No es no

Presos del procés. / Archivo
Presos del procés. / Archivo

Qué rigurosos hemos sido con la presunta actuación, sin consentimiento, de la tristemente célebre manada de civiles de los Sanfermines, y qué comprensivos, qué proclives a respetar la presunción de inocencia, con esa otra manada de políticos del procés que se pusieron Cataluña por montera ¿Cuándo un no es no y cuando un no es sí...?

El personal es muy libre de utilizar los eufemismos que les de la gana, pero cualquier coincidencia entre “la manada” de aquella aciaga noche de Sanfermines  y esa otra manada de aciagos años, meses, semanas y días del procés, no es mera coincidencia, sino algo inevitable. Incluso el silencio de una intimidada y amedrentada mujer ante el presunto acoso de un grupo compuesto por presuntos energúmenos, ha inclinado la balanza de la sociedad a la presunción de violación. Y, sin embargo, la presunta violación continuada, progresiva, pública y notoria de una Constitución que, a través del TC, le dijo ocho veces “No, no, no, no, no, no, no, no, no...” a esos presuntos inocentes, ebrios de patriotismo chico y rebosando testosterona tribal, ha calado en una considerable parte de la sociedad española como una emotiva y espontánea algarada nacionalista, como un inofensivo incidente plurinacional que se puede solventar con el diálogo.

Eramos pocos, disfrutaban de pocas patentes de Corso nuestros políticos: inmunidad, pensiones máximas tras cinco años apretando botones, juicios vip en los Tribunales Superiores o el Supremo, cosas así, y todavía les estamos atribuyendo por acción, omisión, frívolos juegos de tronos y vasallaje mediático una versión actualizada del ancestral y nauseabundo “derecho de pernada” constitucional. Hasta ahí podían llegar las bromas, hombre. Conmigo que no cuenten para caer en la tentación de aceptar “presos políticos” como animales de compañía.

Nunca, como estos últimos dos años, se había hecho tan patente que los españoles no somos todos iguales ante la Ley. Lo del yerno de un Rey entrando en chirona, fue un espejismo; lo de un exVicepresidente del Gobierno y exPresidente del FMI contemplando el paso del tiempo detrás de unos barrotes, un brindis al sol de la esperanza. Pero luego se cruzaba uno por las calles de Cataluña con el matrimonio Pujol-Ferrusola o por las calles de Euskadi con ese proclamado inductor al genocidio, con santos inocentes incluidos, al que llamamos Otegi y, francamente, señores, se le escapaba aquel lamento de Ortega ante aquella España de antes y de ahora que sigue sin tener remedio: ¡no es esto, no es esto!

Claro que no es esto. No se puede violar a nadie, ni a nada; ni a las personas, ni a la leyes; ni descontroladas manadas civiles, ni sofisticadas manadas políticas. No hay ninguna diferencia entre violar a una persona en un oscuro portal de Pamplona o violar a una Carta Magna, de todos y para todos, en un ilustre y supuestamente ilustrado Parlamento al que se accede, precisamente, jurando, prometiendo o comprometiéndose a acatar y hacer acatar la Ley, el Estatuto y la Constitución.

 Si alguno de los ilustres abogados y abogadas que conforman el dream team que defiende a los procesados por rebelión, estuviese sentado/a en el banquillo de enfrente de El Supremo, ejerciendo como acusación particular de una mujer, casualmente llamada Constitución, ya habrían esgrimido el indiscutible e indiscutido argumento que marca la diferencia entre una sociedad retrograda y primitiva y una sociedad avanzada y civilizada: “No es no” No es no ante una reducida manada de cinco individuos ebrios de alcohol,  supremacismo de genero e irracionalidad hormonal, o ante una amplia manada de decenas de gurús, al frente de una sumisa, alevosa y fanática secta de dos millones de individuos decididos/as a ponerse Cataluña por montera. No es no para civiles, para militares, para sacerdotes, para reyes y villanos, para poderosos y humildes, para ricos y pobres, para políticos electos y anónimos electores. Solo el consentimiento explícito de una mujer, de una cámara de representantes, de una Constitución, de una sociedad, puede legitimar los más oscuros objetos del deseo físico, político, histórico, territorial, cultural lingüístico de cualquiera de las potenciales manadas, ¡cada enjambre de locos con sus temas!, que acechan a esta maltratada mujer llamada España. @mundiario

POSDATA.- Reto a cualquier jurista, político negociador, tertuliano defensor de la politización de la Justicia, ciudadano proclive a zanjar este asunto con el comodín del indulto, a que haga visible esa teórica, folclórica y retórica delgada línea roja que separa, etimológica y semánticamente hablando, el concepto de violación del concepto de violencia. A mis escasas luces, es imposible obviar la violencia, en la amplia extensión de la palabra, si no le precede el consentimiento explícito y en absoluta libertad.

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