El gobierno de izquierdas portugués demuestra que otra política económica es posible

Sede del Organismo Legislativo en Portugal.
Sede de la Asamblea Nacional de Portugal.

Su recuperación en el segundo semestre del último año escuda a una economía lusa dirigida por un Gobierno formado tras una coalición entre socialistas y comunistas.

El gobierno de izquierdas portugués demuestra que otra política económica es posible

Escribo este artículo mientras Europa aguanta la respiración a la espera del resultado de las elecciones presidenciales francesas. Se busca el sustituto de François Hollande, un socialista que, como antes Zapatero en España, se vistió de liberal una vez asumió las tareas de gobierno.

La economía francesa muestra un aspecto preocupante, con rácanos niveles de crecimiento (1,2% frente al 1,8% de la UE en 2016), tasa del desempleo próxima al 10% (casi el doble que Alemania), paro juvenil cercano al 25% y un déficit público del 3,4% sin apenas reducción respecto a 2015.

El gobierno portugués

Antonio Costa accedió al puesto de primer ministro de Portugal en noviembre de 2015. Pocos le auguraban un futuro benigno. El conservador Pedro Passos Coelho había ganado las elecciones de octubre sin alcanzar la mayoría absoluta. Contra todo pronóstico, las fuerzas de la izquierda alcanzaron un acuerdo de gobierno que se materializó en un ejecutivo con presencia de ministros procedentes del Partido Socialista, del Partido Comunista y del Bloco de Esquerda.

La labor de Costa parecía poco menos que misión imposible: una deuda pública disparada, un déficit igualmente elevado, economía y empleo anémicos, y una troika insaciable que continuaba demandando restricciones sociales y recortes del gasto público. En lugar de las recetas que le llegaban de Europa, el Gobierno de Antonio Costa revocó los recortes salariales aplicados por los ejecutivos anteriores, devolvió las 35 horas semanales de jornada laboral a los funcionarios, derogó la reducción de las pensiones; canceló, además, la privatización de transportes públicos y recuperó el control de la compañía aérea TAP; creó un impuesto para viviendas de lujo y rebajó el IVA de restauración; suspendió las ayudas a colegios privados priorizando la educación pública. En suma, el gobierno portugués está dirigiendo el país desde una orientación genuina de izquierdas.

Números cantan

¿Y cuál está siendo el resultado de este auténtico desafío del gobierno portugués a las directrices hegemónicas imperantes en Europa?

Portugal ha liderado la recuperación en Europa durante el segundo semestre de 2016 atendiendo a las cifras de crecimiento anualizado del PIB. La tasa de desempleo se situó en el 9,8%, el valor más bajo desde 2009. El índice que mide el sentimiento del consumidor muestra la mayor mejora observada en casi 20 años. Pero lo que más impresiona a los analistas es el efecto de las medidas del gobierno luso de izquierdas sobre las cuentas públicas: el déficit de Portugal se ha reducido desde el 4,4% de 2015 al 2,0% en 2016, una disminución insólita holgadamente superior a la que le demandaba la Unión Europea y que ha permitido adelantar los pagos derivados de la deuda con el FMI. Como guinda del pastel, Portugal ha reducido también de manera notable la desigualdad social en el país.

Ante una evolución como la expuesta en los párrafos anteriores, uno se pregunta si los gobiernos europeos no deberían reflexionar sobre la política económica de los últimos años. La doctrina neoliberal ha alcanzado el carácter de dogma en Europa, con resultados cuando menos cuestionables. Buena parte de la sociedad ha reaccionado indignada, aunque tal actitud apenas haya tenido impacto en los resultados electorales, que han terminado inclinándose hacia opciones generalmente respetuosas con la corriente liberal. La constatación del éxito de las políticas alternativas del gobierno luso tal vez permita iniciar un cambio de sentido que se nos antoja tardío pero aún necesario.

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