Miquel Català publica La llum del far, un poemario sobre la velocidad de vivir

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Portada de La llum del far./ Neopàtria

La poesía del autor valenciano reflexiona con total sinceridad sobre la resignación a morir ante el paso del tiempo.

Miquel Català publica La llum del far, un poemario sobre la velocidad de vivir

Si algo caracteriza a la poesía de Miquel  Català es su sinceridad. Lejos del postureo de corrientes snobistas y modas cibernéticas, La llum del far es un poemario eminentemente elegíaco donde el autor de Algemesí reivindica las hondas preocupaciones de las que el ser humano no puede deshacerse por mucho que lo intente.

La aparente sencillez de su poesía es un tributo a la claridad con la que el paisaje nos confiesa nuestra fragilidad, pues somos un elemento más que el paso del tiempo consumirá, transformando y disgregando por veneros de sombras y recuerdos.

No hay mentiras en la poesía de Català; sus versos, nada oscuros, sentencian que el tiempo es la velocidad de vivir y que, pese a nuestra obstinada huida hacia delante cuando somos testigos de la muerte, nada ni nadie puede salvarnos.

Sin duda, estamos ante un poemario de madurez, de lúcida contemplación ante lo que parece tan evidente como irresoluble, ante lo que se muestra con decisiva violencia sin que podamos evitarlo. No queda otra cosa que la actitud estoica que adopta Català y que arraiga en el misterio de la resignación, flagrante y hermosa a través de la palabra, como si la poesía fuese una forma de redimirse: "solament l´amor que sents per ella et redimeix/ solament que l´esguardes en blau jorn de blanca vall/ ulls felins, pantera negra que em traus l´alè/ bells malucs de rodones formes que em toben bé" (pág. 41).

Y el amor. Siempre el amor. La presencia física de alguien. La suavidad de una caricia. La ternura de una mirada lánguida y lejana. La sombra de alguien a quien deseamos y que el tiempo nos hurtó más de una vez. La llum del far es encontrar el sentido de la existencia en la entrega al otro, una existencia amenazada, quizá inútil, pero preñada de pasión, de una pasión que retorna una y otra vez a través del recuerdo de los días felices: "vine, vine, vine, vine amor/ vine corrent als meus braços de seda/ que són suaus i tostemps són ben forts/ sostindran el feixuc pes de la llarga espera" (pág. 20).

Dividido en tres partes, La llum del far, publicado por Neopátria, nos adentra en tres maneras de comprender el amor que conduce a la plenitud de una vida vivida desde la aceptación de su finitud; una primera parte, Perfum, donde el autor reflexiona sobre la caducidad de la vida sin ambages, sin ornamentos, buscando en la naturaleza una forma de asumir lo que tanto cuesta: "l´home lent camina lent/ atura el pas a la vora del camí/ intenta guarir ses nafres obertes/ contempla com cau/ lleugera/ una/ fulla/ seca" (pág. 17). No somos singulares, sino que formamos parte de esa esencialidad que continuamente se transforma hasta perecer.

La segunda parte, Horitzó de pantera, es la búsqueda de la evasión a través del exotismo y la fantasía que nutre los sueños, las alucinaciones, los incumplidos deseos. Solamente los paraísos artificiales, la ensoñación, la calima del mar, los oasis, la enigmática insularidad y lo salvaje parecen fundirnos con la materialidad de aquello de donde surgimos una vez y a lo que regresaremos inevitablemente: "la mar et parla i et fa sentir insignificant/ no sou res, no sou ningú, si no sou junts/ de què et serveix la vida si no tens el seu amor/ de què et serveix la mort si no ets dins del seu cor" (pág. 40).

 Y, sin embargo, nos queda una esperanza, el faro, El far; una tercera parte en la que Miquel Catalá ahonda en experiencias personales, anécdotas vitales, anodinos detalles que nos permiten entender la vida desde la sencilla singularidad de las costumbres. Los símbolos adquieren aquí el valor que no encontraron anteriormente, como si poesía y existencia se fundiesen en una misma experiencia imaginada: "encís de capvespre estiuenc sota un far que s´eleva i et mira/ un far que et demana per què vens ací malaltís, solitari/ un far que t´observa i saps que no el pots enganyar/ un far que clareja en la ment turmentada d´humans congregats/ un far que t´indica el camí ple d´esculls al capvespre estival/ ella, sempre ella, solament ella, nua i morena" (pág. 57).

Esa alusión continua al faro no es más que la consumación de una derrota, de un horizonte inalcanzable, como así reflejase también Virginia Woolf en su novela de 1927. Porque existir es intentar llegar al objetivo, evitar las ataduras, apropiarse de las Ítacas, avanzar desconsoladamente hasta una idea benigna, alentadora, que nos permita renegar de la muerte, de la desaparición.

Y, sin embargo, no hay nada malo en eso, como se aprecia en los versos de Català, sino más bien el alivio que trae consigo el hecho de admitir la verdad. La muerte posibilita que nuestra vida adquiera el mayor de los sentidos. Quizá el amor, su contemplación, su posible realidad más allá del faro. De su luz.

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