Ya no soy 'venideiro', soy de Oleiros

Ángel García Seoane.
Ángel García Seoane, alcalde de Oleiros (A Coruña). / Mundiario
Unos eficientes servicios municipales y la inspiración en otros países hicieron posible el desarrollo de Oleiros. Todo dirigido por Gelo...
Ya no soy 'venideiro', soy de Oleiros

Para mí Oleiros comienza en 1973, recién llegado a la ciudad de A Coruña desde Pontevedra, mi ciudad natal. Antes me había formado en Madrid, en la prestigiosa Escuela de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, creada a imagen de la Escuela francesa en un hermoso caserón en el Parque del Retiro madrileño, donde aun creí ver retazos de la ya lejana Ilustración.

Previamente había realizado un primer curso en la Universidad de Santiago de Compostela, el selectivo de Ciencias, común a todos los estudios de Ciencias y donde para las licenciaturas era su primer curso, para las técnicas era el previo al ingreso en las diversas escuelas. Una vez pasado el duro ingreso, Iniciación, así se llamaba, me esperaban los cinco años de carrera, llenos de hasta nueve asignaturas por año, casi todas interesantes, distintas, y la mayoría impartidas por un prestigioso equipo docente. Destaco a mi profesor de Historia del Arte, José Antonio Fernández Ordóñez, que llegaría a presidente del Museo del Prado y con el que trabé amistad por mi labor en el colegio profesional; también a Carlos Fernández Casado profesor de puentes, miembro como JAFO de la Academia de Bellas Artes de San Fernando; a Clemente Sáez, profesor de geología, miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales; a José Antonio Torroja, profesor de hormigones, y a tantos otros prestigiosos ingenieros y profesores.

Se trataba de formar a los futuros ingenieros del territorio, yo siempre lo vi así, muy diferentes del ingeniero de procesos, de fábrica, de industria, por más que muchos ICC y P estuviesen en esos sectores. La gran responsabilidad de proyectar y realizar infraestructuras a lo largo de territorio nos hacía comprometidos de su eficacia, eficiencia y sus heridas al paisaje.

Vistas de Oleiros. / Mundiario

Vistas de Oleiros. / Mundiario

Ingeniero de Ordenación Territorial

Siempre me consideré ingeniero de Ordenación Territorial y así salí al mundo laboral después de realizar los siete cursos universitarios (más alguno repetido…). Pasados los años tuve la oportunidad de completar mi formación con estudios en Chicago primero y en Florencia después, ambos influyeron en mí.

Con este bagaje, al llegar a la ciudad de A Coruña recuerdo como me llamaba la atención la península que se forma entre las rías de Sada y la de A Coruña, llena de carreteras, la mayor densidad en España de kilómetros lineal por kilómetro cuadrado y con pequeños ríos que vierten aguas a ambas rías, espesor de tierra vegetal que permite una gran flora, a diferencia del sur coruñés, donde la roca aflora a menudo a la vista. Pero destaco la ladera enfrentada al Sur, con el frente marítimo de A Coruña a la vista y el soleamiento del día, con magnificas playas. Aquí comienza, como creo que pasa siempre, la primera fase del enamoramiento, un amor físico, lo que se ve, más adelante vería que el suelo no es bueno para compactar, por su composición, si es bueno para hacer cerámica, de ahí el nombre de Oleiros, pero pésimo para el ingeniero que quiere compactar donde colocará un cimiento o una simple acera, pero eso vendrá después, primero me llegó ese deslumbre que me atrajo. En mis incursiones rápidamente aprendí a parar en Román, para reponer fuerzas y desde allí recorrer los mil y un caminos que tenía delante.

