Tamara Andrés: “La poesía es el fantasma de lo que has sido”

Tamara Andrés
Tamara Andrés. Ilustración sobre Stella Nine. / Paula Esfra

“El deseo de memoria pasa a ser mayor, y sin duda debe ser más grande”, reitera la poeta sobre Corpo de Antiochia, obra que nos traslada a ese espacio de levedad granítica que surge de la entraña.

Tamara Andrés: “La poesía es el fantasma de lo que has sido”

¿Debe ser entendida la poética como la exposición de un disfraz de herida transformada? Leer a Tamara Andrés (Combarro, 1992) supone advertir que ese éxodo no será válido si uno no se recompone en torno a él. Un viaje de índole vastamente odiséaco en el que la memoria se deshoja como una rosa. Así es Corpo de Antiochia (2017), obra que nos traslada a ese espacio de levedad granítica que surge de la entraña y que publica este otoño Editorial Galaxia. El poemario es resultado de una actividad específicamente humana que, como Aristóteles, se regurgita sobre su proceso de creación. Un temporalidad bella y terrible que desborda, con sus trazos cincelados y sus aromas conscientes, en el cuerpo de una mujer-ciudad cuyo destino permanece previamente marcado: ganar, o devastarse.

Corpo de Antiochia está partida por dos concepciones del tiempo que, aunque opuestas, se complementan: Heráclito y Nietzsche.

—Heráclito es una referencia, ya que el mar está incluso cuando no quiere estar. Nietzsche no está conscientemente, pero mi actitud ante la vida sí es estoica. El retorno está presente en todo lo que hago. En Nenӕspiraes también hablaba sobre una espiral de tiempo. Me gusta cerrar el círculo, que las historias sean redondas. Quizá sea una obsesión más que un problema.

—¿Esa concepción temporal es el punto de partida de la obra?

Corpo de Antiochia no surge como poemario, como obra. Primero vienen los poemas y luego tejo la historia. Lo que tenía claro es que iba a derivar algo que estaba hilado, unido, pero no sabía por dónde.

La realidad a veces es una mentira si los términos con los que nos definen no están bien usados. Ahí desaparece todo, y caminamos peor que en el pasado.

—La poeta percibe el destierro como una evocación de orden estético y no tanto como el Cid, que optó por un orden principal de emoción. ¿Tiene esto que ver con un uso del lenguaje deliberadamente estético?

—Sí, la intencionalidad es totalmente estética. Leer y concebir la obra con una finalidad de belleza. Como observadora de arte, me gusta la estética, la forma en la que se unen lenguaje y arte. Y de ahí la referencia a la antigüedad. Cuando estaba escribiendo, veía esas cosas. No estaba pensando en hacer literatura en ningún momento.

—Como una estética visual.

—Exacto. En cierto modo me aparté un poco de toda referencia literaria. Decidí ir un poco más hacia el arte. Si no hay belleza, no hay nada. Nada por donde caminar. Aunque estés vacía, aunque no tengas bagaje, si te falta el arte… falta camino, futuro y esperanza. Es algo que me nutre más que el propio hecho.

Corpo de Antiochia. / Editorial Galaxia.

Portada de Corpo de Antiochia. / Mundiario

—¿Implica un proceso de maduración?

—Una maduración total con respecto a mi “yo” pasado. Visualicé una concepción distinta de la poesía, de todo lo de antes. Y la raíz está en lo cotidiano, en la conversación y en el diálogo. Todo lo causado a través de la reflexión sobre mí misma.

—Hay una voz poética ajena a Tamara Andrés que no se deja destejer del todo.

—Quien habla en la obra no soy yo. Pero, aun así, tampoco dejo de serlo. Siempre hay un componente personal, y más en la poesía. Reflexionando a posteriori, me di cuenta de que para mí Bruselas simboliza Antiochia. Es una ciudad muy vinculada a mi pasado y a la conformación de mis ideales porque toda mi familia por parte materna emigró y todavía sigue viviendo allí. Era una ciudad que yo tenía idealizada y en la que siempre quise habitar. Viví allí un año y tuve que volver para acabar la carrera. Al regresar allí, me topé de bruces con una ciudad totalmente destruida. Todos los valores en los que se fundamentaba mi idealización de la ciudad desaparecieron y eso implicó retornar de alguna forma para siempre a mí misma, a mis raíces aquí, a Galicia. Vivo con la victoria de estar aquí, pero con nostalgia de ese pasado que siempre está ahí, que es parte de mí.

Cada vez que avanzamos, vamos borrando más. El deseo de memoria pasa a ser mayor, y sin duda debe ser más grande.

—Aparte de la estética, también hay una voluntad crítica.

—Una voluntad crítica no directa. Una reflexión de las cosas que sucedían a mi alrededor y que no entendía, que no sabía encajar. La realidad a veces es una mentira si los términos con los que nos definen no están bien usados. Ahí desaparece todo, y caminamos peor que en el pasado. Ahora lo acepto, lo interiorizo, y vivo con ello mucho mejor.

—Ahí comienza la reflexión del destierro.

—El destierro de mi propia sociedad. En ese momento me dolió mucho. Pero entonces, me aparté y dije: “Vamos a recomponer las piezas, para aceptarlas y volver”. Para eso sirve la poesía.

—Como una petición de amparo.

—Exacto. Y si la poesía no es herida, si no hiere…

—La desarticulación de la memoria, junto con la imposibilidad de recordar, son los motivos más poderosos de la obra.

—Me obsesiona la memoria, el tiempo. Saber de dónde venimos para poder seguir andando. ¿Por qué no sabemos de nosotros mismos? Hay que saber de lo propio. Tener esa memoria local para después tener memoria colectiva. De otra manera no vamos a ningún lado. Cada vez que avanzamos, vamos borrando más. El deseo de memoria pasa a ser mayor, y sin duda debe ser más grande. Es un conflicto que me afecta personalmente. Por ejemplo, de joven tenía claro que me iba a marchar. Ahora ya no. Pertenezco a un pequeño sitio con memoria, y los grandes sitios acaban sin ella.

A veces hay que silenciarse. Apartarse para crear. Cada uno se encuentra a sí mismo para después construir lo colectivo.

—En cierto punto de Antiochia nace la imaginación como principal eje de evasión, como una fórmula hablada de memoria que nos permite afrontar ese destino evidente.

—No hay nada sin esa imaginación, y todo viene de la experiencia personal. Por ejemplo, existe una diferencia brutal entre los niños que leen y los que no lo hacen. Cuando leen y les cuentas un cuento, se crea algo mágico. Y en teoría es una historia contada sólo con la palabra. Es algo que hay que cultivar desde pequeños. Por ello en mi obra frecuento bastantes veces la niñez. Es muy difícil activar el “chip” imaginativo si no nos educamos en ello. Y esa curiosidad no está bien vista. Si eres curioso, te tachan de raro.

—¿De ahí la necesidad de éxodo?

—Sí. A veces hay que silenciarse. Apartarse para crear. Cada uno se encuentra a sí mismo para después construir lo colectivo. Si no, los pilares no serían sólidos. En el fondo lo que la Antioquia-mujer buscaba en esa ciudad era a sí misma.

—Entonces, la voz se encuentra al no encontrarse.

—Esto explicaría que sea ciudad y que sea mujer. Es una pérdida en la que el lector se busca. Y no hay herramientas para salvarse, porque va más allá de mí. Depende del propio lector, como un aliciente para la reflexión colectiva. Para mí todo es un proceso de deconstrucción permanente. La poesía es el fantasma de lo que has sido. @mundiario

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