Repercusiones del confinamiento sobre el investigador

Confinamiento. / Pixabay
Confinamiento. / Stan Madoré. / Pixabay

El confinamiento puede parecer, a simple vista, un elemento favorable para la creatividad al ofrecer al investigador todos los ingredientes esenciales (tiempo, tranquilidad, ausencia de elementos perturbadores exteriores, entorno familiar idóneo). Sin embargo...

Repercusiones del confinamiento sobre el investigador

A primera vista, durante los primeros días, parece que el confinamiento brinda muchas ventajas al investigador.

Por una parte, sobra tiempo para efectuar indagaciones, de tal manera que se puede dedicar un mínimo de 10 horas diarias a la actividad investigadora. (Antes, teníamos muchas (pre)ocupaciones que absorbían nuestro tiempo tales como ir al trabajo, llevar a los niños al colegio, recibir visitas de familiares, practicar deporte exterior, dar paseos, quedar con amigos…). De manera que disponemos de suficiente tiempo para dedicarnos a unos proyectos de investigación que teníamos pendientes desde hace tiempo. Es una buena oportunidad para leer un montón de libros y artículos que teníamos pensados consultar, escribir o finalizar trabajos suspendidos, etc.

Por otra parte, se aprecia la ausencia de elementos perturbadores exteriores. Estamos confrontados a menos “distracciones” exteriores: no vienen a casa familiares ni amigos, no te llaman para quedar, no estás obligado de salir de casa a partir de una hora determinada (debido al toque de queda) … Además, reina un silencio exterior propicio para la reflexión y la meditación.

El confinamiento permite a uno contemplarse a sí mismo y al mundo desde una nueva óptica; proporciona la posibilidad de pensar en nuevas problemáticas, en nuevas prioridades… Cada cual ha tenido suficiente tiempo para efectuar una introspección y una autocrítica. Todo ello resulta ser favorable a la investigación.

-Se nota, también, que con el confinamiento se gasta menos energía: estamos menos agotados (por los quehaceres de la vida diaria ordinaria) y, por lo tanto, quedamos más frescos y predispuestos para investigar, con la mente más tranquila y despejada.

Al estar rodeado con permanencia de su familia, ello nos infunde un sentimiento de seguridad, de calor familiar y de bienestar, sentimiento esencial para poder trabajar e investigar en un entorno idóneo.

Indudablemente, el confinamiento favorece la creatividad y estimula la imaginación: al igual que muchas familias que se han inventado nuevos juegos y distracciones, el profesor-investigador ha tenido, con este confinamiento, una buena oportunidad para pensar en nuevas estrategias pedagógicas. Así que ha creado nuevos métodos para llevar a cabo la enseñanza a distancia, para comunicar y evaluar a sus estudiantes, usando plataformas digitales educativas; ha estado impelido a usar la nueva tecnología para la realización de reuniones, seminarios (o webinarios) …

Por último, es de subrayar que, con el confinamiento, se ha originado mucha creación científica y literaria: se ha escrito un montón de artículos y libros en diferentes campos, se ha organizado una multitud de webinarios, congresos, conferencias a distancia…, casi todos, entorno al tema la epidemia.

Probables impactos negativos

Con todo, varios aspectos impactan, indudablemente, la inspiración y la capacidad creadora.

Por un lado, más allá de cuarenta días (la duración normal de una “cuarentena”), el confinamiento acaba teniendo un peso negativo sobre el individuo: acarrea una importante carga mental y una presión psicológica debidas a la presencia permanente las 24h del día y los 7 días de la semana de todos los miembros de la familia bajo el mismo techo (especialmente en el caso de familias numerosas). Este contacto permanente, durante tres meses seguidos, genera, forzosamente, fricciones, conflictos y disputas en el seno de la familia, amplificados por la presencia de niños turbulentos en casa; lo cual tiene, evidentemente, un impacto negativo sobre la creatividad y la investigación.

Por otro lado, el confinamiento origina, sin lugar a dudas, un montón de repercusiones psicológicas negativas (el reloj interior se pone patas arriba, trastornos del sueño, miedo de la epidemia, preocupación por su propia salud y por la de familiares vulnerables, inquietud por un futuro incierto, irritabilidad, angustia, estrés, lucha psicológica de supervivencia al virus…). Dichas repercusiones también enturbian, forzosamente, la tarea de un investigador.

Tampoco habrá que descuidar que el impacto psíquico, debido a la ausencia del contacto social (el contacto con la gente y el mundo exterior), añadido al peso de las cuatro paredes, convierte la casa en una cárcel, tras un confinamiento prolongado. Me imagino que hemos experimentado, todos, el impacto psicológico horrible de la experiencia de un encarcelado.

En este sentido, cabe subrayar que el aislamiento social forzado, desde mi punto de vista, difiere mucho de la soledad voluntaria: puedo elegir aislarme durante un período de tiempo determinado para avanzar en un trabajo de investigación; pero, si se me impone el aislamiento, se me quitarán las ganas de trabajar.

Personalmente, conozco el caso de unos amigos-colegas que han estado obligados de confinarse lejos de su familia. A pesar de que tienen muchos proyectos de investigación sin terminar y disponen de todo el tiempo suficiente para avanzar en sus trabajos, no hacen absolutamente nada: el impacto del confinamiento prolongado, junto a la soledad, es horroroso; bloquea toda actividad creadora en la persona y apaga la chispa investigadora.

Conclusiones

El confinamiento puede parecer, a simple vista, un elemento favorable para la creatividad al ofrecer al investigador todos los ingredientes esenciales (tiempo, tranquilidad, ausencia de elementos perturbadores exteriores, entorno familiar idóneo…). Sin embargo, si se trata de un confinamiento prolongado y forzado, puede generar un efecto contraproducente, bloqueando la inspiración y acarreando pensamientos negativos y angustias que quitan las ganas de investigar. Creo que, en tiempos de pandemias o guerras, solo prevalece el sentimiento de la supervivencia; por lo tanto, desgraciadamente, la investigación se relega a un segundo plano. Por lo demás, casi toda la investigación científica, efectuada en estos momentos, gira en torno al tema de la epidemia. Mis reflexiones e inquietudes existenciales que expongo se encauzan en este sentido.

A mi parecer, el investigador-pensador, al igual que cualquier artista, es un ser sumamente sensible que interactúa ante su entorno, no puede vivir separado y aislado del mundo exterior que le rodea: está muy sumergido en su medio ambiente. De ahí, la creatividad y la investigación, hechas con placer y deleite, requieren, además de una rutina diaria “ordinaria”, del contacto social, de la vida activa, de la relación permanente con el mundo exterior, con el otro, requieren, sobre todo, el sentimiento de ser libre, de vivir en un entorno desprovisto de cualquier amenaza o restricción que coarta la libertad de los individuos. @mundiario

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