Reflexiones a partir de lo que dijeron Borges, Voltaire y Gandhi

Jorge Luis Borges, escritor argentino. / RR SS.
Jorge Luis Borges.

"La duda es uno de los nombres de la inteligencia", escribió Jorge Luis Borges. "Yo no estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero me pegaría para que usted pudiera decirlo", decía Voltaire.

Reflexiones a partir de lo que dijeron Borges, Voltaire y Gandhi

Yo no estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero me pegaría para que usted pudiera decirlo.

Voltaire

Uno está enamorado cuando se da cuenta de que otra persona es única

(Jorge Luis Borges)

Sí, es una buena definición. La unicidad es característica difícil de encontrar en el otro, que a menudo se nos presenta como componente de un grupo humano infinito, como aburrida reiteración de estilos escasamente genuinos. No somos apenas capaces de distinguirnos de nuestros similares. Redundamos en los tics de nuestra clase, nos ajustamos a los comportamientos plausibles en ese lado. Sí, alguna vez, sentimos al otro como ser único, y nos sorprende que esto pueda ser así entre tantos millones de semejantes. Estaba muy cerca o ha sido necesario el cumplimiento de una costosa distancia. Sentimos a ese ser aparecido como a alguien largamente esperado, aunque no supiéramos muy bien cómo iba a ser. Nos mira como casi nunca nos habían mirado. Sentimos que por fin nos están adivinando nuestra razón de vivir. Sí, es un ser único porque presentimos que para él también lo somos, en una reciprocidad aún más increíble, altamente celebrable.

La duda es uno de los nombres de la inteligencia 

(Jorge Luis Borges)

Pero la duda que nos mueve, no la que paraliza. La duda que es certeza de nuestra limitación, no la que quiere marcar la diferencia entre lo banal, la duda de la elección innecesaria.

Comienza a manifestarse la madurez cuando sentimos que nuestra preocupación es más por los demás que por nosotros mismos

(Jorge Luis Borges)

En la infancia, en la adolescencia, es demasiado apremiante la necesidad de abastecernos, de conformar nuestra personalidad. Los que sufren a nuestro lado apenas existen ante nuestros ojos ocupados en buscar el asentimiento de los reflejos. Hay que luchar, triunfar en el terreno de las disputas que nos propone la vida. Entonces, la vejez se ve apartada, protegida por sus correspondientes guardianes.

La adolescencia se nutre de indiferencias o de risas. La madurez es de los que dominan la apariencia del mundo. Pero llega un tiempo en el que cambiamos de posición, en que se despierta nuestra mirada. Casi sabemos quiénes somos o, al menos, quienes no queremos ser. Ya no necesitamos afirmarnos a cada paso, porque cada paso nos confirma esencialmente. Entonces, son los otros los desprotegidos, los desorientados y, desde nuestra relativa seguridad, sentimos el deber de socorrerlos, aun cuando sabemos lo difícil o lo imposible que es, porque nuestros mayores tampoco supieron muy bien cómo guiarnos.

El que no posee el don de maravillarse ni de entusiasmarse, más le valdría estar muerto, porque sus ojos están cerrados.

(Jorge Luis Borges)

Maravillarse es mantener la mirada infantil, la humildad de quien no presupone antiguas derivaciones, lazos rutinarios, sino que crece dispuesto a atender algo verdaderamente nuevo, previamente improbable.

Solo es inmensamente rico aquel que sabe limitar sus deseos

(Voltaire)

Voltaire reedita el estoicismo. Es la posición defensiva. Desear menos es garantía de menor frustración pero también reducción de las vivencias. Se renuncia a la euforia de las nuevas consecuciones y se prefiere la paz centrada en la seguridad de un limitado número de satisfacciones. La pregunta es si nos perdemos algo importante con ello, si desear menos es vivir menos, darse a uno mismo pocas oportunidades para alcanzar cotas debidas. Hay deseos fatuos que apuntan a espejismos aniquiladores, pero también hay otros que son el motor del crecimiento. Distinguirlos es lucidez decisiva.

Yo no estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero me pegaría para que usted pudiera decirlo

(Voltaire)

Las opiniones del otro, ¿qué parte esencial contienen de sí mismos? Decimos que alguien defiende una opinión pero puede que una opinión también defienda a alguien o a algo. Una opinión mía no proviene del centro de mí mismo, sino que es la forma provisional de una indagación cuya voluntad sí que me define. Tener opiniones formadas es una manera de consolidación propia, pero solo eso. Es cierto que algunas opiniones deberían ser insobornables, capitales. Si yo opino que no se debe violar, he ido más allá de lo opinable. No hay argumentos racionales para refutarlo. Su valoración es una certeza, un sentimiento primordial, una idea que se opone a una imaginación radicalmente repudiable. Incluso el propio violador no podría argumentar sino una oscura venganza, una estrategia lejana.

La opinión social, la política, a menudo corresponde a composiciones atribuibles a una necesidad de posicionarse firmemente ante la vorágine de las percepciones. La confusión de las querencias, la contrariedad de lo deseable, alientan argumentos con los que excluir las dudas. Una opinión se arraiga en el fanatismo o en el sentimiento vivido como elemento crucial de nuestro proceder itinerante.

Nadie puede hacer el bien en un espacio de su vida, mientras hace daño en otro. La vida es un todo indivisible

(Gandhi)

Verdad incómoda. Premisa ética inalcanzable. La naturaleza implica a menudo que la búsqueda de un bien produzca un mal. Son los efectos secundarios. La defensa del grupo propio produce ofensas u omisiones a otros. Ese limitado bien presupone muchas veces el desprecio hacia un equilibrio justo y solidario. Aun los sensibles al bien común perpetúan actitudes discriminatorias. ¿Amar mucho a unos pocos ya es cumplimiento de un mandato generoso? Amar es elegir, elegir es desechar. Si al menos no hay que pisar al otro, el bien exclusivo que hagamos será un buen aporte al mundo.

Si quieres cambiar el mundo, cámbiate a ti mismo

(Gandhi)

Te puedes cambiar a ti mismo y que el mundo solo haya cambiado en la ínfima parte que eres tú. Pero, si alguna autoridad tienes sobre los demás, algún liderazgo, puedes modificar algunas actitudes de quienes te acompañan. Pero debe ser un cambio hondo, unido a lo emocional,  a lo trascendental, y no solamente unas ideas, unas consignas que se abrazan esperando la supresión de alguna soledad coyuntural, cuando esa entrega es solo vaciamiento del convulso ser para dar entrada a seguridades impropias.

El mundo cambia por los atrevimientos de algunos o por el miedo de muchos. Siempre hubo quién tuvo que dar el primer paso, el más difícil, el incomprendido, adelantado a su tiempo. Gratitud eterna merece porque ha sido el remoto inicio de nuestros bienes actuales. Juzgar el mundo actual, con mirada liberada de la tenaza de las convenidas costumbres, es tarea imprescindible para seguir humanizándonos.

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