La inestabilidad política en EE UU nos afecta peligrosamente

Asalto al Capitolio de EE UU. / RR.SS.
Asalto al Capitolio de EE UU. / Twitter

Parece una obviedad, pero precisamente por  serlo, el asalto  al Capitolio de Washington no debiera pasar como una noticia meramente curiosa.

La inestabilidad política en EE UU nos afecta peligrosamente

Es grave lo acontecido; para muchos un golpe de Estado. Contradice que fueron los portaestandartes de la modernidad política que agilizó un sentido de lo común con fundamentos distintos de los que regían el absolutismo del Antiguo Régimen; antes incluso de que en París se proclamara la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano en 1789, la Declaración de Filadelfia en 1774 fue pionera, pero el espectáculo que dieron ayer –día de Reyes en España- se pareció en exceso a la quema del Reichstag en Berlín en febrero de 1933. Cuando se les escapa la hegemonía mundial, han puesto de manifiesto su prepotencia de proclamarse a sí mismos como adoctrinadores democráticos de un mundo que controlaron después de la IIGM (Segunda Guerra Mundial),

El contrafactum del té

Los musicólogos utilizan este término para referirse a cuando, en una canción, se sustituye el texto de una determinada melodía; esto está sucediendo en la política americana y, particularmente, en las pretensiones hegemónicas entre los republicanos. Parece que el asunto del té –que hace 240 años sirvió para alentar el sentido democrático de las entonces colonias inglesas-, se ha invertido dentro del Partido Republicano hasta dar nombre a una de sus facciones más ultras y  acoger los sentimientos fascistoides de algunos grupos hegemónicos  del panorama social americano; son los protectores de las fanfarronadas de Trump, personaje al que nadie ha parado y que seguirá marcando la agenda política de EEUU por más que hoy regrese la normalidad formal en la sucesión de Biden en la Presidencia federal.

Merece la pena atender a las razones y métodos puestos en marcha para que haya podido producirse este penoso espectáculo. Alguna historia tenemos detrás para comprender que nada sucede gratuitamente y por casualidad en el terreno sociopolítico, donde siempre hay quien trata de pescar aprovechando que las circunstancias de calma se ven alteradas por acontecimientos incontrolables como puede ser –entre otros, en este caso- la COVID-19.

Política y politiquerías

Este tipo de pescadores, ajenos al uso aristotélico del sentido de la “POLÍTICA”, como lo concerniente a la POLIS (la ciudad-el Estado) en que todos pueden   ejercer la palabra –no las voces, cosa que los demás animales usan mucho mejor- para tratar lo justo e injusto, lo conveniente y útil para todos, abusan del espacio de comunicación y tienden a coparlo en exclusiva; según dicen, solo ellos y nadie más que ellos, tiene conocimiento perfecto de lo que conviene a los demás; se arrogan, incluso, como los reyes absolutistas del Antiguo Régimen –o como los faraones egipcios y los emperadores romanos- ser descendientes de la divinidad o, incluso, verdaderos dioses en la Tierra, a los que nadie debe replicar si no quiere ser considerado como enemigo y, como tal, represaliable.

Actualmente –después del bien conocido afinamiento de esta teoría por Goebbels, y por la publicidad que nos machaca las neuronas diariamente para que compremos alguna cosa inútil-, estos aprendices de brujos y charlatanes de  crecepelos abusan de los medios a su antojo, tienen arsenales de colaboradores que les preparan el camino dedicándose, entre otras cosas, a que el idioma que usamos en buena ley se desvirtúe. Al compás de nuevos marcos lingüísticos que crean, desarrollan estrategias envolventes con los oyentes incautos a base de centrarles la atención en problemas secundarios para desviar su atención de lo principal y, cuando lo ven oportuno, colocan en su parloteo sus soluciones al problema, siempre adecuadas a sus intereses y apareciendo ellos como salvadores porque la mejor siempre es la suya, según aseguran. Hay que recordar, en este momento, La teoría del Shock (de Noemí Klein, 2007) y, luego, No pienses en un elefante (de George Lakoff, 2017).

Liberados para ser obedientes

Esas son las claves para infantilizarnos, dorarnos la píldora e idiotizarnos de paso con sus mentiras, gracietas y hallazgos y, mientras tratan de conmovernos emocionalmente –e incluso pasionalmente- con algún asuntillo que nos distraiga, hacer que nos sintamos culpables de lo que sucede por no haberles votado siendo ellos tan inteligentes y audaces; si nos deprimimos por tan mala acción como hemos hecho, más idiotas nos consideraremos y exigiremos que sean ellos los que guarden nuestra libertad: ellos nos  liberarán de quienes traten de abusar de ella –generalmente otros en situaciones peores que las nuestras- y de imposiciones supuestamente abusivas de una democracia abierta.

Un gran invento de este neofascismo rampante –también en Europa- es que nos sintamos adanistas, como si  nada hubiera sucedido antes de nosotros. Por contradictorio que pueda parecer ya sucedió antes y bien cerca;  cuando la II República, los nacionales aparecieron para “liberar a los españoles” de las hordas comunistas y, de paso, nos privaron de las mejores intentos de la historia española porque todos tuvieran un puesto escolar digno; Para entonces, en Alemania ya estaban en escena los nazis, para liberar a los alemanes de la humillación que habían sufrido en la 1ª Guerra Mundial y en el Tratado de Versalles y, de modo parecido, los italianos oían entusiasmados a Mussolini desde la marcha de Roma en octubre de 1922. También sería un error olvidar que siempre tuvieron cómplices en ese salto cualitativo desde la racionalidad de la palabra a la irracionalidad de la fuerza, o que algunos de ellos han sobrevivido para seguir intentándolo.

Desligados de prejuicios, se puede observar con facilidad, asimismo, que en las “culturas escolares” que han regido y rigen nuestras vidas, los currículos educativos no son ajenos a estos pasos de la historia política y social; el sistema educativo que tenemos, con sus entresijos, son herederos de esta historia inacabada. Por ello, es recomendable volver a leer a John Dewey –prohibido en España hasta que lo publicó Morata en 1975-, cuyas advertencias de los años cuarenta insistían –para no echar balones fuera-  en lo que podía estar sucediendo alrededor; sin contar con que acontecimientos como el de ayer en Washington tienen soñadores entre nosotros, las instituciones democráticas siempre están en riesgo cuando cedemos nuestra  libertad al autoritarismo de líderes totalitarios. Miedo a la libertad, de Erich Fromm (1941), ayuda a entender las enormes ambigüedades en que se mueve esa supuesta caracterización del ser humano, y más cuando esta palabra –de las más bellas del lenguaje sociopolítico-  es manoseada por expertos en remover su sentido más iluminador de la existencia. @mundiario

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