Poeta

Edvard Munch Dos seres humanos. Los solitarios (1899).  Museo Munch de Oslo.
Edvard Munch: Dos seres humanos. Los solitarios (1899). / Museo Munch de Oslo.

Sabe que usted es un radical, usurpador, prófugo o perro rabioso

Piense con fiereza en uno de los últimos sueños que ha tenido. En él, usted es una figura que se tambalea ―de hechura tan caótica y bramante― sobre una mullida y holgada tierra. Un espectador que observa cómo una estructura vertical, simétrica al resto de la ciudad, dirige a quienes la habitan hacia el Sur, y que luego suscita cuestionarse: “¿También aquí hay daño?”. Un caminante tan apócrifo, tan extranjero, tan modelado ―por ejemplo― por la pluma de Rimbaud. (O de Heine. O de Borges. O de Rilke. O de Verlaine). Sabe que usted es un radical, usurpador, prófugo o perro rabioso.

Sabe que es tan farináceo y trivial, tan marginal y huyente y absurdo como un personaje esculpido de la devastación y de la ternura. Es usted sabedor de que, en efecto, también la angustia se bañará con la imagen de sus semejantes.

Sabe que los símbolos aspirarán a ser mesura. Que convergerán con aquello que más frecuenta, pero también con lo que calla

De que le serán atribuidas dosis de errores próximos: la carga de ser deudor de quien crea ―tan individual y desbordado de harto ego―, ser objeto de psicologías impostadas ―Schopenhauer, Kafka, Hesse, Kierkegaard, Unamuno― e incluso de memorias al fin variables, y no pocas de invento artificioso. Sabe de ese lenguaje que será mitología: el mar como embudo y purificación de Eterno Retorno, la llanura como afán de las imposibilidades, la cosmogonía de observadores y guardianes tan suyos.

Sabe que los símbolos aspirarán a ser mesura. Que convergerán con aquello que más frecuenta, pero también con lo que calla: ese tropel de misterios brumosos, de personalidades sublevadas, de silencios cerosos. Todo ello le llevará a preguntarse: “¿Quién soy?”. Así que conciba, en la hora callada de la noche, la profunda y quebrada forma de lo que comenzará a ser su Creación. Ese trazo fiero de la palabra, ese último sueño de literatura. Usted quizá sea ―lo sabe― poeta. Y ya sólo le quedará lo mismo: escribir. Escribir como si le fuera la vida en ello. @mundiario

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