Pablo Simonetti: “No creo que del aislamiento pueda generarse una libertad genuina”

Pablo Simonetti.
Pablo Simonetti. / Andrés Herrera

MUNDIARIO entrevista a Pablo Simonetti acerca de su última novela publicada en España. El autor edifica en Desastres naturales una sugerente búsqueda de contrarios que disecciona lo familiar, con fervor identitario autobiográfico, entre la brutalidad de la memoria colectiva chilena.

Pablo Simonetti: “No creo que del aislamiento pueda generarse una libertad genuina”

¿Por qué somos tan parte de lo que pasa como de la obra que nos mueve? Leer al escritor y activista chileno Pablo Simonetti (Santiago de Chile, 1961) supone adherirse, en ese tránsito vital, al calor de una noche incendiada por la verdad humana. En esa clave leo Desastres naturales (Alfaguara, 2017), novela que no aísla el pudor para refrendar su relato de búsqueda o, como el mismo Simonetti confirma, “de comprensión”. Al fin, esa certeza de conocerse como doble (o, incluso, como otro) no es menos artilugio de devastación que considerar a padre e hijo —Ricardo y Marco— como partes análogas de un mismo proceso: los vandalismos del destino que, liberados a dosis y a furiosa distancia de uno, son también símiles de él, y de lo que se quiere: resistir.

– PREGUNTA. ¿Cuánto puede esa voluntad para comprender?

– RESPUESTA. Una de las mayores dificultades durante la escritura fue recuperar al padre para el hijo (y para el lector), respetando la premisa de que Ricardo había sido para Marco un personaje opaco, enigmático, inasible. Para eso recurrí a una estrategia narrativa periférica, describiendo al padre desde fuera, desde los efectos que su presencia y su muerte tuvieron en Marco, en los demás miembros de la familia, en el orden familiar y en el de su mundo de pertenencia.

Jamás me planteé la novela ni con afán inculpatorio ni exculpatorio, sino más bien de búsqueda de alguna revelación que lograra entender mejor qué pasó entre ellos.

Es decir, el objetivo era alcanzar una nueva comprensión, tomando las circunstancias de vida de un Marco ya cincuentón, con un ictus en el cuerpo, sin entrar en la interioridad del padre, solo apenas suponiéndola en los fragmentos en que el hablante alcanza alguna epifanía.

– P. ¿Entonces no construye para purificarse?

– R. Jamás me planteé la novela ni con afán inculpatorio ni exculpatorio, sino más bien de búsqueda de alguna revelación que lograra entender mejor, con más matices, qué pasó entre ellos.

– P. La lectura simbólica, a través del ajedrez, ríos y mares, es muy sugestiva. ¿Es una estrategia para mostrarnos que los desastres suceden y que son inevitables?

R. En realidad, más que una estrategia, fue el resultado del ejercicio narrativo. El ajedrez como pasatiempo me pareció adecuado para la personalidad de Marco, ese talante analítico que muestra en la novela, y más adelante se prestó para representar los conflictos de Marco con su familia. Y las apariciones de ríos y mares se fueron acumulando a lo largo de la historia, a propósito de esas primeras experiencias de Marco en el sur de Chile. Así, estos elementos dieron pie, a posteriori, a lecturas simbólicas como las que tú mencionas.

Las libertades individuales deben ser respetadas por los Estados. Es la única manera de contrarrestar visiones colectivistas que atropellan al individuo.

– P. Ricardo encuentra en su rutina un alojo contra las direcciones del destino. ¿Es correcto resguardarse contra ellas, como hace Marco ocultando su homosexualidad, para así mantenerse en la batalla y sobrevivir?

– R. Es difícil sopesar moralmente las formas de lidiar con las amenazas que nos acechan. La negación de la muerte próxima parece ser una estrategia muy recurrida para conservar, dentro de tanta precariedad, el equilibrio emocional. Son pocos los que tienen la fuerza para mirar la muerte a la cara. A esos pocos, deberíamos darles la libertad para elegir su manera de morir. En el caso de Marco, su ocultamiento responde más bien a un proceso de adaptación a una realidad negada en primer lugar por sus padres y por su mundo. Él quisiera abrirse, pero no sabe muy bien a qué, porque todo cuanto lo rodea se plantea prácticamente en sentido antagónico a lo que él es.

