Joker, un hombre disminuido frente al áspero mundo

El personaje protagonista de Joker, interpretado por Joaquin Phoenix
El personaje protagonista de Joker, interpretado por Joaquin Phoenix

Joker es el hombre que no ha sido ni un minuto feliz, que se mantenía en alerta, a la espera de un nuevo comienzo de vida menos miserable.

Joker, un hombre disminuido frente al áspero mundo
Joker (2019, Todd Phillips) es un alegato contra la indiferencia que se perpetra  ante el dolor de los otros. Mantiene del comic su exageración, pero se ajusta a las correspondencias con la realidad en todas sus propuestas críticas. Hay en ese mundo de Gotham —que no deja de ser un Nueva York desnudado de sus apariencias— poderosos que, a veces, fingen la bondad y otras se regodean en una implacable superioridad, entendida como meritoria licitud para aplastar a los débiles. Esos privilegiados son los que se aprovechan de los demás, engañándolos. Así ese aspirante a alcalde que transpira la recalcitrante falsedad, esa base moral de muchos políticos; o ese showman que interpreta Robert de Niro, alguien que manipula al público, lo encandila con chistes estúpidos o poniendo a su disposición a un ser tan intrínsicamente risible como es el Joker, ese hombre que carga con una enfermedad mental que lo incapacita para responder al mundo como este exige para ser respetado, que quisiera aprender a hacer reír a los demás, y no que sea propiamente su vida un resorte de destrozadora hilaridad.

Y es que ese joven irresuelto sigue sufriendo por su muy defectuosa y potencial configuración humana. Joker malvive en el ámbito de lo oscuro, rodeado de un mundo reluctante a la voluntariosa luz. Allí reina el desorden, la incuria. Es una selva en la que, marrulleramente, todo el mundo lucha por el poder o para sobrevivir, por salir indemne o por ascender, si es preciso —y casi siempre lo es—, pisando a los ciudadanos incapaces de enderezarse. Ahí está la violencia como respuesta liberadora, como provocación que se atiende. Joker es el hombre que no ha sido ni un minuto feliz, que se mantenía en alerta, a la espera de un nuevo comienzo de vida menos miserable, que se salvaba como hombre cuidando de su madre. Pero todo termina y emerge el monstruo que lleva dentro, el que alimenta la global faz insensible, el vil regocijo de la sociedad.

Los servicios sociales no atienden su enfermedad. La psicóloga, que apenas lo escuchaba, finalmente se confiesa, hasta mostrar una desesperanza tan irreparable como la de él. Su madre le ha mentido radicalmente. Su jefe le escupe su profesional impiedad, los compañeros compiten con él. Solo ese enano lo trataba con amabilidad, solo él en el áspero mundo. También su vecina, pero ahora ya no le sirve aquel aprecio, porque sabe, con certeza, que lo teme, que ya no se fía de él, mucho menos ahora que ya no se medica. Se desencadena una forma de ser brutal. Joker se rebela. Su manera de sucumbir, el descenso infernal al que, de todos modos, está destinado, será de otra forma a la esperada por todos. Finalmente, revertirá la patética imagen de su derrota en una venganza que ejercerá con una sed infligida.

Por accidente, por esas muertes que él produce, en principio, como defensa desproporcionada, se erige como líder de una grandísima revuelta, como aquel Charlot que, de pronto, estupefacto, involuntariamente, se veía encabezando una manifestación comunista. Pero, en esa lucha de los pobres contra los ricos, no hay, en ninguno de ambos bandos, alguna figura que supere la indignidad. Esos desgraciados, que son la extensa base de la sociedad, cuando se rebelan, atizados por el primer asesinato del Joker, que entienden como la espoleta de la venganza contra los ricos, muestran una actitud horriblemente rudimentaria. Todos se manchan de descomunal egoísmo, del vómito que sienten ante los demás. Joker prosigue su desquite particular. Al fin, baila, sin música, sin sentido, se distiende, por unos momentos, de la opresión de su descomunal desvarío; sin asomo de luz, en la cárcel de su desesperada, confusa, inocente —y abyecta—, verdad. @mundiario

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