En el año 1982, en plena efervescencia de los nuevos ayuntamientos democráticos, por oportunidades que te da la vida me presentan a Ángel García Seoane, Gelo, entonces concejal del Ayuntamiento de Oleiros. Era responsable del área urbanismo y se preocupaba por todo y entre otras cosas estaban las infraestructuras. Requería a alguien que le hiciese los pequeños proyectos que entonces se desarrollaban en estos municipios, asfaltados, pequeños abastecimientos de agua, y algún tramo de alcantarillado, poco más, pero exigía rigor en las pequeñas cosas, no admitía adicionales, presupuestos estimados (partidas alzadas etcétera).

De esta manera empieza una colaboración que durará hasta el año 1985 en el que me voy a la Universidad con dedicación exclusiva al ganar una plaza de profesor titular de E.U. Estos tres años estuvieron llenos de visitas a las zonas donde actuar, hablar con vecinos, patear el término municipal de Oleiros, muchas veces acompañados de Xosé Temprano, hombre tan bueno que después de curar a un mirlo lo dejó libre, pero a las tardes aquel mirlo acudía si Xosé lo llamaba con un silbido. Tengo esta escena grabada en vídeo: mi hija, muy pequeña, jugando con el mirlo.

Volviendo a las labores municipales recuerdo asistir, desde la lejanía lógica del técnico, a los debates entre los concejales, todos ellos están en mi memoria,  y de ellos con grupos vecinales implicados en la marcha de la nueva corporación, me impresionaba el nuevo momento político de España y yo lo vivía en directo en un, entonces, pequeño municipio muy rural.

Playas de Santa Cristina, en primer plano, y de Bastiagueiro, en Oleiros (A Coruña).

Playas de Santa Cristina, en primer plano, y de Bastiagueiro, en Oleiros (A Coruña). / Xurxo Lobato

“Non quero o seu voto, pero isto faise”

Muchas tardes recorrimos caminos Gelo y yo, viendo el próximo saneamiento, proyectando el nuevo abastecimiento, previniendo donde colocar las próximas luminarias, y ante algún vecino que intentaba poner alguna traba a esas pequeñas infraestructuras iniciales, Gelo decía siempre “non quero o seu voto, pero isto faise”.

Me gustaba, como ingeniero, que se hiciesen primero estas obras tan necesarias, mientras hablábamos de futuros pavimentos y aceras, hasta pensábamos en algún carril bici ya entonces.  En aquellos momentos, los ayuntamientos limítrofes estaban haciendo aceras y pavimentos que años después vi levantar para colocar aquellas imprescindibles infraestructuras urbanas que debían estar ya hechas anteriormente…

En Florencia vi que sobre la cultura clásica y la capa renacentista había una capa que me atrajo de manera particular, el Risorgimento,  que con Cavour y Garibaldi llevaron a la unión de Italia en el XIX y se me antoja que aquel movimiento popular que unió a Italia se asemeja a aquellas parroquias y asociaciones de vecinos que dieron lugar un Oleiros totalmente distinto al anterior, una suerte de metamorfosis que me hace querer a Oleiros de una manera más química, ya no solo lo que se ve, lo aparentemente bello, si no lo verdaderamente bello.  

En el año 89 estaba un poco adocenado en la Universidad, quise imprimir ritmo en las clases y en la Escuela, promoví multitud de viajes con los alumnos a Barcelona, Sevilla, Lisboa, repetidamente a Porto y varios por Galicia, a la central térmica de As Pontes de García Rodríguez, la fábrica de Epifanio Campo, San Miguel de Bréamo, diversas fases de grandes obras en Autopistas del Atlántico, la fábrica Citroen en Vigo..., promoví representaciones teatrales y conseguí para los alumnos entradas mensuales a los conciertos de la Filarmónica, pero recordaba lo que decía el admirado Ginés Aparicio, “el que sabe hace, el que no, enseña”, y en estas una tarde me llama Gelo  y me dice que quiere que vuelva a trabajar con él, primero me contratarán y después habrá una oposición libre a la que podré concurrir.

