Javier Puig: “Los grandes libros son un pozo inagotable de prodigios”

Javier Puig. / Cedida
Javier Puig. / Cedida

“Necesitamos volver al recogimiento, a la atención plena, a la degustación lenta de las cosas que tienen una verdadera y sustancial valía”, comenta el autor que también es colaborador de MUNDIARIO.

Javier Puig: “Los grandes libros son un pozo inagotable de prodigios”

El pasado día siete de febrero se presentó en la librería Códex  de Orihuela  Los libros que me habitan (Editorial Celesta, Madrid, 2019), de Javier Puig, que contó con unas palabras de José Luis Zerón Huguet para introducirnos en la particular visión literaria y poética del autor.

Después de mi atenta lectura, puedo decir que Javier Puig ha dejado patente en estas páginas, que conforman su primer libro publicado, el amor por la literatura y la profunda belleza que siente por la vida.

Los libros que me habitan consta de una brillante selección de textos elaborados a lo largo de seis años y que se dieron a conocer en diferentes medios digitales en los que el autor dejó constancia de sus hondas lecturas, su buen gusto y su inteligente capacidad reflexiva.

No espere el lector hallar aquí ensayos sesudos ni meras reseñas literarias, pero sí una vía que le resultará gratificante por ser éste un libro ameno, instructivo y, con toda seguridad, honesto.

Javier Puig nació en Barcelona en 1958. Desde hace tres décadas reside en Orihuela. Dedicado profesionalmente a tareas administrativas, ha destinado a sus pasiones, es decir, a la literatura y al cine, una buena parte de su tiempo, habiendo escrito más de trescientos artículos.

Sus trabajos se han publicado en la revista socio-cultural La Lucerna y, como he mencionado, en distintos medios digitales como el periódico MUNDIARIO, la revista literaria La Galla Ciencia y el blog Frutos del Tiempo. Además, ha publicado cuentos y poemas en la revista de creación Empireuma. Ha participado en diversos libros colectivos.

Portada Los libros que me habitan.

Portada Los libros que me habitan, de Javier Puig.

— Javier, ¿por qué Los libros que me habitan?

Cuando confluyen dos determinadas circunstancias en un libro, como son la de tener una gran calidad y la de hacer sentirme concernido, la lectura se convierte en una fuerte vivencia que interiorizo y que atesoro en el rincón de los más importantes aprendizajes sobre la condición humana. Esos libros ya me habitarán siempre y habrán contribuido a configurar mi sensibilidad, mi actitud ante las cuestiones más esenciales de la existencia.

— Leer es un proceso muy íntimo, pero no siempre hay una confluencia entre emisor y receptor. De alguna manera vienes a decir en el prólogo que el entusiasmo que uno siente por un libro puede no ser correspondido. ¿Un libro recomendado te hace dudar?

Sobre este asunto, que a mí me resulta un tanto misterioso y me inquieta bastante, hace unos años escribí un artículo que titulé Afinidades y divergencias, en el que hablaba de mis perplejidades ante este asunto. Cuando le recomiendo fervorosamente un libro o una película a un amigo que considero afín a mis gustos artísticos y a mi concepción de la vida, si luego compruebo que no lo ha conmovido en absoluto, me pregunto: ¿será que somos mucho más diferentes de lo que yo pensaba? ¿Hay entre nosotros tan importantes vasos incomunicados? La conexión con un libro es algo tan personal, que depende de la situación biográfica concreta del receptor, de los sentimientos y obsesiones que en un momento dado lo perturban, del lugar concreto que ocupe en la evolución de sus experiencias, tanto aquellas que tiene como ser humano como en su condición de frecuentador de ese arte. Por eso, yo aspiro a que mis artículos se lean por su valor intrínseco, aunque comprendo que, el entusiasmo con el que comento los libros elegidos, pueda incitar a su lectura. 

— Has escrito numerosos artículos literarios. ¿Qué pautas has seguido a la hora de seleccionar los cuarenta que incluyes aquí?

Primero agrupé los trescientos artículos que llevaba escritos en cuatro grupos, según sus temáticas. Cuando me centré en este libro de motivos literarios, elegí las piezas que lo conformarían de acuerdo con esas preferencias que se habían ido consolidando en mí a lo largo de estos años, y así fui incluyendo aquellos artículos que se habían asentando como mis favoritos, bien porque los considerara más logrados literariamente o bien porque a través de ellos hubiera podido expresar ideas o sentimientos que me parecían imprescindibles de comunicar. Donde hallé más problemas fue a la hora de incluir una pequeña selección de aquellos que se referían a libros de amigos. Allí tuve que idear un método objetivo de selección, pues mis sentimientos de afecto no me permitían realizar los descartes sin un íntimo dolor y una gran duda.

— Dices en el prólogo que “escribir sobre un libro es vivirlo dos veces”.

Cuando el lector está inmerso en un libro que, al mismo tiempo, es bueno y muy significativo, experimenta una fuerte vivencia, que aumenta considerablemente si, además, después, se dispone a escribir sobre el mismo. Entonces, lo piensa, lo repasa, recurre a las notas que a veces ha ido tomando, lo mira desde una perspectiva general y a la vez se acerca a sus detalles, intenta extraer su esencia, su secreto, lo hace suyo de alguna manera, lo convierte en un elemento importante, en un sólido y nuevo punto de partida para renovarse, para revisar la propia concepción del inabarcable mundo que, más o menos cercanamente, nos incumbe.

