El caso Saint-Fiacre, de Georges Simenon

Portada. El caso Saint-Fiacre. Los casos de Maigret, de Georges Simenon
Portada. El caso Saint-Fiacre. Los casos de Maigret, de Georges Simenon

“Les comunico que se cometerá un crimen en la iglesia de Saint-Fiacre durante la primera misa del día de Difuntos” Para tan misterioso como macabro mensaje  Maigret será el responsable de aclararlo. 

El caso Saint-Fiacre, de Georges Simenon

En su  continua  publicación de calidad literaria y cuidada edición, la Editorial Acantilado de nuevo nos ofrece una indagadora  aventura del género policiaco de Georges Simenon. Su título: El caso-Saint-Fiacre (traducción de Luis María Todó), novela escrita en enero de 1932  que tiene como  protagonista al comisario  Maigret. En 1959 fue llevada al cine.

La trama de la misteriosa narración se inicia con esta escueta misiva: “Les comunico que se cometerá un crimen en la iglesia de Saint-Fiacre durante la primera misa del día de difuntos". Tan luctuoso aviso corre de una comisaría a otra comisaría, hasta que al final termina llegando a manos de la Policía Judicial de París”.

Carambola de la vida, resulta que dicha localidad es el pueblo en el que nació Maigret, y que hacía muchos años transcurridos de cuando se desplazó para asistir a la muerte de su padre. Los recuerdos envuelven al comisario Maigret en un mundo de nostalgia y pasado lleno de vivencias poseídas de una tierna y observadora dosis de ternura. Pues su padre había sido el administrador durante treinta años del castillo de los condes de la región y se encuentra enterrado en el cementerio que existe detrás de la Iglesia. Tiempo de niñez que ya en la localidad, le acompañaría durante la investigación de tan extraña muerte de la condesa de rodillas en su reclinatorio, con el misal entre las manos en el sitio que le correspondía su nobleza.

Los viejos recuerdos, los encuentros, van  ensanchando las vivencias del veterano inspector de policía. Parsimonioso en el ejercicio de su profesión. Son los sentimientos que le permiten ir hilando fino. Así va palpando los comportamientos de ciertos personajes. La Bizca, dueña de la pensión donde se hospeda que jugaba con él cuando niña, el café de achicoria, el monaguillo que fue, las grandes diferencias comparativas frente a la vida modestísima de los pueblerinos y quien entrego su vida al Altísimo con el misal entre las manos. Así se desarrolló la muerte anunciada en la Iglesia del pueblo en la misa de Difuntos. Una señal ha quedado en el misal de la señora duquesa de sesenta años. Siempre con la necesidad de tener un secretario muy particular, también un hijo calavera y parásito que vive la gran vida en Paris y que no cesa de pedir dinero a la madre. Los intereses creados van emergiendo con la codicia por lograr la herencia, una herencia que tuvo su grandeza en tiempos pasado con miles de hectáreas de terreno en propiedad que han ido mermando. El cura misterioso, quién sabe si prendado de la duquesa y su doble vida  entre la moral que la religión obliga y sus íntimas relaciones. El médico que no acepta el asesinato de la señora sino un golpe de corazón, quizás por la nota encontrada en su misal

Bajo el signo de Walter Scott, el grupo posiblemente sospechoso del suceso es convocado por  el duque hijo en el comedor del castillo. El comisario  estará presente como especie de fiscal para desentrañar la muerte de la duquesa. Ingeniosa la idea del conde de reunirse en el comedor, estancia que todavía, pese al despilfarro y las malversaciones permitidas por la señora, todavía conserva algo de su antiguo valor. Curioso cuadro humano mezclado con ironía e indirectas, sospechas comunes. El anfitrión considera necesario advertir que “Pues bien, para seguir la tradición y las formas de Walter Scoot, les anuncio que antes de la medianoche el asesino de mi madre estará muerto”. Desde la sencillez narrativa  con su patina de nostalgia de un personaje real que se ha metido dentro de la historia, hasta las más  y extrañas situaciones de un banquete de seleccionados manjares y muchas buenas bebidas. Son los  restos que quedan de tiempos pasados, admiración y regusto de invitados, que Georges Simenon nos lo cuenta con sencillez y maestría sinigual. @mundiario

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