¿Es Podemos el verdadero depositario del descontento del 15M?

Alberto Garzón y Pablo Iglesias, puño el alto. / RRSS
Alberto Garzón y Pablo Iglesias, puño el alto. / RRSS

Podemos se perfila como la principal fuerza de la izquierda en España. Pero los signos son importantes en política y el puño cerrado aleja la mano tendida de la mayoría, como se ha visto en las dos últimas elecciones.

¿Es Podemos el verdadero depositario del descontento del 15M?

Algo pasa cuando un partido joven comienza tan pronto las disensiones internas. Se puede justificar que la formación nació demasiado apresurada, sobrada de ilusión por la situación política y social, pero con falta de solidez ideológica por la premura en convertirse en el referente único de los indignados del 15M.

Podemos se esforzó desde el principio en abarcar el legado de la protesta global que encendió la hoguera del descontento ciudadano, tanto que no hizo distinción, otorgándose el papel de portavoz oficial del apoyo popular. Por entonces no reparó en que el masivo apoyo al movimiento carecía de ideología y en los lugares de protesta se concentraban personas de todas las edades, ideología y condición social. Incluso se silbaron las iniciativas políticas que intentaron sumarse en forma de siglas con clara intención arribista. Estuve presente cuando se obligó a retirarse a las banderas rojas del partido comunista, por ejemplo. El 15M fue lo más parecido que ha tenido España al levantamiento popular contra la opresión francesa. Irradió ilusión en un cambio social más allá del color de las personas. Demasiado bonito, quizá, para ser tomado en serio.

Como no podía ser de otro modo, el movimiento feneció de éxito, se hizo tan grande que el carácter asambleario demostró sin paliativos su ineficacia. Por eso la única alternativa que le quedaba es que alguien recogiese el testigo en forma de partido político. Hasta aquí todo bien… o no, según se mire, pero lo cierto es que el paso final lo dieron unas cuantas personas que reavivaron la llama de la ilusión por un vuelco social. Desgraciadamente, pronto se demostró que los nuevos dirigentes se precipitaron en asomarse a las tribunas públicas para despojarse del traje de descontentos y mostrar el rojo de sus almas. Ahí empezó el principio de su estancamiento. Situarse en el lado izquierdo del espectro político sólo ha servido para restar votos y poner en dificultades a los dos partidos más representativos que copaban el espacio hasta el momento: PSOE e IU, transformado en una caricatura de lo que fue, han pagado caro no haber sabido adaptarse al viento del cambio.

Hoy Podemos se perfila como la principal fuerza de la izquierda. La cuestión es si serán capaces de atraer a nuevos simpatizantes a su causa. La  creciente pugna entre Pablo Iglesias, partidario de un esquema radical en cuanto a planteamiento y acción, e Iñigo Errejón, consciente de que el radicalismo de su líder les está apartando del camino primigenio, ponen en cuestión la existencia real de un gran partido que signifique más, un movimiento. La victoria de los candidatos oficialistas en Madrid y Andalucía aleja la moderación de la formación morada. Si Podemos quiere quedarse con el liderazgo de la izquierda parece seguir el camino correcto; si pretende, en cambio, recuperar los postulados que hicieron posible el 15M, debe dar un golpe de timón hacia el horizonte de la integración. Los signos son importantes en política y el puño cerrado aleja la mano tendida de la mayoría, como se ha visto en las dos últimas elecciones. Conviene que lo tengan presente.

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