Sobre tu padre
La ciudad huele a lluvia. Las calles están limpias, un aire fresco se respira, huele a lluvia. Allá en algún lado, tu padre anda arriba abajo con la moto o en el auto, trabajando, haciendo pendientes, y respirando el mismo olor a lluvia que tú, allá, en algún lado estás acariciando con tu nariz inocente.
A Osvaldo Espinoza Mercado,
La ciudad huele a lluvia.
Las calles están limpias,
un aire fresco se respira, huele a lluvia.
Allá en algún lado, tu padre
anda arriba abajo con la moto
o en el auto, trabajando, haciendo pendientes,
y respirando el mismo olor a lluvia
que tú, allá, en algún lado
estás acariciando con tu nariz inocente,
con tus dos años de juegos,
tus añitos que le sonríen al mundo.
Un mismo aire a la distancia
les hace respirar la misma vida.
Elían, lo que daría tu padre
por respirar tu risa, por jalar
el mismo aire que rodea tu cama,
que circunda de vida tu cuarto,
tu mundo tan desconocido y distante,
tu mundo al que no ha entrado,
al que no entra rompiendo puertas,
y arrebatando, y loco,
porque prefiere más lágrimas
en alguno de esos días
en que su corazón se sale,
a perturbar tu felicidad de niño.
He visto a tu padre, Elían,
cargar tu ausencia,
llorar los meses que creces
sin decirle papi, y sin nunca
haberse dado una mirada.
Ha mirado y remirado tus fotos
que le llegan de algún lado,
y te ha pensado tanto
que es como si la gestación
estuviera llegando a su punto,
y ahora sí, por fin, el momento de verse.
Tu padre ríe tanto, alegra tanto,
que a veces nos olvidamos
de los dolores largos y profundos
que lleva dentro.
Tu padre, Elían, es mi amigo,
y hemos reído juntos, y llorado,
dado tantas batallas,
y nunca se ha rendido,
no ha corrido de la línea de fuego,
no ha agachado la cabeza
cuando la noche parecía eterna.
Con tu padre, Elían, he compartido la sensación
de que sería el último día,
de que la muerte daría su paso al frente,
y rezábamos para que amaneciera ya,
para que la serpiente que se veía en el cielo
se difuminara y alejara sus colmillos,
y tu padre, Elían, comenzó a reír,
porque supo
que no sería aquella noche
que la muerte diera su paso,
porque él tenía que llegar,
seguir teniendo la esperanza de verte,
darte una paleta, un juguete,
un montón de ahorros difuminados,
un corazón tan grande
para que lo contemplaras un soleado día
y quedaras maravillado
de tu propia sangre,
de ése que te dio la mitad
de tu carne y de tus huesos,
del que heredaste la sonrisa
y la mirada y los ojos felices,
y maravillado le sonrieras
perdido en amor porque, Elían,
debes saber que uno
no sólo se enamora algún día de la madre,
también el padre algún día lo prensa
y uno se enamora
aunque sea sólo un día,
o unos meses,
como de la misma presencia de Dios.
Elían, la ciudad huele a lluvia,
y tu padre ya debe de estar
preparando un asador, limpiando mesas
y acomodando algunas sillas.
Yo voy a alistarme
y estaré allá en un par de horas
para festejar su cumpleaños 25,
y quizá haya algo de música,
él volteará un trozo de carne,
chisporroteará el carbón,
el humo se mezclará con el olor a lluvia,
reiremos, y no dejará de bromear,
de alegrarse, de ofrecernos felicidad.
Pero después,
entre la charla de los demás,
cuando quede un poco en silencio,
pensará en ti, sentirá un peso en el alma
de no tenerte cerca en un día como hoy,
en que el carbón humea, todos ríen,
y huele a lluvia, la misma lluvia, Elían,
que en algún lado, también respiras. @mundiario