Una sociedad maravillosa que debemos mejorar y no destruir

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Cielo.

Pese a las desgracias naturales, gran cantidad de seres humanos se encargan de minimizar esos daños y aportar progreso para que cada vez más gente disfrute y menos padezca.

Una sociedad maravillosa que debemos mejorar y no destruir

Dice la Biblia que Dios pudo al fin descansar el domingo pero nosotros ya lo hacemos también los sábados y hasta parte del viernes, y las fiestas, y los puentes, y tenemos bajas de enfermedad retribuidas, y seguro de paro, y medicina gratis, y enseñanza, y sobre todo mucha solidaridad. Hemos adquirido empatía y somos capaces de sufrir por gente que queda muy lejos de nuestra cultura, de nuestro sentir, y aún así son multitud los que se ponen manos a la obra para aliviar esos males. Me emociona ver a un árbol protegiendo a sus retoños o a una pata cuidando de sus patitos pero más me emociona ver al ser humano tratando de proteger a la humanidad, a seres que ni son de su familia ni los conoce.

La esperanza de vida se duplica en muchos países que nunca lo lograrían por sus medios, gente que va dejando atrás el sufrimiento físico gracias a la solidaridad de los países ricos. La pobreza en el mundo disminuye vertiginosamente, y aunque nos gustaría que ya no existiera, las cosas tienen su ritmo y desgraciadamente las tribus que todavía se descubren viven como lo han hecho toda la vida. Son los países ricos los que pueden dedicar grandes recursos a la investigación y desarrollo que alivien nuestros males y compartir esas mejoras con quienes no podrían alcanzar las ventajas por sus propios medios. 

Ahora somos muchos los que estamos de vacaciones, porque en nuestra sociedad hemos inventado las vacaciones, y he podido contemplar cosas maravillosas que me han emocionado. Fue en la playa de Moraira. Un niño de unos 5 años jugaba en la arena con un tubo para respirar oxígeno introducido en la nariz y sujetado al cuello. El tubo de alimentación no tendría menos de 15m de largo y el origen estaba en la bombona que sostenían sus padres sentados en la arena viendo como su hijo podía jugar.y hacer castillos como cualquier otro. Luego se bañó y disfrutaba lo que no es imaginable mientras su madre estaba con él y su padre con el agua a media pierna sostenía la bombona mirando tiernamente a su hijo. Después de salir del agua hasta jugó a las palas con su hermana ligeramente mayor. Las playas de Jávea donde estoy, son accesibles y muchas veces he visto a paralíticos acceder a ellas, dejar que los suban a unas sillas que flotan y entran en el mar para que puedan darse un baño sintiendo el mar o, si son parapléjicos, sentirse uno más dentro del agua aunque siempre con dos profesionales cerca, pero lo del niño me emocionó aún más.

En la playa había montones se turistas que por treinta o cincuenta euros habían abandonado sus fríos países de aguas gélidas para disfrutar del cálido mediterráneo. La felicidad de tantos niños que construyen sus castillos de arena con familiares o amigos, la cantidad de enfermedades que no tendrán porque han sido eliminadas, y que todo esos esté al alcance de tanta gente, me da placer. No logro entender que alguien fomente el odio por intereses locales, que su lucha acabe en su pueblo, que se comporten como la mamá pato, que no está mal pero que ya pasó su momento. Afirmar que todo va fatal, ser catastrofista para alcanzar un efímero poder que en el mejor de los casos durará un tiempo al cabo del cual nadie destinguirá los huesos de un rico de los de un pobre cualquiera, o los de un francés de los de un español, o de un catalán de los un andaluz,  es ruín. ¿Por qué es más importante la bandera o una foto en el ayuntamiento que 4.000 millones de seres humanos que requieren el esfuerzo conjunto de muchos de nosotros para que el progreso les alcance.

Estamos rodeados de belleza, de oportunidades que no vemos mientras construimos una nueva Torre de Babel para no entendernos y sacamos banderas rojas o azules para diferenciarnos. Cada vez entiendo menos el odio, se está mucho más feliz amando. @mundiario

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