— Observo que haces una defensa de la relectura.

Los grandes libros son un pozo inagotable de prodigios. No se acaban nunca de leer. Para escribir estos artículos, a veces he recurrido a alguna relectura de una obra que recordaba con mucho agrado y me resultaba muy sugestiva. En esos casos, al retomarlos, he sentido cierto miedo de que me defraudaran aquellas páginas que muchos años atrás había leído con devoción; pero he comprobado que, en aquellos libros cimeros, no había lugar para la decepción, sino que esos reencuentros confirmaban, acrecentándola, su valía. Así me ha pasado con Memorias de Adriano, los cuentos de Aldecoa y otras obras.

— Escribes sobre autores de fama internacional –clásicos en su mayoría-, pero también das a conocer  la escritura de amigos tuyos que, aunque gozan de una trayectoria reconocida, no son lo que se dice mediáticos.

Sí, he escrito sobre muchos libros de amigos que no han accedido a las cumbres de la difusión de su obra, de su reconocimiento nacional, y que, sin embargo, son, en su mayoría, de una gran calidad. La diferencia, muchas veces, con aquellos que ocupan los espacios más rimbombantes, es que estos autores no han tenido un golpe de suerte, no han querido o no han sabido medrar – una ocupación que a menudo mancha -, no se han trasladado a Madrid para amistarse con quienes los podían situar en el candelero. En otro tiempo, Miguel Hernández viajó varias veces a la capital en busca de resonancia para su obra, pero también para nutrirse de aquellas diversas corrientes creativas que eran impensables en Orihuela. Hoy en día, vivimos en un mundo más global y, esencialmente, todo es posible en cualquier parte. El problema es que hay tantísima gente que escribe - y, cada vez, menos espacio en las librerías-, que solo puede llegar a la generalidad de los lectores, un escaso número de obras, con lo que es seguro que nos estaremos perdiendo muchos excelentes libros y tragándonos los de algunos autores consagrados que, a veces, usurpan ese importante espacio, pues son rutinariamente publicados, aunque ya solo sean capaces de escribir sus estériles reiteraciones.

— En el comentario titulado Filosofía hay una protesta explícita. Dices, además, que siempre has imaginado un texto que se llamaría El libro de las preguntas.

Siempre he dicho que no se puede leer un libro de ensayo desde la sumisión a sus postulados. Un libro así lo debemos leer muy despiertos, discutiéndolo, entablando un diálogo con él, convirtiendo sus afirmaciones en preguntas. De hecho, cualquier libro debería suscitar una respuesta en el lector, o simplemente una digresión deudora de ese texto sentido como amistosa provocación. Todavía no me he puesto a escribir ese Libro de las preguntas –que sería distinto a los del mismo nombre, como los de Pablo Neruda o de Edmond Jabès-, pero sí estoy esporádicamente elaborando lo que yo llamo Glosario, una obra en marcha en la que voy sumando unos textos reflexivos que parten de las sucintas afirmaciones que han escrito otros; al fin y al cabo, lo que busco siempre es una inteligente incitación a elaborar mis propios cuestionamientos. Esta entrevista es también una buena ocasión para ello.

— ¿Tienes previsto un segundo volumen con los artículos que  han quedado fuera?

Como he dicho antes, realicé cuatro selecciones de artículos agrupados según su temática. Cabría la posibilidad, pues, de publicar las tres restantes. Sé de bastantes lectores que aprecian los artículos que he escrito sobre cine, por lo que estoy bastante decidido a que sean estos los que configuren mi próximo libro. Pero también considero que podrían gustar mis textos biográficos, un género que, tanto en su versión literaria como documental cinematográfica, cada vez me interesa más. Los artículos del cuarto grupo, aquellos que son más diversos, pero en los que abunda la temática social, también me parecen interesantes. Veremos si me voy animando a ir presentando todas esas selecciones al público.

— Ahora, una pregunta tópica pero inevitable. ¿Crees que la lectura en formatos digitales podría acabar con el libro impreso?

Salvo en lo referente a la poesía -que, para mí, fuera del ámbito del papel, pierde una parte muy querida de su encanto-, no me importa leer libros en un e-book, que es un dispositivo que también permite la concentración en un texto. Otra cosa son las publicaciones digitales en la red. Yo me he valido de ese escaparate y le estoy muy agradecido a ese medio, pero no es el lugar más propicio para que un escrito, que pretende ser profundo y tenga cierta extensión, sea leído debidamente. Es tal la abrumadora invasión de informaciones y estímulos, que nos llega a través de las conexiones digitales, que no podemos atender todo ese batiburrillo de ofertas sino muy superficialmente. Necesitamos volver al recogimiento, a la atención plena, a la degustación lenta de las cosas que tienen una verdadera y sustancial valía. Me gustaría que siguieran conviviendo todos esos formatos. Lo que tengo claro es que, la belleza que tiene el libro como objeto, su amistosa textura, no pueden perderse.

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