El lector y el mundo

El lector - Mundiario
Ferdinand Hodler: El lector. Óleo sobre lienzo. / Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid

Sales al umbral y adviertes que el mundo es una biblioteca de libros que se olvidan.

Te diriges hacia algún lugar de probabilidad más bien cotidiana ―una cita médica, un trámite burocrático, un trayecto de autocar― y notas cómo la esperanza ejerce cierta fuerza sobre ti. Te aseguras con prudencia de que allí, adonde vas, es un lugar en el que puedes sacar un libro, y así diluir la espera: aquél que de veras te abstrae, aquél que, más o menos breve, te asegura plenitud y te consume con su manto de fierísimo trance.

Cuando lo sacas observas que los demás, que también esperan, van emitiendo como una pulsión sorpresiva que, con enfoque tan endémico y bélico, les turba la mirada y te enrojece el alma: el estado reflecta, cuanto menos, una noción no liviana del enojo, que actúa sobre ti como si tú fueses, más que un mero igual, un ente desprovisto de humanidades prescindibles: una mónada que, de sustancia indivisa, se establece contrariamente entre el gentío y el asombro. Y meditas huir, pensando que ya no eres esa, tan extraña y forajida y extranjera. Ya no eres la que se pregunta hasta cuándo tardará el olvido, tan fiero y hondo, en trabajar consigo, en borrar la banalidad y darle el tedio. Ya no eres esa: la que todo se le hace harto pesado, la que se ejerce las miserias y que no da cuenta de sí misma. Ya no eres la que otrora lloraba y reía dulces sueños, la de los fragmentos de ópalo de la luna, la que recogía los juguetes y acudía a la palabra callada. Ahora eres el labio que derrama el incurable tedio, el telón ignoto del remordimiento: ahora eres el primer grito y el último y también el que no suena y el que ha de sonar.

Y así afrontas los días: sales al umbral y adviertes que el mundo es una biblioteca de libros que se olvidan. Instantes que se licuan con el tiempo, que se creen vastos y dilatados y que poco a poco son diluidos a tu espalda. Momentos que en su caudal atesoran la incertidumbre, pero que también escenifican el horror y la infamia. Días en los que sopesas huir y en los que te preguntas para qué, si esto es vivir. Aunque ello se represente en un pedazo de pan o de materia esquilada o en el puño en afán de victoria. Aunque pienses: “La vida a todos nos desgasta”.

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