Han fracasado el socialismo gallego y vasco, no el Gobierno Sánchez

Pedro Sánchez. / RR SS
Pedro Sánchez. / RR SS
En el caso gallego los socialistas han renunciado a su fuerza principal, los municipios urbanos, optando por actuar como la delegación del Gobierno central o del PSOE estatal.
Han fracasado el socialismo gallego y vasco, no el Gobierno Sánchez

Los principales partidos españoles tienen motivos de preocupación sobrados tras las elecciones territoriales del pasado domingo. Para Vox y Ciudadanos que nada tenían y nada logran, es la enésima comprobación de las carencias de sus proyectos, que al ignorar cuanto no quieren asumir, cómo es el diseño constitucional de las autonomías, se cierran las urnas a sí mismos. Para el PP son resultados agridulces, óptimos en Galicia donde han cedido como siempre ante el candidato y ante su poderosa estructura, pésimos en el País Vasco, donde la marginación de Alfonso Alonso ha derivado en un fracaso.

El mayor problema es para la coalición gubernamental. Podemos acentúa su declinar en ambos territorios. En el caso gallego, con datos escandalosos al perder catorce diputados y quedar como fuerza extraparlamentaria. Ni siquiera la mínistra de Trabajo, gallega, ha conseguido tirón electoral alguno. Quizás su actual proyección mediática sea un producto más del ecosistema político madrileño, pues en su circunscripción es irrelevante. Lo cierto es que, desde hace unos meses, UP es más noticiable por sus luchas internas, escisiones y turbios asuntos que por su gestión, pese a ocupar cinco ministerios. Las posturas demediadas de su líder lo están asemejando al lerrouxismo de la Segunda República cuya aportación, como se sabe, quedó en promesa de lo que pudo ser.

Para el PSOE, los resultados son extraños. No ha rentabilizado su gestión aunque tampoco ha sufrido conflictos como para recibir castigo. Debemos subrayar que la pandemia no ha sido argumento electoral principal. En otras palabras, el relativo fracaso socialista parece que debe achacarse a sus respectivas organizaciones territoriales. Cómo apuntábamos en nuestra anterior colaboración en MUNDIARIO, tanto el PNV, como el PP gallego y podríamos añadir el PSOE andaluz o la Convergencia catalana, han creado de la nada, modulado y dirigido durante décadas la Administración territorial. Instituciones y partido se han imbricado de forma muy profunda, colonizando amplios segmentos de la actividad social. El mecanismo es muy sencillo, la transferencia de recursos a través de infinidad de subvenciones, ayudas, conciertos, compras de bienes y servicios, sin olvidar el enorme peso relativo en el empleo. Por ejemplo, el 10 por ciento de los asalariados gallegos son empleados directos de la Xunta de Galicia. Sus oportunidades profesionales estarán fuertemente mediatizadas por el Gobierno autonómico.

En ese contexto de fuerte identificación de la autonomía con el partido que más tiempo la ha gobernado, el PSOE y otras organizaciones han sufrido una suerte de síndrome del prisionero, asumiendo el marco de debate de la formación mayoritaria y renunciando a un marco alternativo. En el País Vasco y Cataluña han asumido el marco ideológico del nacionalismo, sufriendo el abandono electoral de quienes no lo eran sin lograr incorporar otros sectores sociales. En el caso gallego han renunciado a su fuerza principal, los municipios urbanos, optando por actuar como la delegación del Gobierno central o del PSOE estatal. Al tiempo la gestión local ha ido perdiendo el carácter ideológico que tuvo en otro tiempo en ciudades como A Coruña o Santiago para devenir en iniciativas similares a las de ciudades con otros tipos de gobierno. Tildarse hoy de partido municipalista es no decir nada. Todos lo son.

De esa forma el nacionalismo se ha transformado en la alternativa real, con el apoyo de los segmentos más jóvenes, más urbanos y con mayor nivel de formación. El PSOE no tiene un problema de candidatos, sino de proyecto político creíble en Galicia, País Vasco y Cataluña, algo mucho más serio que el montón de páginas elaboradas ad-hoc, al que suelen llamar programa.

Un proyecto para un país, implica una épica colectiva, un discurso con referentes simbólicos, complicidades sociales, réplicas locales y sectoriales, vocación inclusiva. Todo lo contrario de la improvisación, las redes sociales o el parlamentarismo anodino. La respuesta no está en Madrid, ni en camarillas internas, sino en escuchar a los electores y crear las condiciones adecuadas. @mundiario

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