La mentira en política

El pueblo debe despertar del letargo
Cartel contra la mentira.

El máster de Cifuentes destapó las mentiras de otros políticos provocando desconfianza en los gobernantes.

Como en el drama periodístico de Steven Spielberg, The Post, la crónica política de las últimas semanas gira en torno al uso de la mentira por los políticos. La distorsión de la verdad, lejos de ser algo excepcional, se esparce por todos los partidos políticos. Personas consideradas intachables, también por sus adversarios, se descubren como embusteras. Malos tiempos para la ética en los asuntos públicos, en donde parece haberse instalado la cultura de la mentira.

El manoseado máster de Cristina Cifuentes levantó la veda y, ante el desconcierto general, se destaparon falsedades en el historial académico de numerosos políticos del PSOE, PP, Ciudadanos, En Marea, Podemos o PDeCat. La lista de los que han engañado en sus expedientes es interminable. No es un caso aislado ni circunscrito a determinado partido, por lo que desasosiega más. Me confieso perpleja: la vanidad ha podido más que la conducta honesta.

La opinión de que los políticos deben decir la verdad no es irrelevante ni algo trasnochado. Cicerón creía que el gobernante debe tener una integridad excepcional y no parece que en la actualidad los ciudadanos opinen lo contrario. Con el máster se abrió la caja de Pandora, se mostraron las mentiras de demasiados políticos y la clase política en su conjunto ha quedado devaluada de un plumazo.

“Cifuentes tiene un máster o no lo tiene”, dijo Alberto Núñez Feijoo, “y si no lo tiene es que miente”. Atina el presidente de Galicia con su juicio porque al margen de la legalidad o no del hecho, algo que tendrá que decidir la Justicia, la mentira en política es determinante de la desconfianza en nuestros gobernantes. Acierta porque puede no ser delictivo, pero es impropio de quien se dedica al bien común. La tergiversación de la verdad, el recurso a la mentira, supone además una absoluta falta de consideración hacia los ciudadanos.

Ser veraz supone credibilidad y confianza

La falsedad en los expedientes académicos no es nueva. En democracia el caso más llamativo es el de Luis Roldán, director general de la Guardia Civil con Felipe González como presidente del Gobierno. En un alarde de creatividad, Roldán se presentaba como Ingeniero, licenciado en Ciencias Empresariales y máster en Economía, cuando la realidad era que había cursado hasta Bachillerato. No fue un hecho excepcional. Muchos años después, José Manuel Franco, Ximo Puig, Isabel Ambrosio, Elena Valenciano, Tomás Burgos, Miguel Urban, Juan José Merlo, Miguel Gutiérrez, César Zafra y tantos otros demuestran que la mentira, en política, sigue siendo usual.

La credibilidad, base de la confianza, resulta imprescindible en el ámbito personal, profesional y también en política. Mientras que las mentiras generan dudas en cualquier actuación, ser veraz entraña credibilidad y confianza evitando que se cuestionen conductas y decisiones en el ejercicio del cargo público. En el mismo sentido, es la confianza en política la que, en el proceso democrático de las elecciones, otorga poder a los representantes para ocupar puestos de responsabilidad y tomar decisiones con efectos en todos los ciudadanos. Implica pues una obligación moral, no jurídica, que conlleva credibilidad en la persona en la que delegamos nuestros intereses públicos. Por eso es tan importante no mentir decepcionando esa confianza tan generosamente otorgada. Una vez perdida, recuperarla es bien difícil y los efectos sobre los electores, imprevisibles, ya que a diferencia de lo que ocurre en los países de tradición luterana en los que la mentira resulta imperdonable y es motivo de renuncia o cese, en los herederos de la contrarreforma se tolera. Y si hay confesión, arrepentimiento y propósito de enmienda, siempre estaremos dispuestos a perdonar ofreciendo otra oportunidad. @mundiario​​

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