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Pablo Simonetti. / Andrés Herrera.

 

– P. ¿Son los poderes de la libertad los únicos capacitados para enterrar argumentos tiránicos, prevalecer ante la duda sobre cómo actuar y así restituir los valores?

– R. Las libertades individuales, que es otra manera de llamar a los DD.HH., deben ser respetadas por los Estados. Es la única manera de contrarrestar visiones colectivistas que atropellan al individuo en aquellos aspectos de la vida que le son más caros y personales. Por eso es tan importante darles fuerza a las instituciones que defienden estos derechos, llámense defensorías, institutos de DD.HH., corte interamericana de DD.HH., tribunal europeo de DD.HH., en fin, además del propio sistema de justicia cuando opera en defensa de las garantías constitucionales del individuo.

Los sistemas de justicia deben estar preparados para actuar y protegernos frente a los ánimos de castigo que mueven a las turbas.

– P. ¿Cómo debe manifestarse esa libertad si aspira a permanecer acorde a la ideología de la gente “de calle”?

– R. Para que estos derechos sean respetados por la gente “de la calle”, como tú dices, hay que hacer un permanente trabajo de educación cívica en todos los niveles, para que se transformen en un piso ético común. Pero, aun así, nos encontraremos cada día con casos en que el parecer mayoritario buscará atentar contra esas libertades, los linchamientos públicos están a la orden del día. Los sistemas de justicia deben estar preparados para actuar y proteger al individuo frente a los ánimos de castigo que mueven a las turbas.

– P. La mirada de niño está presente en toda la obra. De ello dice que “aprendiz es un eufemismo y adulto una exageración. ¿Cuál debe ser el punto intermedio?

– R. A mi modo de ver, para su mayor felicidad, cada adulto, en sus relaciones más importantes y también en su trabajo, debería conservar el asombro, la curiosidad y la predominancia de la imaginación propios de la niñez. Incluso conservar una cuota de candor, aunque le signifique salir defraudado y ser tildado de cándido cada dos por tres. Cuando ya nada nos despierta ese entusiasmo “infantil”, cuando ya no creemos en nada ni en nadie, estamos un poco muertos.

La homosexualidad de un hijo jamás debiera ser tomada como una muerte o una enfermedad degenerativa, porque no es ninguna de las dos cosas: es parte del reino de la vida.

P. La sugerencia de la que tanto hablaba Borges es aquí una especio de augurio de que el desastre será inminente. ¿Busca en Desastres naturales esa ambigüedad tan presente, por otra parte, en la literatura hispanoamericana?

R. Desde la elección del título en adelante, la novela despliega un plano simbólico y metafórico. El título surgió de la forma en que las familias conservadoras enfrentan la diversidad sexual de sus hijos: como si fuera un desastre natural, un castigo divino, un maleficio, una condena. Incluso muchos de los mismos hijos gay al haber sido educados en la homofobia, lo viven así. Esta manera fatalista de enfrentar una realidad, que puesta de otro modo es solamente un hecho de la naturaleza, es un rasgo idiosincrático chileno que va más allá de este aspecto en particular. Nuestra historia de terremotos, erupciones, aluviones y maremotos nos ha dejado grabado ese gesto de pasmo existencial en muchos frentes de nuestras vidas. Si llevamos la metáfora a un plano más general, podemos pensar que la muerte y las enfermedades graves o invalidantes son la cosa más natural del mundo, y a pesar de su presencia constante, las vivimos cada vez como si fueran un desastre. Esto permite realizar el razonamiento inverso: la homosexualidad de un hijo jamás debiera ser tomada como una muerte o una enfermedad degenerativa, porque no es ninguna de las dos cosas: es parte del reino de la vida. Hay una segunda capa de lectura de los desastres naturales propiamente tales, que se teje a través de la aparición de estos en el desarrollo de la novela, y que actúan tanto de catalizadores de cercanías y complicidades, como de augurios de desastres personales o familiares. Sirven de pespuntes para leer la existencia en común de los personajes y se convierten en hitos de su memoria familiar, porque los cambian de manera irreversible.

