Los incendiarios no desisten

Una avioneta contra incendios. / Ministerio de Agricultura
Una avioneta contra incendios. / Ministerio de Agricultura

En solo dos días, una oleada de incendios calcina casi 800 hectáreas en Galicia. En una sola noche aparecieron más de 15 nuevos fuegos, el más destacado, en Fisterra (A Coruña). El gran incendio de Monforte (Lugo), que ha afectado a casi 500 hectáreas, se da por estabilizado.

Los incendiarios no desisten

Este verano las circunstancias les fueron adversas. Por eso han tardado en hacer de las suyas. Pero ya se han puesto manos a la obra. Los incendiarios estaban esperando unos unos cuantos días consecutivos de calor, y sobre todo la llegada del viento del nordés, para prender fuego al monte gallego a sabiendas de que lograrán que se quemen centenares de hectáreas y que de paso se enciendan las alarmas por la proximidad del fuego a núcleos habitados, zonas industriales o a carreteras. Y si la cosa se agrava, aunque no lo pretendan, en tiempo récord habrán reavivado las llamas del debate político y con ello reducido a cenizas el amplio consenso alcanzado por los grupos mayoritarios del Parlamento gallego sobre la política forestal y la lucha contra la plaga incendiaria.

Las autoridades y los expertos no abrigan la menor duda: los incendios de estos primeros días de setiembre en Galicia fueron provocados intencionadamente por individuos cuyo afán no es otro que hacer daño a sus convecinos, a la comunidad de montes, a las autoridades, etc, y a ser posible obtener para ellos algún beneficio, aunque sea colateralmente. Saben que cometen un delito grave, tipificado en el Código Penal. Asumen el riesgo de ser descubiertos y pagar por ello, cárcel incluida. Son conscientes de que sus fechorías les pueden salir muy caras, pero aún así no se arredran. Se dejan vencer por un impulso destructivo. No están organizados ni se ponen de acuerdo, pero actúan con premeditación y alevosía.

Al parecer, no pocos de entre ellos son reincidentes. Les anima la sensación de impunidad,  a la que contribuyen tanto el silencio cómplice de su entorno –nadie va a delatarlos– como los escasísimos resultados alcanzados por  los investigadores policiales y judiciales a la hora de esclarecer la autoría de los miles de fuegos que asolan Galicia año tras año. Estos desalmados son los primeros en abonar la tesis de que quienes en realidad queman los montes gallegos son los pirómanos, personas enfermas que sienten placer viendo arder a su alrededor, como lo sintió Nerón cuando mandó quemar la ciudad de Roma. Sin embargo, para los expertos "os tolos da aldea" son los causantes de menos de un diez por ciento de los incendios.

Es una evidencia constatada que los "nuestros" incendiarios actúan con una creciente pericia. Van ganando en eficacia a base de aprender de errores propios y ajenos y demuestran un perfecto conocimiento de cómo operan los servicios de extinción. No son terroristas, ni en sentido estricto ni en sentido amplio. Pero son unos redomados malhechores que no sienten empatía ni por las personas cuya vida ponen riesgo con sus acciones, ni mucho menos por una tierra, que es la suya, que año tras año, por culpa de los incendios sufre un impacto ecológico de consecuencias catastróficas a medio y largo plazo. Un desastre medioambiental recurrente, que asumimos como inevitable, como una maldición. Y frente al cual, se mire por donde se mire, lo del Prestige fue casi una broma. @mundiario

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