El mundo ha cambiado, aunque solo lo vemos desde nuestra casa-prisión

Un hombre pasea a su perro. / Pixabay
Un hombre pasea a su perro. / Pixabay
Tal vez estemos pagando un precio demasiado elevado: acostumbrarnos a ceder sin resistencia lo que nos hace libres, nuestra autonomía personal. De hecho le hemos dado más libertad al perro.
El mundo ha cambiado, aunque solo lo vemos desde nuestra casa-prisión

La posible repetición de la suspensión de libertades, de las instituciones, de la vida laboral y social, cultural y deportiva, la parálisis de la producción y la vida económica, o el despido masivo de personas, de las que ya veremos cuantas no pueden regresar por desaparición física de su trabajo, mientras un puñado de personas deciden todo y por todos, no son buenas noticias.

Como la ciencia-ficción y el cine habían pronosticado, las pandemias provocan alteraciones profundas en nuestras sociedades, de un lado revelando su fragilidad pero de otro devolviéndonos a condiciones de vida insoportables. La pandemia del coronavirus está alterando tan profundamente nuestras sociedades que sus efectos serán duraderos aunque por el momento sean todavía indefinidos. En sólo dos décadas del siglo, hemos padecido otras cinco pandemias importantes, con desigual incidencia en los diferentes países: el SARS (2003), la gripe aviar (2005), la gripe A en 2009, el ébola en 2014 y el virus Zika en 2015.

Los expertos consideran que la globalización de nuestra sociedad, la intensidad y frecuencia de los intercambios de personas, alimentos y bienes de todo tipo, facilitarán la aparición de nuevas pandemias. Es posible controlar las pandemias mediante las medidas de contención o de aislamiento. También es posible reinstaurar procedimientos superados como la implantación de nuevas fronteras o la repatriación de la producción externalizada, el llamado reshoring. Pero cada medida significa una mutación apreciable en el modelo de sociedad actual.

La posible repetición de la suspensión de libertades, de las instituciones, de la vida laboral y social, cultural y deportiva, la parálisis de la producción y la vida económica, o el despido masivo de personas, de las que ya veremos cuantas no pueden regresar por desaparición física de su trabajo, mientras un puñado de personas deciden todo y por todos, no son buenas noticias. La amenaza de que la situación se prolongue varias semanas, dejando un paisaje social devastado, con millones de personas confinadas en sus hogares, en muchos casos para que tomen conciencia plena, si no lo sabían ya, de las extremas limitaciones de sus hogares, con centenares de miles de ancianos aislados y millones de niños privados de lo que es esencial para ellos, será el camino recomendado por los expertos para contener la enfermedad, pero no es un camino de futuro para la sociedad.

La imagen de las calles vacías, ocupadas por policías y militares, difundiendo consignas de aislamiento por los altavoces, recuerda demasiado la pesadilla orwelliana. Sin duda lo hacen por una buena causa, con entrega y sacrificio, para salvaguardar un sistema sanitario que no debe llegar al colapso, nos dicen. Pero tal vez estemos pagando un precio demasiado elevado: acostumbrarnos a ceder sin resistencia lo que nos hace libres, nuestra autonomía personal. De hecho le hemos dado más libertad al perro.

La firmeza con la que expertos y dirigentes, también tertulianos con escaso conocimiento del tema, nos sermonean a todas horas, en nombre de nuestra propia salud, produce perplejidad. La falta de debate responsable, y desde luego ahora no es el momento de provocarlo, agrega confusión. ¿No existían otras medidas? ¿Se ha actuado con retraso? ¿Existe previsión mínima de costes sociales y económicos? ¿Se está improvisando?

La crisis pasará, como su propio nombre indica pero sus efectos permanecerán. Tal vez en forma de depresión económica, desde luego con empresas cerradas, probablemente con cambios en nuestros hábitos de vida. Habrá un ligero repunte de la natalidad y también de la tasa de divorcios. La recuperación será larga pues el crecimiento ya se estaba ralentizando y el contexto internacional tampoco es bueno. La incertidumbre, creciente con el paso de los días, hará mella en las personas. Tal vez se incremente el malestar social. Pero nunca deberíamos renunciar a nuestra libertad. Ni valorarla menos que la del perro. @mundiario

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