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Portada de Desastres naturales. / Alfaguara.

 

– P. ¿Actúa la autoridad que moldea a Ricardo como un marco más allá del personaje y de lo “premeditado” en la novela?

– R. Claramente es una representación del machismo imperante en Chile y Latinoamérica. Es cosa de fijarse en lo que está pasando en Hollywood, lugar que uno pensaría menos lastrado por este rasgo cultural. Cuánto más enconado es el machismo en el sur de América, donde el hombre heterosexual hereda poder, fueros y privilegios por el solo hecho de serlo (podrían agregarse las categorías “blanco” y “católico”, para otra clase de conflictos de superioridad preestablecida).

La novela muestra la brutalidad y la injusticia que alberga esa manera de conferir el poder al interior de una familia.

En este sentido, Desastres naturales es una novela de género, vista desde la perspectiva de un hombre gay. El machismo también está presente en la historia a través de la figura de Pinochet. Una de las claves culturales de la dictadura fue una concepción binaria de la sociedad, propia de campamentos militares. El hombre fuerte que sale a luchar por su país, la mujer decorosa, doméstica, subsidiaria que se queda en el hogar (la señora de Pinochet era la presidenta de los centros de madres, con los que después hizo pingües negocios). La novela muestra la brutalidad y la injusticia que alberga esa manera de conferir el poder al interior de una familia.

– P. Marco jamás pierde el sentido de la familia, aun adaptándose contra su propia voluntad.  ¿Hasta qué límites puede ser válido ese carácter familiar y qué barreras no puede sobrepasar?

– R. En mi trabajo como activista he defendido que a nadie se le debería obligar a elegir entre su identidad y su mundo de pertenencia. Me acuerdo de la época en que muchos pedían que los gays nos fuéramos de Chile, que buscáramos un lugar donde nos acogieran mejor, para que no molestáramos pidiendo tonterías como el matrimonio igualitario. Nadie puede exigirte que te vayas de un lugar que tiene tantas implicancias para ti, que te define en tantos sentidos. Ahora, claro, tal como ocurre en países con regímenes dictatoriales e intolerantes, mucha gente termina exiliada (en Chile, los exiliados llegaron a ser 200.000) o termina por irse para buscar una manera de sobrevivir. Lo mismo pasa con las religiones. Nadie debería verse en la obligación de elegir entre sus creencias y su orientación sexual, pero las Iglesias ya casi no tienen fieles LGBT, por la dura persecución a que los han sometido. Si ser echado o huir del propio país, o si ser echado o huir de tu religión es fuente de dolor, imagina cuánto más desgarrador resulta cuando te apartan o huyes de tu familia. Pero te concedo que hay un límite definido por el respeto a la propia dignidad: si tu identidad y bienestar están en grave riesgo, no queda otra cosa que romper esos lazos.

No creo que del aislamiento pueda generarse una libertad genuina, diría que más bien se puede adquirir una apariencia de libertad, una simulación de rebeldía.

– P. La soledad que adquiere Marco se manifiesta, por momentos, en términos de devastación. Pero ¿no debe ser ese aislamiento una fuerza protectora que nos ampare y refuerce ante el bombardeo de los intransigentes y un mérito que desemboque, tarde o temprano, en la libertad?

– R. No creo que del aislamiento pueda generarse una libertad genuina, diría que más bien se puede adquirir una apariencia de libertad, una simulación de rebeldía. Es cierto que al aislarse uno encuentra protección, pero esos espacios reducidos terminan por ser asfixiantes. La verdadera libertad estriba en exigir que se respeten tu dignidad y tus derechos, a cara descubierta. He visto a tanta gente encogerse al quedar encerrados en un ghetto, temerosos del ancho mundo, en una rara proximidad con los gays y lesbianas que se quedan dentro del armario.

