¿Recuerdan al líder de algún partido aprobando sin ambages la propuesta de un contrincante?

Fachada del Congreso de los Diputados.
Fachada del Congreso de los Diputados.
Abogar por una extendida unanimidad, además de imposible, sería indeseable porque constreñiría la imaginación frente a posibles alternativas a cada situación. Pero de ello a hacer de los pactos una quimera media un abismo.
¿Recuerdan al líder de algún partido aprobando sin ambages la propuesta de un contrincante?

Por mucho que se estrujen la memoria, va a ser difícil que recuerden cuándo fue la última vez que supieron del líder de algún partido aprobando sin ambages la propuesta de un contrincante. Todos ellos denostan de cuanto digan o hagan los otros y sin otra convicción que la del desacuerdo, aunque los argumentos esgrimidos no resistan el menor análisis y es que prima la fe en sus siglas y tradicionales postulados por sobre la razón, lo que no extraña, ya desde antiguo, en quienes tanto por inteligencia como por nivel moral –como afirmase Clarín, tiempo atrás– no suelen pasar de medianos.

Cualquiera habrá advertido, y cuantos más partidos políticos en liza con mayor claridad, que los juicios por su parte respecto a los demás no son con frecuencia sino prejuicios: dogmas que nublan la razón. Y el esfuerzo de cualquier formación se centra en justificar sus propios discursos y poner en solfa los ajenos, lo que, de sumarlos, nos llevaría a concluir que no hay más futuro que el de la distopia porque, de atender a todos, resulta que ningún proyecto es aceptable y solo obedecen a la estrategia para hacerse con el poder y las voluntades de los incautos –nosotros–. Bien sea antes, durante o tras unos comicios que, de no auparlos a ellos, en su opinión habrán puesto únicamente en evidencia la permeabilidad de los votantes por lo que hace a sofismas o simples mentiras. Siempre las de los demás. 

Llegado aquí, convendrá señalar que no pretendo abogar por una extendida unanimidad que, a más de imposible, sería indeseable porque constreñiría la imaginación frente a posibles alternativas a cada situación. Pero de ello a hacer de los pactos una quimera media un abismo y, en el actual contexto, el premio que podría recaer en quien antepusiera el interés colectivo al de sus afiliados y simpatizantes, habrá de posponerse al igual que sucedió el pasado año con el Nobel de literatura pero, en este caso, sine die. El único consuelo al que agarrarse es asumir, como dijera William Blake, que sin contrarios no hay progreso. Y con estos hipócritas de por medio, capaces de cualquier alegato siempre que no incorpore un amén a ocurrencias del vecino, parece que avanzamos hacia el mismo, hacia el progreso y, dada la plétora de contrarios con  similar talante, sin importar colores o siglas, a endiablada velocidad. Porque no es no; siempre, con relación a todo y sin matices ni excepciones que valgan. Tampoco por lo que hace al actual conflicto en Cataluña que, visto el talante de unos y otros, tiene visos de perpetuarse al modo de un condicionante, más o menos soslayable, de nuestro porvenir. @mundiario

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