Galicia, sitio (agrariamente) distinto

Paisaje de Galicia. / Pixabay
Paisaje de Galicia. / Pixabay
Galicia se "desagrariza" a pasos agigantados. Sin embargo, el valor de lo que producen los "nuevos" profesionales de nuestra agricultura se cuadriplicó en las últimas cuatro décadas, en paralelo al despegue de la industria agroalimentaria.
Galicia, sitio (agrariamente) distinto

Mientras en media España la agricultura está en pie de guerra, en el agro gallego parece reinar por ahora una especie de "pax" que para algunos resulta inexplicable y que puede llamar a engaño. No es que en Galicia no haya problemas, y graves, sino que son de distinta índole. Por eso no estamos asistiendo a marchas de cientos de tractores por carreteras y calles, ni a concentraciones en San Caetano, que durante años fueron estampas habituales. Aquellas multitudinarias protestas respondían a la situación límite de miles de productores. También a la capacidad de movilización que por entonces tenían los mal llamados sindicatos agrarios, que ya no son ni la sombra de lo que fueron, porque han sufrido escisiones, crisis internas y la pérdida de sus liderazgos históricos, al tiempo que se transformaba profundamente la propia estructura del sector a través de una reconversión dura y silenciosa aún por completar. 

Que la ola de protesta que se registra principalmente en la Meseta, en Andalucía o en el Levante apenas tenga repercusión en Galicia -ni en el resto de la Cornisa Cantábrica- lo explican varias razones. De entre ellas la primera y principal es la propia configuración de nuestro campo. También en eso somos sitio distinto. En el norte de España no manda la huerta, ni se cultiva la aceituna a gran escala, que son las actividades que en mayor medida están sufriendo la grave crisis a la que se ven abocados los agricultores, obligados a vender lo que producen a la gran distribución sin el más mínimo beneficio o por debajo de coste. Lo nuestro es sobre todo la ganadería, tanto de leche como de carne. Ambas cuentan con sus propios mecanismos de negociación de precios, donde la especulación tiene un menor margen de maniobra, aunque tampoco funcione todo lo bien que debiera la ley de la oferta la demanda.

Además, en Galicia casi no hay jornaleros. Aquí por lo general la tierra es de quien la trabaja. La mayoría de los agricultores y ganaderos son dueños de sus explotaciones y son ellos, con sus familias y allegados, los que las atienden. Como es muy escasa la mano de obra disponible para la contratación, se suelen pagar salarios de mil cien o mil doscientos euros, casi siempre por encima del mínimo interprofesional. De ahí que al menos por ahora la subida del SMI no tenga una repercusión significativa en el incremento de los costes de producción de las fincas y las granjas gallegas, a las que sí afectan las subidas de precios en la energía y otras cargas relacionadas con el reducido tamaño de la explotaciones, la dispersión poblacional, etc. 

Cada vez hay menos gente trabajando en el agro galaico. Galicia se "desagrariza" a pasos agigantados. Sin embargo, el valor de lo que producen los "nuevos" profesionales de nuestra agricultura se cuadriplicó en las últimas cuatro décadas, en paralelo al despegue de la industria agroalimentaria, en varias de cuyas ramas somos una auténtica potencia. Según los expertos, el futuro pasa por la siempre problemática renovación generacional, por poder seguir incrementando la base territorial de la explotaciones movilizando terrenos improductivos y por reforzar la apuesta por la calidad y la diferenciación, con garantía de origen. La experiencia demuestra que no hay posibilidad de subsistir compitiendo únicamente vía precios en un mundo globalizado. Por ahí tenemos todas las de perder. @mundiario

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