El periodista tiene que comer mucha langosta para llevar garbanzos a casa

gallinas blancas
Gallinas blancas de verdad, no como las de Piqueras.

El periodista debería ser digno de Prometeo, que robó el fuego divino para beneficio del hombre. El periodista que abunda en las alturas se parece a Atalanta, la virgen codiciosa.

El periodista tiene que comer mucha langosta para llevar garbanzos a casa

Si no tienen nada mejor que hacer, permítanme que los entretenga con un mito griego, el de Atalanta y las manzanas de oro. No vienen mal unas dosis de mitología, tan válida hoy como hace tres mil años. La razón de esto que digo es poderosa: los mitos son el catálogo de nuestros arquetipos, es decir, de nuestros modelos de vida. Estamos tan atados a ellos como a nuestra sombra.

¿O no es una Odisea lo que vivimos desde 2007? Vaya si lo es; dejaría la de Ulises al nivel de una peripecia de Bob Esponja ¿Y acaso no hemos de hacer esfuerzos hercúleos –dignos de Hércules– o titánicos –de los Titanes– para salir adelante? Vayan y pregunten a los psicoterapeutas, que aún viven de Electra, Edipo y Narciso.

En fin, a lo que iba. Atalanta era una princesa virgen y atlética. Su padre quería casarla y ella quería ser independiente, así que llegaron a un acuerdo: el pretendiente que la venciera en una carrera pedestre sería dueño de su virtud. No quieran saber ustedes cuántos galanes griegos y asiáticos cayeron en el empeño; ella los vencía a todos y los mataba después.

Y así estaba el patio, o mejor, el estadio, cuando llegó Melanión. Afrodita le había regalado tres manzanas de oro y una instrucción: cada vez que Atalanta estuviera en un tris de adelantarlo, Melanión soltaría una manzana. Bien sabemos a estas alturas cuán codiciosas pueden ser las princesas, así que no les extrañe que la virgen corredora se parase a recogerlas. De ese modo, Melanión acabó siendo el dueño de la virtud de la casta Atalanta.

Ese mito es el que me viene a la cabeza cuando veo a Pedro Piqueras, abanderado informativo de Mediaset, elogiando un alimento que mi médico me tiene muy prohibido: el caldo precocinado, buenísimo para mi colesterol y malísimo para mi salud. Para que no pensemos que hay nada venal en ese anuncio que Piqueras protagoniza, el comunicador nos hacer ver que abandona la redacción y arrostra los riesgos del reporterismo para confirmar por sí mismo la verdad del eslógan: caldo natural.

Y así lo vemos, casi lo disfrutamos, con la bata blanca de rigor y el ceño fruncido, gesto inexcusable en todo reportero de investigación que haga honor a tal nombre. Piqueras desfila ante bodegones de hortalizas brillantes, tentadoras, guapísimas; ya les digo que, de tener nacionalidad, esas hortalizas serían venezolanas, habrían pasado por quirófano y estarían a punto de hacerse con la corona del Miss Hortaliza Universo. Vamos, que no es que sean buenas, es que las verduras de Piqueras están como un queso.

Ojalá fuera este el único ejemplo de periodista que tira más a Atalanta que a Prometeo, héroe que ofendió a los dioses para salvar a la Humanidad. Ahí tienen a Fernando Ónega, que le puso la cara a un banco que era pastor en estos tiempos de rebaños; o a Matías Prats, que nos vende usura refrescante; o a Susana Griso, todo por la pasta; o a Carlos Herrera, que lo mismo te habla de listas de espera en la sanidad pública que te anuncia una empresa de sanidad privada; o a Juan Ramón Lucas, metiendo miedo a las viejecitas para vender alarmas; y para que vean que aquí hay para todos ¿qué me dicen de la combativa Sandra Sabatés, que anuncia telefonía móvil en El Intermedio? Évole, hijo de Prometeo, te dejan solo (de momento).

Existe un documento que pocos han visto, casi tan raro como El Necronomicón. Hablo del Código Deontológico de la Federación de Asociaciones de la Prensa de España; lo raro es que, con ese título, alguien quisiera verlo. Pues bien, una vez un lunático me juró que había leído el artículo 18, que decía así: "Se entiende éticamente incompatible el ejercicio simultáneo de las profesiones periodísticas y publicitarias". Inverosímiles palabras de oscuro significado.

Hace ya más años de los que quisiera reconocer, pude entrevistar en los cursos de El Escorial a un héroe periodístico, Bob Woodward, investigador, junto con Carl Bernstein, del Watergate. Tardé en cerrar la boca el tiempo que medió entre ese lujo y una conferencia de Javier González Ferrari, que una vez fue periodista y hoy es presidente ejecutivo de Onda Cero. Ferrari excusó la falta de independencia de muchos colegas no con un argumento ideológico, sino con otro más prosaico: todo el mundo tiene que llegar a fin de mes.

Con ese recuerdo me voy a uno anterior. Mi primer maestro en este oficio, un tipo de colmillo retorcido, Emiliano Aláiz, un catalán tremendo, me dijo un día: "Picos, no te confundas; en este oficio nuestro hay que comer mucha langosta para llevar garbanzos a casa". Con el tiempo aprendí que muchos periodistas se han aficionado tanto a la langosta que no ven garbanzos más que si anuncian cubitos de caldo.

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