Una política lingüística que disgusta a tirios y troyanos

Bandera de Galicia. / @mundiario
Bandera de Galicia.

El presidente de la Xunta tira de sentido común al considerar que si le critican desde ambas orillas del espectro político debe ser porque su posición es la más sensata. Y la que mejor conecta con la mayoría social

Una política lingüística que disgusta a tirios y troyanos

Ladran luego cabalgamos... Cada vez que desde el Benegá o desde la órbita cultural del nacionalismo atacan su política lingüística, Feijoo se reafirma en el convencimiento de que está haciendo lo correcto.  Y es que si al nacionalismo menos radical, incluso al galleguismo más tibio, le gustase cómo trata el Pepedegá la cuestión idiomática, Don Alberto tendría serios motivos para preocuparse. Porque con toda probabilidad crecería en intensidad el descontento –o la incomodidad–- de buena parte de los votantes tradicionales del partido fundado por Manuel Fraga. Y es que no son pocos los ciudadanos gallegos que hasta ahora votaban PP a quienes les escuece el apoyo que desde la administración autonómica se presta a la "normalización" de la lengua gallega y que en su opinión constituye una imposición que menoscaba los derechos de los castellanohablantes.

Ahora bien, lo que hace que Feijoo se sienta aún más cómodo si cabe en el ámbito lingüístico es que los máximos dirigentes de Vox le tachen de nacionalista, con todas las letras, sobre todo por "imponer" el gallego en la enseñanza en lugar de respetar la libertad de las familias a la hora de decidir en qué lengua quieren que sean escolarizados sus hijos. Es esa una línea de ataque en la que la ultraderecha liderada por Santiago Abascal coincide con los Ciudadanos de Albert Rivera o con la casi desaparecida UPyD de Rosa Díez, partidos ambos que hicieron suyas las tesis con las que Galicia Bilingüe contribuyó a desgastar al bipartito PSOE-Benegá. Y el nuevo PP de Pablo Casado también apunta en la dirección.

El presidente de la Xunta tira de sentido común al considerar que si le critican desde ambas orillas del espectro político debe ser porque su posición es la más sensata. Y la que mejor conecta con la mayoría social de este país, o al menos eso es lo que se desprende de las tres holgadas mayorías absolutas obtenidas por Feijoo tanto en las convocatorias electorales donde el asunto del idioma formó parte sustancial del debate como en aquellas en las que no estuvo tan en tela de juicio.

Que nadie dude que si amplias capas sociales, incluyendo las que simpatizan con el PP, demandasen una mayor galleguización de la vida pública, de la enseñanza, de la actividad económica, etc, Feijoo no habría dudado en ir más lejos de lo que ha ido hasta ahora. No por convencimiento personal, desde luego; por pragmatismo, por puro interés electoral. Sin embargo, tal demanda social no existe. Es cierto que hay muchas y muy respetables voces que exigen avances en la presencia del gallego en las esferas donde se juega su supervivencia, pero esas voces son más bien una minoría con gran predicamento en el ámbito intelectual y en el progresismo político, aunque con escaso ascendiente sobre el gallegohablante del común.

Los expertos más o menos políticamente neutrales, que algunos hay, reconocen que el gallego no ha avanzado en cuanto a su presencia institucional o social, ni mucho menos se ha visto incrementado el porcentaje de gallegos que lo usan habitualmente. Ahora bien, creen que el indudable retroceso que se registra en los últimos años no es principalmente achacable a lo que hace o deja de hacer el actual gobierno gallego, o cualquiera de los anteriores, en materia de política lingüística. Desde San Caetano –sostienen esos estudiosos– se puede hacer mucho más por ralentizar el declive de la lengua propia de Galicia, pero deternerlo y no digamos revertirlo no está en manos de los gobernantes por muy galleguistas que sean. @mundiario

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