– P. Marco se enamora de Daniel, a pesar de ser personajes construidos antagónicamente. ¿Es Desastres Naturales una obra de antagónicos, de contrarios, de batalla contra lo individual?

– R. En el caso de Daniel, Marco se enamora de un estereotipo de masculinidad, sobre todo porque siente o cree que al ser gay su propia masculinidad flaquea. Se enamora de la misma clase de masculinidad dueña del poder arbitrario que impera en su casa. Se enamora de quien lo hace sentir débil. Tal como su padre, que por el solo hecho de existir lo hace sentir débil. Yo diría que son los últimos pataleos de un joven que pronto aceptará que esa forma de masculinidad le hace mal, en cualquiera de sus versiones. Y diría que Desastres naturales es una novela sobre los que son antagónicos, pero no debieron serlo.

A través de esa historia quise reflejar la cara de mi país, ese pasmo existencial, ese tiempo terrible que fue la dictadura, incluso para quienes con el golpe se sintieron triunfadores.

– P. ¿Consiguió Simonetti su propósito con Desastres Naturales? ¿Purgó su pasado o, como Marco, se adaptó, reconstruyéndose en torno a él, y aceptándose?

– R. Mi propósito siempre fue literario, por mucho de autobiográfico que tenga el libro: contar la historia de un niño gay que se hace hombre bajo la sombra de un padre que no supo amarlo, contada desde la madurez del hijo, cuando ya la muerte no parece tan lejana. Y a través de esa historia quise reflejar la cara de mi país, ese pasmo existencial del que te hablé, ese tiempo terrible que fue la dictadura, incluso para quienes con el golpe se sintieron triunfadores. Te concedo que, para poder contarla, antes, mucho antes, yo mismo tuve que purificarme respecto a mi propio pasado.

El autor

PABLO SIMONETTI nació en Santiago de Chile, se tituló de ingeniero civil en la Universidad Católica y obtuvo un máster en Ingeniería Económica por la Universidad de Stanford. A partir de 1996 se volcó por completo en la literatura. Al año siguiente ganó el Concurso nacional de Cuentos Paula con el más afamado de sus relatos, «Santa Lucía». Este y otros cuentos se reunieron en Vidas vulnerables (1999), merecedor de la Mención Especial del Premio Municipal de Santiago. En 2004 publicó Madre que estás en los cielos, que ha sido traducida a varios idiomas y es una de las tres novelas más vendidas en Chile de los últimos quince años. En 2007 presentó su novela más popular, La razón de los amantes. Sus últimas obras son La barrera del pudor (2009), La soberbia juventud (Alfaguara, 2013) y jardín (Alfaguara, 2014), que se han publicado en Latinoamérica y España con una entusiasta recepción por parte de la crítica y los lectores.

La obra

DESASTRES NATURALES. El recuerdo de un viaje al sur de Chile se convierte para Marco en un fragmento clave en la construcción de su pasado y su identidad: fue la única vez que se sintió cercano a su padre. En el presente, cumplidos los cincuenta, reflexiona acerca del papel que tuvieron en su vida ese hombre poderoso e inaccesible, su familia de raíces conservadoras y machistas, y el rigor de la época en que le tocó crecer. La erupción del volcán Villarrica a fines de 1971 y otros desastres naturales que vuelven a su mente con insistencia sirven de augurio y metáfora de los cataclismos personales que le tocaría vivir. Asistimos al paso que da Marco desde la cima de su infancia hacia los territorios de la sexualidad, con su carga de miedo e incertidumbre, y luego a la ruptura con el orden familiar. Mientras el país se encorva bajo la dictadura, Marco vive el rechazo de su mundo como una catástrofe y su mundo vive su diferencia como una fatalidad. @mundiario

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