos hacer los humanos, claro, esos seres imperfectos que se dividen en dos tipos perfectamente diferenciados: los que actúan de buena fe y los que actúan con malicia, nocturnidad y alevosía.

A mis escasas luces, no hay nada más ridículo que esa Cataluña en llamas ante la sentencia a lo Panenka del Tribunal Supremo y ese resto de España, rasgándose teatralmente las vestiduras, con las respectivas rabietas de que, el ansiado gol, con intereses muy distintos y muy distantes, no haya subido a ninguno de sus marcadores, sino al marcador de la Justicia. Este país, su gente, nosotros, empezamos a estar como las maracas de Machín, colega. Los Boixos Nois del Procés, o sea, los CDRs, han quedado en evidencia lanzándose como locos hacia el poste derecho de su portería, al mismo tiempo que los Ultra Sur, o sea, las camadas fanáticas del españolismo, se lanzaban hacia el poste contrario, se pasaban literalmente de frenada, vamos, mientras la pelota traspasaba sutilmente, racionalmente, democráticamente, las dichosas porterías de ambos contrincantes en uno más de esos otros clásicos que se llevan jugando desde hace décadas entre Barcelona y Madrid y viceversa.

El penalti de Marchena, o sea, la sentencia a lo Panenka, es que ofrece la peculiaridad inusual de que ha entrado simultáneamente en ambas porterías. Ha desbaratado, al mismo tiempo, las dos estrategias antagónicas preestablecidas para intentar arrimar el ascua a cada una de las sardinas del cada vez menos respetable y menos democrático público que puebla los graderíos. Y la prensa nacional, por ejemplo, ha ido reduciendo a su personal a las dos mínimas expresiones de dos eclécticos equipos de redacción que, sobre una misma noticia política, escriben a imagen y semejanza del diario As y el Mundo Deportivo sobre una misma noticia deportiva, según el color de esos subjetivos cristales a través de los cuales contemplan la vida. Y, bueno, a Junqueras, tan republicano el hombre, le pone tanto el papel de mártir de su causa, ese título aristocrático de “preso político” que marca la diferencia entre un vulgar sentenciado común y un sentenciado con pedigrí, que ya le ha anunciado al futurible y convulso gobierno electo que pueden meterse el indulto por donde les quepa.

La verdad es que no tengo ni idea de si acabará existiendo una República Independiente de Cataluña, oye. Pero, si de estos polvos de sus impulsores, en el que una Constitución se usa de papel higiénico, un President del Parlament de dictador del Poder Legislativo, una policía como SS del esquizofrénico Honorable Führer rodeado de Goebbels, Himmlers, Goerings y gente así, manadas de violentas e intolerantes chicas y chicos como réplica de las oprobiosas Juventudes Hitlerianas y una “solución final” sociológica como método de selección de una nueva raza aria, si de estos polvos, ya digo, acaban surgiendo los previsibles lodos del “Mein kampf” que diseñan en el exilio o entre rejas individuos como Puigdemont, Junqueras e iluminados de esos, que Dios coja confesados a muchos de los siete millones y medio de catalanes, miradlos, entre los que algunos se atreven a disentir, otros se atrincheran en el silencio, varios le ponen una vela a dios y otra al diablo y hay comunes y comunas convencidas de que, juntas pueden, Podemos, cambiar el curso de las aguas que bajan turbias y crecidas en ese lugar del Mare Nostrum de cuyo nombre, aunque no quieran y no queramos, llevamos meses y años acordándonos todos los días.

La sentencia a lo Palenka es lo único esperanzador en estos tiempos de penumbra y de colera en el recobra todo su significado la profética frase del eminente Samuel Johnson: “El patriotismo es el último refugio de los canallas”. @mundiario

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