Trump se queda solo en su afán por retener el poder: “¡La gente está enfadada!”

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El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ofreciendo una rueda de prensa en la Casa Blanca. Al frente, un letrero que indica la salida de la sala y del edificio presidencial / El País.
El presidente saliente de Estados Unidos no solamente ha perdido en el terreno electoral y judicial, sino que su castillo de naipes (su influencia) en el Partido Republicano comienza a derrumbarse.
Trump se queda solo en su afán por retener el poder: “¡La gente está enfadada!”

Ya no hay vuelta atrás. El tiempo de la democracia es imparable e inexorable. Aunque la mayor potencia mundial vivió los cuatro años más oscuros, aislados y radicalmente dañinos de su era moderna, su sistema económico, político y social está a poco más de un mes de cambiar para replantear su papel y su posición en el mundo.

En paralelo a ese contexto, quien parece vivir en su propia realidad totalmente artificial y sesgada por las ambiciones personalistas de esa sed de poder desmedido que envilece a cualquier ser humano, el presidente saliente de Estados Unidos, Donald Trump, no solamente ha perdido en el terreno electoral y judicial, sino que su castillo de naipes en el Partido Republicano -la génesis del conservadurismo en América-, comienza a derrumbarse. 


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A pesar de que este magnate inmobiliario e inversionista, que nunca ha sido ni será un político per se, dio vida a un movimiento social que se erigió como el fenómeno del llamado ‘trumpismo’ con su leitmotiv ‘America first’ (Estados Unidos primero), las premisas que lo llevaron a ganarse las mentes y sentimientos más nacionalistas de la población estadounidense con su famoso ‘Make America great again’, solo quedaron en discursos y palabras vacías, pues Estados Unidos no ha vuelto a ser grande de nuevo, sino que ha vuelto a quedar aislado de nuevo, como si encontrara en el siglo XVIII.

Abandonado ya por la cúpula de su partido y enterradas sus intenciones de inducir un bloqueo constitucional a través de demandas judiciales totalmente débiles por el implacable avance del proceso democrático y la fortaleza del Estado de derecho, el presidente Trump ha quedado tan aislado como la posición actual de EE UU en el mundo tras sus cuatro años de guerras comerciales y conflictos diplomáticos con los históricos aliados de la potencia norteamericana. Aferrarse al poder no le será posible, pues la Casa Blanca tendrá un nuevo inquilino a partir del 20 de enero y al republicano solo le queda movilizar a su base para lograr una potencial candidatura en 2024, si su avanzada edad y la sociedad estadounidense se lo permiten.

“El Partido Republicano debe de una vez aprender a luchar. ¡La gente está enfadada!”, le reclamó Trump al poderoso senador Mitch McConnell, quien reconoció este martes la victoria de Joe Biden y lo ha llamado “presidente electo”. 

De esta forma, se abre una etapa de extrema tensión en el Grand Old Party (el Partido Republicano, fundado por el expresidente Abraham Lincoln) donde el segmento conservador de la sociedad estadounidense deberá decidir si apoya el cauce de la democracia y la recuperación del país sin color político, expresada en el discurso de McConnell -quien aboga por una aprobación rápida de otro paquete de ayudas económicas para la población ante la pandemia de coronavirus- o se alinea con el discurso nacionalista y extremista de un Donald Trump que no generó un bienestar pleno en EE UU más allá de la creación de empleos y la polémica reducción desmedida de impuestos, que solo benefició a los más ricos como él.

Con este choque entre los dos pesos pesados del GOP se inicia, a apenas 20 días de que se decida la mayoría del Senado en el estado de Georgia, la inevitable batalla por el control, la influencia y las futuras estrategias de un partido transformado por Trump y dividido por su retórica en dos alas radicales (el trumpismo y el conservadurismo duro) frente al sector moderado, racional y democrático de los republicanos, liderado por el veterano McConnell. @mundiario

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