El horizonte para los próximos años se torna preocupante

Alberto Núñez Feijóo y Pablo Casado. / Mundiario
Alberto Núñez Feijóo y Pablo Casado. / Mundiario

Procede un programa para el futuro que no sea agresivo, ni dogmático, ni generador de estériles polémicas ideológicas, que apueste, en fin, por una actualización del Estado autonómico con nuevos procedimientos y órganos de cooperación.

El horizonte para los próximos años se torna preocupante

Feijoo gobernará cómodamente Galicia hasta 2024. La mayoría absoluta del PP en el Parlamento de Galicia garantiza un ejercicio sin sobresaltos en la actividad política frente a una oposición fracturada y desorientada.  Sin embargo, el horizonte para los próximos años, con el agravamiento de la crisis sanitaria y social, se torna muy preocupante si no se toman medidas excepcionales, y, en algunos casos, conflictivas.

La demanda interna (de los hogares y del sector público) se verá recortada, y en estas   nuevas circunstancias los escenarios del comercio exterior se tornan aún más problemáticos de lo que ya venían siendo en Galicia. Es así que las estimaciones disponibles en el mes de junio de 2020 pronostican una recesión cercana a los diez puntos del PIB según el escenario menos o más prologado de la pandemia, mientras los datos del primer trimestre de este año rondan ya una caída de cuatro puntos. ¡Es la economía, estúpido!

Pero, la economía en Galicia, como en cualquier otro lugar, se enmarca, y se condiciona, por la política. Y, no hay ahora una buena política gallega, como tampoco existe una buena política española. Galicia aborda su futuro con un presidente de la Xunta aburrido de serlo, pero sin recambio en el seno del Partido Popular, y sin un una predecible mayoría alternativa que pudieran  aglutinar  BNG y  PSdG-PSOE.

Los fines de año son tiempos de balance y proyecciones. Los balances son más fáciles de hacer durante períodos de bonanza. Cuando todo está mal y desordenado existe cierta tendencia a procrastinar y sin que ni siquiera este año podamos dejarnos  llevar por el espíritu de las fiestas, y disfrutar de la mesa y la compañía de todos los nuestros. Es mejor postergar la reflexión para pasado mañana, el año que viene.

Como siempre que se está dentro de una crisis,  sin precedentes,  las cifras que se conocen cotidianamente abruman. Los números son tantos y tan malos que el inconsciente colectivo establece una barrera. Quizá al lector le pasa lo mismo y lo último que desea luego de meses de datos del coronavirus  es sumergirse en las cataratas de números rojos. No está sólo, quien escribe también está abrumado.

Es preferible entonces hablar de procesos y no de números. La tarea es compleja, no porque lo sea intrínsecamente, sino porque a diferencia de los últimos fines de año, en el presente la estrategia del oficialismo de Feijoo parece mucho más difusa. Al mismo tiempo que se conocen las cifras de la enfermedad y del derrumbe de la actividad económica el gobierno de Feijoo vuelve a dar una vuelta de tuerca sobre sus políticas nucleares de centro-derecha.

Los tratados comunitarios, que constituyen en cierto modo el envoltorio en que tenemos que acomodarnos los europeístas, permiten el pluralismo político y por lo tanto la alternancia en el poder de un programa socialdemócrata. Un programa de gobierno que enmiende las políticas conservadoras de las que venimos en Galicia y delimite un proyecto progresista que, dígase lo que se diga, es perfectamente homologable con las posiciones de la izquierda europea y con las condiciones de Bruselas. Por poner un ejemplo, en el ámbito económico, hay que ejercitar con decisión las competencias para  una regulación de la vivienda, encaminada a cumplir el mandato constitucional de conseguir más fácil acceso a una vivienda digna a todos los gallegos.

Inquietudes ineludibles son  también  el cambio climático y la transformación digital, tanto en el sector público como en el apoyo al sector privado. La educación constituye  también uno los elementos fundamentales,  corrigiendo el proyecto de ley Celaá,  pero abordando  la eliminación de los itinerarios que obligan a elegir irreversiblemente futuro profesional: formación profesional o carrera universitaria. En definitiva, un programa para el futuro de Galicia que no sea agresivo, ni dogmático, ni generador de estériles polémicas ideológicas, que apueste, en fin, por una actualización del Estado autonómico con nuevos procedimientos y órganos de cooperación, especialmente cuando se trate de dirimir un asunto de interés específico para Galicia. Ahora le toca reflexionar al lector más curioso e interesado. Si tras estos años de venalidad política le queda todavía un ápice de ganas. @mundiario

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