Sobre Los tiempos del odio, de Rosa Montero: la intensidad de lo efímero

Rosa Montero y la cubierta de su último libro
Rosa Montero y la cubierta de su último libro.

Todo este libro es una pregunta, una advertencia sobre los derroteros que estamos germinando desde nuestro desorden egoísta.

Sobre Los tiempos del odio, de Rosa Montero: la intensidad de lo efímero

Los tiempos del odio, la última novela de Rosa Montero, es un relato trepidante, altamente imaginativo, una historia de ciencia ficción fielmente enraizada en nuestra realidad actual, erigida sobre sus probables proyecciones. Es una narración que nos seduce, que nos intriga, con esas externas vicisitudes de unos personajes inmersos en una continua batalla, la que libran contra las apremiantes circunstancias que han invadido sus vidas, y que se convierte en el seductor sostén que nos acerca a reflexiones importantes. Y es que esa concienzuda fantasía sobre nuestro mundo, en 2110, nos traslada a una posible y temida proliferación de nuestros inconscientes extravíos, a la imagen terrorífica que presentimos ante las crecientes sombras de la sociedad tan poco amable, tan primaria, en sus mezquinas ideologías, con la que hoy convivimos.

Hay en este relato una urgente denuncia de los extremismos, tanto los de aquellos que se presentan como tales, como los que lo resultan bajo la apariencia de la mesura. Asistimos a un mundo definitivamente incontrolado, en el que lo males de hoy se han establecido con una fuerza exponencial que parece constituirlos en una realidad irremisible. El calentamiento global, la contaminación, han aumentado las injustas diferencias entre los diversos territorios de esos Estados Unidos de la Tierra que controlan a la humanidad despreciándola. Los privilegiados, que aún gozan de un aire respirable –que no resulta gratis— expulsan sus residuos a las zonas victimizadas, en las que sus moradores padecen una importantísima merma en las expectativas de longevidad.

En esa época futura, asistimos a una terrible confrontación entre diferentes poderes, a la imposición terrorista, a los salvadores de la Patria, con ese personaje, Lago, que parece inspirado en Trump, en las inmisericordes argucias de la ideología ultra neoliberal y los populismos. Y, como inútil y absurda oposición, ese mundo de Cosmos –una plataforma espacial - que resulta una versión modernizada de la delirante sociedad actual de Corea del Norte.

Es este relato muy rico en cúmulos crecientes de imaginación. Lo ficticio se corresponde aquí con una trama inyectada continuamente de movimiento, mostrativa de una mirada que nos interesa como hipótesis que siempre parte de lo conocido, una variante de lo que nos parecía complejo pero suponíamos controlado. Es la expresión del importantísimo aspecto social y político que presenta la novela. Y es también un toque de atención ante la desvirtuación de lo ético. En ese mundo futuro —que hoy podríamos estar construyendo o consintiendo, sin saberlo— no hay apenas espacio para la solidaridad, para la equidad, para el arte ni para una verdadera belleza.

Recientemente he leído un polémico ensayo de Luisgé Martín, El mundo feliz –del que hablaré más extensamente en otro artículo-, en el que se defienden los avances de la técnica que puedan aliviar nuestro dolor existencial, aunque para ello debamos someternos a un proceso de deshumanización, tal y como entendemos nuestro ser sustancial, genuino. En esta novela, en la que no se deja ningún tema capital de lado, se habla de esos injertos de la tecnología, y no ya solo en esos replicantes –reps—, que son seres artificialmente fabricados mediante una manipulación genética, reforzados para el cometido al que están programados, sino que, en esa zonas privilegiadas, es una rareza alguien no múltiplemente retocado por las operaciones estéticas, o que no haya adquirido alguna muleta técnica que lo convierta en un cíborg. En esa sociedad de 2110, aún hay un débil simulacro de ética  —o, más bien, de simple y precavida defensa de lo conocido—, que establece un baremo legal y una limitación estrictamente mensurable de las posibles distorsiones de lo natural.

