Hacia la normalización de Bildu, en una estrategia frentista con tristes precedentes

Pedro Sánchez. / RR SS
Pedro Sánchez. / RR SS
El Gobierno estaría buscando un sistema de alianzas múltiples, variables según la coyuntura, pero todas necesarias para disponer de la mayor capacidad de actuación. En esa ecuación entrarían todos los grupos contrarios al acuerdo con el PP o con Vox. Bildu estaría superando su aislamiento.
Hacia la normalización de Bildu, en una estrategia frentista con tristes precedentes

El Gobierno ha provocado una tormenta política al hacer público un pacto con Bildu, el partido más próximo al terrorismo del orbe político español. Tras el pacto, notificado con retraso, se ha producido un cruce de desmentidos, el que la Vicepresidenta Tercera ha desautorizado al propio Presidente del Gobierno, igual que han hecho el Vicepresidente Segundo y el Ministro de Fomento respecto de la portavoz parlamentaria socialista, una de las firmantes del pacto.

Las interpretaciones oscilan entre dos posiciones. En los medios más próximos al Gobierno, se considera una actuación precipitada para garantizarse la prórroga del estado de alarma, sin reparar en otras consecuencias. Sería un error involuntario. Otras interpretaciones subrayan las consecuencias de molestar simultáneamente a los apoyos del Gobierno: PNV, Ciudadanos, CEOE y sindicatos.

Sin embargo, desde MUNDIARIO nos inclinamos por una interpretación distinta, que no niega las anteriores sino que profundiza en el trasfondo de la decisión adoptada y luego desmentida de forma tan confusa como interesada. El Gobierno estaría buscando un sistema de alianzas múltiples, variables según la coyuntura, pero todas necesarias para disponer de la mayor capacidad de actuación. En esa ecuación entrarían todos los grupos contrarios al acuerdo con el PP o con Vox. Bildu estaría superando el aislamiento impuesto durante años, a medida que la memoria del terrorismo se debilita, para convertirse en un actor necesario, especialmente si las urnas vascas lo hacen necesario. 

No es algo nuevo. El verano pasado, el socialismo navarro logró la presidencia de la Comunidad gracias a Bildu y posteriormente ha habido otros acuerdos de carácter local en aquel territorio, demostrando que existe acuerdo y voluntad de desarrollarlo. En el acuerdo firmado esta semana, además de la derogación de la reforma laboral, se explicitan otros acuerdos de carácter local, revelando que no existió improvisación sino un nivel de compromiso que excede de la capacidad de representación de la portavoz parlamentaria, por más que ella sea la firmante y, sólo aparentemente, la cabeza de turco del escándalo.

Si las elecciones lo hacen necesario, el Partido Socialista podría imponer al PNV la alianza tripartita, de la misma forma que aspira a entrar en el futuro Gobierno catalán de la mano de ERC y los Comunes. La geometría variable de Sánchez lograría una posición determinante en la mayoría de las comunidades al precio de utilizar las demandas territoriales como moneda de cambio. Paralelamente, se envía un mensaje a todos los socios: cada uno es necesario, pero ninguno imprescindible para conformar una mayoría. Se trata de aislar al enemigo común, el PP, con el que no se desea ningún tipo de acuerdo, sólo el silencio o la aquiescencia.

La política frentista tiene tristes precedentes en la historia de España

La política frentista que se dibuja tiene tristes precedentes en la historia de España. En su día provocó una fisura profunda en el PSOE, entre la corriente de Indalecio Prieto, partidaria del acuerdo con los partidos republicanos y la corriente de Largo Caballero, partidaria del Frente Popular de la izquierda. Hoy las voces disidentes socialistas han sido reducidas al silencio con la excepción de los presidentes de Aragón y Castilla-La Mancha, ambos muy aislados. Felipe González, buen conocedor de la historia de nuestro país, evitó el pacto tanto con el PCE de Santiago Carrillo como con la Izquierda Unida de Julio Anguita. A Zapatero le bastó pactar con el nacionalismo. Hoy el PSOE encara una alianza con populistas, otras izquierdas y nacionalistas varios.

A lo que se suma la colaboración de algunos medios de comunicación. Tras crear el clisé de “la derecha pijo-cayetana del barrio de Salamanca”, se han quedado sorprendidos con la multiplicación de protestas en otros barrios y ciudades en las que participa gente de variada condición. Pero no dejan que la realidad les estropee el titular. El Gobierno debería de estar agradecido a los manifestantes. Que en medio de la crisis actual, sólo se manifiesten unos centenares de personas, lejos de ser un problema, es una señal de normalidad. Salvo que se quiera imponer el pensamiento único como ya hace el Vicepresidente Segundo al amenazar expresamente a sus oponentes. @mundiario

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