El llamado pacto de la bragueta

El rey Juan Carlos I.
El rey Juan Carlos I. / Archivo
En el llamado “pacto de la bragueta”, tras el 23-F, los directores de los cuatro periódicos más importantes de Madrid pactaron - con una serie de privilegios - no inmiscuirse en los asuntos privados del rey.
El llamado pacto de la bragueta

La idea de dividir el espectro político en derecha e izquierda hunde sus raíces en el cristianismo y se consolida gráficamente tras la Asamblea Nacional Constituyente celebrada tras la revolución Francesa. Aquellos que se sentaron a la derecha fueron aquellos nobles y burgueses privilegiados que apoyaban el continuismo del poder absoluto del monarca y los que se sentaron a la izquierda eran los integrantes del pueblo, es decir, el grueso de lo que hoy conocemos como sociedad civil.

Casi doscientos años después España pasó de tener un régimen totalitario de derechas bajo el mando del general Franco a un Estado de Partidos, una oligarquía totalitaria de partidos igualmente alejada de la sociedad civil como el régimen anterior. Para que el pueblo estuviese contento se permitió a la gente ir a votar y se habló de una supuesta Transición que en realidad no se trataba de otra cosa que el mismo perro con distinto collar, un poco de maquillaje y la creación de un teatro de partidos. Los partidos políticos se aliaron con una corona impuesta por el dictador anterior para mutuamente taparse la corrupción y las vergüenzas, y al ciudadano de a pie se le vendió la ilusión de formar parte de un régimen justo y democrático.  

Este continuismo en la acaparación del poder político y económico de las élites y la inexistencia de una sociedad civil se produce en mayor medida en España que en el resto de países europeos porque ciertas potencias como Italia o Alemania tuvieron unos regímenes totalitario más sanguinarios y nocivos que el nuestro. Es decir, los Alemanes por motivos evidentes no quieren saber nada de Hitler. La monarquía y la iglesia (España no se benefició del plan Marshall por ser un Estado Católico) fueron los tentáculos heredados de la tradición y el régimen franquista que la prostituída partitocracia tuvo que aceptar para seguir amamantándose de las tetas de la vaca del poder. Todos los partidos de izquierda en España no lo son, ni pueden considerarse como tales, puesto a que se corrompieron aceptando la vigencia de un monarca corrupto, que traicionó a su padre, Juan Carlos I de España. Falsedad, hipocresía, latrocinio y ganas de llegar y mantenerse en el poder. Un integrista de izquierdas no gobierna ni puede gobernar en coalición un rey corrupto e ilegítimo. 

Y no es que en nuestro país no se pueda hablar de corrupción porque no haya habido nunca separación de poderes sino porque además el considerado cuarto poder, o sea, los medios de comunicación también pactaron con las élites y en lugar de informar contribuyeron a mantener al pueblo engañado. En el llamado “pacto de la bragueta”, tras el 23-F, los directores de los cuatro periódicos más importantes de Madrid y pactaron - con una serie de privilegios - no inmiscuirse en los asuntos privados del rey. Este pacto ha estado vigente en nuestro país hasta fechas muy recientes.

De aquellos polvos - de los de Juan Carlos - salieron estos lodos, de los que hablamos aquellos que no estamos sometidos por los yugos del poder. Y aún así, el pueblo español sigue acudiendo a la urnas a legitimar a unos partidos, corruptos hasta la médula, y a un rey que mantiene a sus queridas con nuestros impuestos. Sí, así es: tenemos lo que nos merecemos tener. @mundiario

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