Mi primera reacción a la propuesta fue un absurdo no y busqué dos sustitutos, pero al día siguiente corregí y le manifesté que me apetecía volver, y así fue.  Primero me contrataron y después gané la plaza en oposición. Y así comienza la fase definitiva de todo amor, el que ya no muere. Las dos anteriores fueron ciencias, Física y Química, temas más o menos objetivables, ahora aparecía ante mí algo distinto: no era ciencia, no era lógica, era magia, la magia de la Alquimia, donde de logra aumentar el valor de los materiales.

Vistas de Oleiros. / Mundiario

Vistas de Oleiros. / Mundiario

Un lápiz bien afilado...

La alquimia estaba en la maquinaria de Oleiros, en los distintos departamentos que siempre funcionaron, eso me pareció apreciar, a más del 100%, desde los eficientes Servicios Municipales (Obras y Jardinería) , los departamentos de Juventud y Deporte, Cultura, a los para mi entrañables Servicios Sociales, si tuviese dos vidas laborales la asegunda sería ahí, pasando por el potente Departamento de Urbanismo y mis dos luces en los trámites administrativos, la Intervención y la antiniebla de la Asesoría Jurídica Interna. Todo dirigido por Gelo, yo me sentí un lápiz bien afilado en mis años de preparación y él dibujó.

En ese tiempo pateé y cabalgué por todos los caminos de Oleiros para empaparme del territorio y viajé mucho por Europa. Pasé diez veranos fuera de España, cambiaba mi hermosa casa de Sanxenxo, diseñada por Mario Soto,  abalconada a la ría y con vistas a las Cíes y Ons, por otra en un país europeo, viajes fabulosos, nunca turismo, donde vi y traje ideas que se me permitieron implementar, desde los carteles de la Vicenza de Paladio, hoy colocado en los parques de Oleiros, hasta el ciprés de los pantanos de Faenza, hoy plantado en el lago de los patos de Santa Cruz, pasando por el plano de flores de Mainau en el Lago Constanza, hoy en el José Martí está el plano de Oleiros hecho con plantas. Toda una serie de elementos que unidos a los diseñados para el mobiliario urbanos, tertuliario, banco inglés, papelera, parada de bus, juego de llave, tipología de farolas, etcétera, me acercaba a aquel ideal que tuve cuando frecuentaba Barcelona, lo mas cercano a Europa que podía, allí vi el BCD (Barcelona Centro de Diseño), yo soñaba con un OCD (Oleiros Centro de Diseño) y de Barcelona, concretamente de mi admirado Oscar Tusquets Blanca, adopté para el Departamento de Obras Públicas, que dirigí, la frase que fue nuestro lema, “Dios lo ve”, sin carga teológica, como el mismo Oscar explica, y que resume la búsqueda de rematar bien lo que no está a la vista, lo que está detrás, lo escondido, porque “Dios lo ve”.

Parque José Martí, en Oleiros (A Coruña). / Mundiario

Parque José Martí, en Oleiros (A Coruña). / Mundiario

Holanda, Dinamarca, Italia...  

En Holanda reparé en que para reforzar la imagen de que la carretera se había terminado y empezaba la calle, calmar el tráfico, tema tan difícil de ver por conductores y políticos que quieren velocidad en el  coche, entre semáforo y semáforo, cambiaban el material del suelo, color y textura, esto me llevó a poner ladrillo en el pavimento de Mera, de acuerdo con la tradición de la fábrica que allí hubo, donde hoy es laguna y antes fue barrero para hacer ladrillos. También viví un mes en una urbanización sostenible en la idílica Dinamarca. En Venecia veraneé en la casa de un arquitecto que había sido alumno del gran Scarpa, cuando me contó cómo les enseñaba a afilar los lápices de dibujar, comprendí mi formación en la Escuela del Retiro. Si no hubiese visto tantas veces el río Po en la Lombardía y en el Véneto quizá Santa Cruz no tendría los chopos en las orillas del río en el Parque Luís Seoane

Al final de todo me di cuenta de que ya no soy venideiro –así llaman en Oleiros a los que han nacido fuera y vienen–, lo sé, estoy seguro, soy de aquí, yo soy de Oleiros. @mundiario

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