Los personajes principales de esta novela son mayoritariamente femeninos. En la necesidad de rescatar a los rehenes de una banda terrorista, se unen tres mujeres aparentemente muy distintas entre sí. Por un lado, la protagonista —de esta y de las dos novelas anteriores de la serie—, Bruna Husky, una replicante obsesionada con la próxima y prefijada finitud que desgraciadamente conoce; una variación humana creada en un laboratorio, puesta en circulación a la edad de veinticinco años, sabiendo que va a morir a los treinta y cinco. La novela abunda en ese angustioso sentimiento de estipulada escasez de existencia, y lo hace mediante el periódico mantra de la cuenta atrás de sus días.

Por otro lado, Ángela, una enferma mental aquejada del agudo sentimiento de la insignificancia, gravemente dolorida por sentirse incapaz de enamorar. Esta mujer lo tiene muy claro: “Sin amar no se puede vivir”. Desde su desequilibrio, sin embargo, acaba mostrándose como una persona muy fiable, además de superdotada intelectualmente, lo que resulta muy oportuno para los difíciles y arriesgados cometidos en los que se verá inmersa. O esa Barri, la Aznárez, hermana de Lizard, que proviene del campamento de los Nuevos Antiguos, una buena mujer a la que no se puede querer sin reservas en esos tiempos de permanente sospecha.

Y es que la autora no cae en la creación de personajes de bondad homogénea, sino que —dentro de sus marcadas personalidades, de la claridad de propósitos a que les fuerzan las circunstancias concretas—  resultan seres contradictorios y bastante complejos. El personaje masculino mejor tratado es el de Yiannis, ese viejo archivero aquejado de una recurrente depresión, pero siempre dispuesto a ayudar a las buenas causas, a acoger a los desheredados, a quienes repentinamente se han quedado en una difícil intemperie. Todos estos personajes son seres a los que les ha tocado vivir en un mundo inhóspito, en el que apenas se puede creer en lo humano, pues se ha ido desbaratando todo proyecto de verdadera dignidad.

Otro de los principales protagonistas de esta novela es, sin duda, el tiempo, pues sentimos la vida permanentemente urgida, no solo en el caso de la protagonista, sino también en otra cuenta atrás, la de los precarios días que van transcurriendo en el cautiverio de su amado inspector Lizard, secuestrado por los terroristas y amenazado de inminente muerte. Esta prisa por actuar deviene en una narración de ritmo frenético, que en la última parte incluye algunos remansos en los que cabe una reflexión más sentimental. En cualquier caso, contra la agresión de ese enemigo que es el tiempo, el amor y la solidaridad parecen la mejor forma de vivir esa segura derrota.

Todo ese nutrido acopio de diferentes aspectos del imaginado futuro es un regalo para nuestra mente curiosa. Yo, que estoy más acostumbrado a las ficciones menos imaginativas, que normalmente me decanto por los relatos lentos, abrumadoramente introspectivos, he encontrado aquí un diferente y muy lícito modo de interesar al lector sobre temas sociales que nos incumben. En todo momento se percibe la presencia de fondo de una autora, Rosa Montero, siempre implicada en esa sensibilidad por lo común, por la actualizada esencia de lo humano.

Todo este libro es una pregunta, una advertencia sobre los derroteros que estamos germinando desde nuestro desorden egoísta; y también una reflexión sobre nuestra finitud personal, ese trayecto más o menos cortísimo que, sin embargo, no nos impide pensar en algo más grande que nosotros mismos, en la dolorosa e intensa belleza de lo efímero, en nuestra minúscula presencia en el universo. Y es que Los tiempos del odio, desde su aparente facilidad, ha sido para mí un camino inopinado que me conducía por una forma distinta de sentir mis pensamientos, que me habilitaba en novedosos espacios que no desdecían mis más preciadas meditaciones. @mundiario

                               

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