La pesadilla americana

Haití. / Pixabay
Little Haití. / Pixabay

Algunos folletines turísticos snob de Miami, presentan a Little Haiti como un barrio afroamericano coqueto, de murales coloridos y un posible destino culinario. ¿Pero es acaso eso lo único que Miami tiene que decir sobre los haitianos?

El 25 de mayo, la policía de Powderhorn, Minneapolis, ordenó al afroamericano George Floyd bajar de su camioneta estacionada frente a una licorería, porque el dependiente lo reportó por comprar cigarillos con un billete falso.

Ocho minutos y cuarenta y seis segundos transcurrieron en el intercambio entre Floyd y los oficiales, en esa tarde gris en la que los peatones se arracimaban en la acera a grabar y fotografiar el incidente. El resto es historia: lo asfixiaron, perdió la vida y cientos se volcaron a las calles a reclamar justicia, no solo en Minneapolis, si no en distintas ciudades de Estados Unidos. En Miami las marchas tomaron el Downtown y lo vandalizaron, destrozaron varios establecimientos y el Bayside Mall, y así se repetía una historia de cuarenta años atrás, aquella que declaró no culpable a los policías que golpearon al afroamericano Arthur McDuffie hasta que murió, y cientos vandalizaron las calles y las empaparon de sangre dejando un saldo de cuatrocientos diecisiete víctimas.

La relación de Miami con las comunidades afroamericanas de las Bahamas y Haití siempre ha sido estrecha. Los inmigrantes de las Bahamas fueron los primeros agricultores y pescadores de Coconut Grove, incluso antes que la ciudad se fundara; y en los sesenta, cuando Miami era el faro de libertad que iluminaba a los países oprimidos aledaños, recibió a su primera embarcación precaria, con veinticinco haitianos escapando de la violencia y persecución del gobierno de Francois Duvalier y, lamentablemente, se les deportó a todos.

Nueve años después, en 1972, llegaron cuarenta y dos haitianos de la misma manera y corrieron con igual suerte. Durante los años siguientes emigraron cincuenta mil, a menos de cien se les otorgó el asilo, y a los demás los encarcelaron y deportaron bajo la presunción de que eran refugiados económicos y no políticos, a pesar de que la dinastía Duvalier se había perpetuado en el poder: Francois Duvalier gobernó hasta el último día de su vida y lo sucedió su hijo, Jean Claude, ambos persiguieron y torturaron a muchos. En paralelo, en las esquinas de Miami ya humeaban los cafecitos cubanos y se saboreaban croquetas, y cientos de inmigrantes llegaban masivamente de la isla, en embarcaciones precarias o en avión, y a ellos sí se les acogía.

La década posterior resultó caótica en Miami, por la ventana al narcotráfico que abrieron los Cocaine Cowboys desde el deck del Mutiny Hotel, y porque la ciudad enfrentó conflictos sociales como la “crisis de los refugiados”, usualmente asociada al éxodo del Mariel, que suponía que Estados Unidos recibiría a tres mil quinientos cubanos de acuerdo a la ordenanza del presidente Carter, pero que a cambio el régimen Castrista abrió fronteras y más de ciento veinte mil arribaron de abril a octubre de 1980. Aunque no solo los cubanos encabezaron esta crisis: a la política de mar abierto, se sumaron un total de veinticinco mil haitianos más. Los refugiados primero fueron agrupados en carpas en el Orange Bowl y después en el centro de detenciones Krome, y si bien se les pretendió dar un trato igualitario, sin importar su procedencia, a los haitianos en Krome se les asignó un lugar diferente, los hacinaron en espacios de capacidad mínima, con estándares ínfimos de higiene y alimentación.

El trato igualitario, que nunca fue tal, se terminó cuando Ronald Reagan asumió la presidencia en 1981. Los haitianos, rectifico, no huían de un régimen abusivo como el de Castro y más bien eran refugiados económicos. Parte de la tan discutida agenda de Reagan con Centroamérica y el Caribe, implicó la firma de un tratado con Haití, en el cual, el gobierno estadounidense bloquearía sus costas con agentes de inmigración para interceptar a los haitianos en altamar, traerlos a Estados Unidos, encarcelarlos y deportarlos –de veinticinco mil inmigrantes interceptados, solo veintiocho regularizaron sus documentos–. Y bajo la administración de George H.W. Busch, en los noventa, a los haitianos se les continuó bloqueando el paso en el mar y luego los trasladaban a la base naval de Guantánamo, la prisión donde Estados Unidos actualmente custodia y tortura a los reos de la guerra contra el terrorismo con Afganistán e Irak, en condiciones climáticas que hacen que se viva de manera inhumana.  

Poco han cambiado con el tiempo la policía y los administradores de justicia, lo que ha cambiado es que ahora los ciudadanos son periodistas on demand, con el iphone en el bolsillo lo captan todo en el lugar de los hechos y en cuestión de segundos lo viralizan en esa vitrina universal que son el Instagram, el Facebook y Twitter. @mundiario

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