Sexo, mentiras y conejos verdes en la biografía de una musa llamada Lisa Ann

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Lisa Ann. / Brazzers

"Era triste el mundo. Era triste saber que solo le quedaba el amor a Lisa Ann y esos pechos condescendientes con Newton", escribe Ulises Novo en este breve relato.

Sexo, mentiras y conejos verdes en la biografía de una musa llamada Lisa Ann

Cuando la actriz Lisa Ann descubrió el brillo en sus ojos metálicos, decidió callar, dejar que el tiempo calmase la lluvia de ardillas y conejos verdes. Sus pechos se adaptaron finalmente a la gravedad y supo entonces, solo entonces, que el amor era un veredicto de los dioses otorgado a mujeres , tan camaleónicas y provocadoras al mismo tiempo como ella o aquella cosplay con la que se lo hizo dentro de un coche después de una subasta de cómics y flotadores para piscina. Cerró la habitación antes de irse a dormir. Angeline Valentine cabalgaba sobre dos tipos mientras la cafetera aullaba como un símbolo de excitación que algún fabricante de aceros había perpetrado con tal fin.

Era triste el mundo. Era triste saber que solo le quedaba el amor a Lisa Ann y esos pechos condescendientes con la tesis de Newton, con el perdido gravitón.

Me besó luego en la boca y nos abrazamos mientras la lluvia de ardillas y conejos verdes seguía desnudando el cielo, mientras la misma cosplay lo estaría haciendo con  Puma Swede o con alguna novata de esas pelis de serie B donde los hombres no terminan de eyacular del todo.

Era triste el mundo, pero también era hermoso saber que yo dormiría junto a sus tetas, las de Lisa Ann, gasolina en estado de ebullición, colisión de cometas, una subida al Everest, el cambio climático que se precipitaba sobre la ciudad de los hombres que eyaculan poco.

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